Dejando de lado titulares tan
aborrecibles como los de La
(sin)Razón o la extraña influencia que han tenido en la radio
(RNE-5, hoy, lunes 9 de diciembre de 2013, sigue hablando del funeral de estado
ofrecido a Mandela en aquel estadio olímpico de fútbol donde la selección española
ganó el mundial de 2010…) y en la mente de los ciudadanos motorizados (no vamos
a pie, seamos realistas; una persona, un coche, una contaminación directa), hoy
me ha entrado curiosidad por saber la conexión de Mandela, Ghandi y Luther
King. Tres no europeos, dos negros, un hindú, figuras para mí importantes en el
siglo XX por su activismo político, por las consecuencias de sus actos, por su
repercusión. Y si tenía clara la de Mandela y Ghandi (el segundo ejerció la
abogacía en Sudáfrica y ya entonces ejerció parte de su ideario en el país,
inspiración posterior para Mandela) no encontraba firmeza en la conexión con
Luther King. Pensaba en cartas enviadas entre Mandela y él, pensaba en
correspondencia, pero no la hubo. Era más simple. David Thoreau.
A mediados del siglo XIX, en los
EE.UU., un escritor decidió abandonar a su familia e instalarse en pleno bosque.
Tras dos años, regresa, retoma su vida. Y entonces, quizá influido por el
germen anarquista, las ideas ácratas, reforzado en su estancia solitaria del
bosque, realiza un acto individual, consciente, público. Se niega a pagar
impuestos que alimenten la guerra que en ese momento EE.UU. mantiene contra
México (donde le arrebatará la mitad del país…) y que sirve también para
cobijar la institución de la esclavitud. No pasa más que un día entre rejas (ya
ven…) pero eso le inspira. Y trabaja en su idea de “Desobediencia Civil”. Esta
idea cuajará, tendrá recorrido, llegará lejos. El primero en hacer uso de ella,
Ghandi.
Ghandi se establece en Natal,
territorio británico entonces de la futura Sudáfrica, como abogado “en
prácticas”. Su estancia allí le demostrará el racismo, la xenofobia, las leyes
injustas que apartan a unos hombres de otros basándose, simplemente, en el
color de la piel o el origen social (hoy sigue vigente en el espíritu lo
primero, en la letra, lo segundo) y eso le rabia. Por tomar el negativo de la
foto, imaginen que usted, blanco, europeo, viviendo en un país atrasado, de
donde extraen su riqueza bruta, cuando viaja a un país avanzado, la metrópoli,
gobernada por negros, éstos le impiden viajar en primera clase, o le niegan una
plaza de hotel, o le prohíben comer en ciertos restaurantes. Usted, blanco,
europeo, sentiría rabia, discriminación, racismo… sentiría que su expulsión de
la sociedad de riqueza se debe al color de su piel, simplemente, no a su
educación, a su inteligencia, a sus capacidades. Eso sintió Ghandi en su piel
cobriza, en sus rasgos hindúes. ¿Se lleva algo de esa rabia a su país? No. Se
lleva la influencia de Thoreau. Si un gobierno es injusto, si un gobierno tiene
más poder del que sus propios ciudadanos le han investido, ¿por qué respetarle?
¿Para qué hacerle el juego? Y siempre hay un lugar donde se hace daño a todo
gobierno. Los impuestos. En este caso, de la sal. Cárcel, proclamas, discursos,
pero sobre todo, llamada a la contención en contra de quienes pedían la
violencia como recurso rápido, fácil, eficaz. Es más complejo detener a tus
seguidores violentos que responden al fuego con fuego, que enfrentarte a tus
enemigos que usan fuego con agua. El fuego es rápido, arde veloz, quema,
explosiona. El agua debe buscarse, cavar pozos y extraerla meticulosa, despaciosamente.
Ghandi usó el tiempo. La paciencia. La generación de una nueva costumbre.
Cuando se es calmado, paciente, y se sobrevive, puedes lograr mucho. Ghandi lo
logró. Y Thoreau regaló su primera sonrisa.
