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domingo, 25 de mayo de 2008

Auctoritas et Potestas.

El viejo mundo romano (del que hemos heredado casi todo) dejó un concepto impreso en la cultura que en España no hemos sido capaces de asimilar correctamente; el de autoridad. Ellos lo desligaban en dos términos, la Auctoritas y la Potestas. Por simplificar, el primero lo tenían los ancianos, los padres, los viejos que tenían los huevos pelados de tanto vivir, mientras que del segundo estaban en posesión los magistrados, los funcionarios y políticos electos, más o menos...

Está claro que, en Roma, el poder fue oligárquico. Pero como en todas partes. No existe país, nación, estado, lugar en la tierra, que no sea gobernada de manera oligárquica, desde que la agricultura (hace segundos, en el reloj de la historia, y milésimas, en el de la evolución en nuestro planeta) nos asentó y cebó, haciéndonos mansos y manejables. El poder lo detentan siempre ciertos individuos, apoyados en convenciones creadas a conveniencia de ellos mismos. Y se perpetúa gracias a la ignorancia, el miedo y el tiempo acumulado, entre otras cosas... pero me desvío.

El poder, digo, fue oligárquico, pero no impidió que se creara un sistema donde una autoridad estatal, formal, un concepto, una idea (el magistrado, el Cónsul, el Tribuno, el Pretor...) tuviera poder fuera quien fuera el que lo detentara. Esto es más importante de lo que parece, porque esa oligarquía se trastocó un poco con el acceso de los plebeyos (de esa parte del pueblo romano que era, para los ancianos de canas y gesto adusto, populacho) a las magistraturas, siendo entonces menos oligárquicas. Y el poder, se usaba, se tenía, y se respetaba. La vida dependía mucho de su respeto, puesto que insultar o tratar de herir a un magistrado en ejercicio (o posteriormente, en algunos casos) significaba que le rodajaban con el hacha de los Líctores, o le molían a palos con las varas que llevaban, si era el caso. Esto es, existía autoridad y ejercicio de la misma, y el respeto se imponía, y con el tiempo, se ganaba.

Viene todo al caso de que, últimamente, leo sobre la historia de España me sorprende encontrarme siempre el mismo problema, desde que los Borbones (impresionante jalea de corruptos y mafiosos) entraron mediante una guerra en España. Si ya para entonces, de antes, aquí no se quería una Unión de Armas ni tampoco una serie de normas a la castellana, empeoró con la guerra de Sucesión, donde empezó a desaparecer todo atisbo de poder estatal. Cuando llegamos a la guerra de Independencia, la cosa se rompe del todo, tanto que las diferentes Juntas que tratan de hacerse con el poder y los Generales (de quienes serán émulos los espadones posteriores) disgregan y atomizan todo vestigio de autoridad. Nadie obedece a nadie que no sea uno mismo, y eso, pensando en que hay algo digno de obedecer... después, con las Carlistas, y los vaivenes (Monarquía, Revolución, Monarquía extranjera, República...) que provocan, se termina de convertir en arenilla lo que nunca pasó de ser arcilla malamente moldeable. Siempre que alguien ha tratado de reconstruir el poder, la autoridad del estado, de una nación, ha chocado con la falta de obediencia, de respeto a la autoridad que se supone representaban. Pasó luego en la Dictadura de Primo de Rivera y Berenguer, y pasaría con la segunda República, y la guerra civil. En esa guerra, como las anteriores (no está mal, en menos de 200 años, hemos tenido dentro de la península como siete u ocho guerras... eso son varias generaciones que se van al carajo, que aprenden otro tipo de vida, de supervivencia... y una transmisión cultural consecuente) todo poder estatal se desintegró al minuto, y las formas también.

Viene ésto al caso de que en Roma también sufrieron muchas guerras, y bastantes de ellas, civiles. Pero siempre caló hondo el concepto de Auctoritas y Potestas, aunque sea idílico pensar ahora que todo el mundo lo respetó igual y que hubo una edad dorada de obediencia y acatamiento absoluto. Eso es más bien cháchara de algunos fascismos. Pero es cierto que en España no ha existido eso nunca, si bien lo más cercano sea la reverencia a la burocracia inútil, al funcionario holgazán, al ministro o político deshonesto, pero simpático, que nos roba mientras sonríe, y tantas y tantas otras estupideces que logran, siempre, que en España sigamos, algunos, suspirando por aquello de lo que muchos se quejan pero nadie, nadie, inculca ni practica. Seguimos siendo como Ortega y Gasset proclamó; personas con Constitución propia que hacemos y remendamos a nuestro gusto, siempre, con la frase de "hago lo que me viene en gana cuando quiero y como quiero"...

Un saludo,