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jueves, 8 de abril de 2010

Garzón y la Justicia en España

¡Qué divertido es lo que está pasando! Unos mueven pieza (Gürtel)y otros mueven pieza (proceso a Garzón) y la partida de ajedrez, en tablas hace ya tiempo (ambos jugadores siempre ganan) nos deja a todos en el frío... o el calentón más grande.

Garzón es un tipo que a mí me ha parecido siempre veleta. Olfatea los equlibrios de poder y se mueve en consonancia. En los 90, intuyó el poder del PSOE como estable, pero luego descubrió que no era así. Y se pasó al poder del PP. Después, jaleado por unos y otros, se quedó un poco al margen de todo, hasta ahora que ha vuelto a leer que había un cierto PSOE en el poder. Y lo que no calculó es su jugada.

Vaya por delante que me repugnan los que han provocado la situación actual. Y que Garzón se ha metido en un callejón lleno de ratas y basura que, al removerse, ha despertado a los mendigos del pasado. Ese callejón se llama Ley de Amnistía de 1977.

Sí, porque en España hay una ley, curiosa, de 1977, que buscaba en su momento hacer un borrón y cuenta nueva. Ese borrón no era únicamente el de eliminar los presuntos crímenes de personas que se encontraban represaliadas políticamente (anda, como en Cuba...) si no también para eliminar los presuntos crímenes de derechistas y nostálgicos que, en número, superaron con creces a cualquiera cometido por la izquierda de entonces. Porque seamos claros, la Transición, ese monolito intocable, ese supuesto modelo de cambio a la convivencia perfecto y delicado, se erigió sobre sangre de personas e imponiendo un miedo que era relativamente cierto; el de una nueva guerra civil. Hay muchos mitos en la Transición, en esa ley de punto y final para perdonar a los que habían manejado el país a su antojo durante 40 años, creando entre medias una sociedad arruinada en muchos aspectos, el ético, el moral, el educativo, el económico.

Baltasar Garzón nunca me ha inspirado especial simpatía. Me parecía una estrella del rock judicial. Pero tiene una virtud, la de remover conciencias y buscar, en la práctica, el desarrollo del tercer poder, el judicial, de manera más o menos independiente. Y aquí es donde se tocan los huevos; porque la Justicia, igual que el Legislativo (dos de los tres poderes clásicos de cualquier Estado) están siempre al final bajo la batuta del Ejecutivo. Que hay apariencias, claro, pero que no cubren la realidad, por supuesto. No hay separación de poderes, únicamente, oligarquías gobernantes que manejan las formalidades de ciertos poderes.

La mayoría de los jueces de alta posición hicieron su carrera en las postrimerías del franquismo. Eso imprime huella. Y además, ahora, hoy, España tiene vivas muchas de las ascuas que soportaron ese fascismo íbero; el antinacionalismo (un exacerbado odio al catalanismo, al vasquismo y a todo lo que suene diferente al castellano) el clericalismo (un respeto a las instituciones de la secta católica, como garantes de una curiosa moralidad y ética) y el juego absoluto a cualquier poder financiero. Con esos mimbres, Garzón pensó, iluso, que podría abrir una causa "histórica" contra el franquismo y revertir, como hicieron sus leguleyos entonces (convertir a los rebeldes en "defensores" de la legitimidad y a los defensores de la misma en "rebeldes"...) esa traición a la historia y al pueblo español. Pero topó con un juego peligroso...

La Justicia en España no es injusta, es peor; es burocrática y politizada. Lenta, subyugada a los designios de unos cuantos políticos iletrados, manejada por sirvientes que desconocen el sentido de la independencia judicial. Pero dado que vivimos en un país, en un estado, en una nación, en un "algo" tan desastrosamente concebido, nunca asentado, jamás pensado en beneficio de todos, si no de algunos, y por tanto en un botijo del que beber disparates, no debería extrañarle eso a nadie.

A veces dan ganas de encontrar el botón de reinicio y apretarlo...

Un saludo,