La segunda fue en Alabama, en los EE.UU. Inspirado por Ghandi, Martin Luther
King (Me encanta ese segundo nombre, “Lutero”, de tanta reminiscencia
protestante) participa activamente en boicots contra la segregación, el sutil
apartheid estadounidense contra lo que no es WASP. Sufre, claro, atentados,
insultos, golpes, calumnias. Y lo peor, la indiferencia de muchos que
consideran justa y adecuada la situación de ese momento, bien como está. Esa
siempre es la peor parte, la de quienes creen que no hay que hacer cambio
alguno, que todo se debe quedar como está. Sin más. Contra ellos es complicado
luchar, suelen acabar convencidos por el tiempo, por el cambio pacífico. El
intento violento de despertar conciencias nunca ha logrado su objetivo, pues
todos tienen miedo a la muerte. La cosa es que Luther ejerce esa resistencia
pacífica, y le detienen una y otra vez, pasando temporadas más o menos largas
en la cárcel. Y así seguirá hasta su asesinato. Como Ghandi, fue asesinado,
tras años de lucha contra la pobreza, la guerra, la exclusión social. Si
alguien intentó realmente hacer verdaderas las palabras de “Liberty and the pursuit of happiness” de
la constitución de los EE.UU., creo que fue él. No haciendo distinciones por el
color de la piel, la procedencia o las ideas.
Las ideas fueron, a su vez, lo
que condenaron también a Mandela. Las ideas violentas. Él no comenzó con la
resistencia pacífica, sin más. Tuvo un primer intento, pero las masacres, las
muertes violentas, el clima de aquellos años, le convenció de la llamada a las armas. La impaciencia, la necesidad del
“aquí, ahora”. Los años 60 son también los años del terrorismo “bueno”, de
grupos guerrilleros, insurgentes, rebeldes. Castro y el Ché en La Habana, África y Asia
peleando contra capitalistas y comunistas, efervescencia roja, sangrienta. Y de
pronto, todo eso, cortado, por lo sano. El régimen de Sudáfrica, apartheid,
blanco, racista, el sur Confederado hecho realidad con un toque de modernidad. Ya
no hay esclavos, solamente “vosotros” y “nosotros”. “Ellos”, siempre. Mandela
se pule en la prisión, se encuentra consigo mismo como Thoreau en Walden, en su
cabaña. Pero si Thoreau vivió mínimamente las experiencias de Ghandi, Luther
King y Mandela, éstos vivirán más intensamente sus hitos. Aislamiento, pobreza,
conciencia, solidaridad, rebeldía silenciosa y luego publicitada, llamamiento
al cambio por la acción, la acción de verdad, no la simple idea. Thoreau estará
un día en la cárcel y cambiará su modo de pensar. Ghandi estará intermitentemente
en ella, como Luther King. Mandela perderá casi 30 años de su vida. Y cuando
salga, como ciertos terroristas vascos, se considerará una traición por muchos,
blancos y negros. Cuando salga, de la cárcel a la presidencia, aun generará
desconfianza. Pero como Thoreau, tras su vida solitaria en la cabaña, la cárcel
ha transformado a Mandela. La cárcel ha forjado su mito. Y éste se agranda
cuando, saliendo de ella, temiendo en los años 90 una masacre de blancos a
manos de negros enfurecidos, tranquilamente, con calma, inicia un proceso lento
de cambio, de apaciguamiento de todos. Convivencia. Cesión.
Los tres se unen por Thoreau. Sí,
los tres pueden tener puntos negativos. Siempre. A Mandela se le reprochaba siempre
no haber cambiado la estructura económica del país, en manos de los blancos. A
Ghandi, el haber logrado la independencia india con la partición del país. A
Luther King, quizá, se le acusa de no ser más que una visión dulce del cambio,
complaciente. Todos reciben crítica. ¿Quién no? Pero está clara una cosa; en
estos días de abulia, complacencia con la situación política y económica, de
resignación, no hay figuras fuertes, elevadas, que tengan ese mismo compromiso.
En España, quizá, Ada Colau, mediatizada y vilipendiada por su gestión de la
PAH. En España, además, no tenemos
conciencia de clase, al menos, clase trabajadora, peatona, de tropa. Somos
pequeños hidalgos en conciencia, anarquistas de bolsillo, primos hermanos de
los moros del “pilla-pilla”. Una personalidad así, relevante, nos mueve a risa,
nos la tomamos a guasa, es objeto de cachondeo y arrastre. Y la prueba, como
dije al inicio, es cómo han tratado los funerales de estado de Mandela. Los
Monty Python hicieron una broma con aquel partido de fútbol entre filósofos alemanes
y griegos. Aquí, ni siquiera, tenemos capacidad de bromear, la forma más alta
de inteligencia, sin apelar a un orgullo mínimo, histriónico, irrelevante, como
convertir el funeral de un gran hombre en recuerdo de un triunfo deportivo
improductivo.
Esto es Españistán.
Un saludo,