Buscar dentro de este batiburrillo

martes, 12 de junio de 2012

Miedo

¿Habéis sentido miedo alguna vez? No me refiero al de una película de terror, o una música tenebrosa. No. Tampoco a una atracción de feria o un instante en la calle donde parece que pueden atracarte o algo peor. Miedo ante el futuro. Miedo ante la clara y prístina mirada al futuro. Ojos desnudos para el mañana.

Yo siento hoy miedo. Mucho. Miedo por cosas por las que antes no sentía miedo, si no que las trataba con cierta indiferencia socarrona. Miedo ante pensamientos crudos de realidad salvaje. Miedo de que los que quiero y amo puedan sufrir. Miedo por la impotencia. Miedo por la incapacidad. Miedo ante una situación totalmente nueva, que, por mucho que nos digan "se puede manejar", uno siente temblores, ansiedad, flojera de miembros y cierto rebato a esconderse.

Durante toda mi vida no he sentido este miedo. ¿La muerte? forma parte de mi vida desde los diez años. ¿La soledad? He estado grandes temporadas solo. ¿La frustración? Me he frustrado innumerables veces. ¿El fracaso? He sido derrotado muchas veces. ¿La falta de recursos? He vivido bien, pero me crié en una familia donde me enseñaron qué era lo esencial y de qué podía prescindir. ¿Las enfermedades, las lesiones? Han estado conmigo desde niño. Pero hay una gran diferencia entre esos temores y mi miedo actual. He temido por mí mismo y siempre, siempre, he dedicado media sonrisa a esos pavores, con desdén, riéndome. Porque eran miedos sobre mi persona, la cual puedo y sé defender.

Oh, sí, he temido por los que me rodean. Pero que le puedan pasar cosas a otros no me ha paralizado. Sí, sentía pena si alguien abandonaba mi entorno, ya fuera por muerte o por otras causas. Pero sentía que la ligazón, el nudo, se podía deshacer y dejar destensado para en un futuro volverlo a enlazar con otras personas. Vive y deja vivir, disfruta de la compañía, pero no lamentes la pérdida más de lo necesario, puesto que paraliza. El miedo, siempre, paraliza. Por eso también tengo mis afectos muy concentrados. Sé a quiénes quiero, cuánto, cómo, por qué... y sé a quién puedo dejar marchar sin sufrir especialmente y con quién sufriría un tiempo, hasta que lograra reponerme.

Ahora no. Ahora, de pronto, tengo un extraño vínculo emocional, repleto de temores. Todo un bagaje nuevo de miedos, de aprensiones, de ansiedad.

Mi madre decía, sabia leonesa, que "el miedo es libre". Era su forma de reprocharme cuando yo me quejaba por las cosas de las que ella tenía miedo que me pudieran suceder. Un hijo no entiende al padre. Le desafía. Le reta constantemente. Un padre es autoridad, a la que obedecer o a la que forzar límites. Un hijo es inconsciente por definición. Debe aprender con dolor, con escarmientos, con castigos. Aprender a cómo evitar el dolor, a no sufrir castigos, a escarmentar minimizando daños. Un hijo es potencia. Un padre es acto. Un acto de pronto puesto frente a sí mismo. Un padre mira al abismo y éste le devuelve la mirada.

Mi miedo es incertidumbre. Temor al futuro. Miedo no de lo desconocido, si no de lo que conoce. De pronto, uno es censor de la sabiduría. Icono tallado en piedra que ha de servir de modelo. ¿¡Por qué!?

No hay rescate ante estos miedos. De pronto, un día, uno deja de ser hijo de sus padres e inconsciente bailarín de patio. De pronto, como un rayo, le golpean mil años repentinos y la sonrisa burlona y provocativa se transforma en un rictus de terror.

Y todo en un instante. Una eternidad.

Sí, tengo miedo.

Un saludo,