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sábado, 31 de julio de 2010

¡¡Ética!!

Gritaba el mafioso aquel al inicio de "Muerte entre las flores". También es lo que claman todos los grupos de un lado al otro del espectro social-ideológico-religioso. ¡Ética! proclaman los católicos, aberrando del aborto y silenciando sus pederastias. ¡Ética! susurran los políticos, mientras los suyos se llenan los bolsillos de nuestro dinero. ¡Ética! golpean los fanáticos mientras cierran los ojos ante los desmanes que realizan.

Todos piden ética. El respeto a un conjunto de normas mínimas, de una moral que dicte los actos de su vida. Desde el eremita hasta el urbanita, del más tonto al más listo. Pero... ¿qué ética podemos tener, caballeros, si no sabemos ni qué es?

Kant se devanó los sesos con razonamientos tan impecables como el conducente al imperativo categórico. Pero ni con esas vale. No hay norma universal. No hay una ética universal. Nada es absoluto, por desgracia, pero tampoco tan relativo como para que se diluya.

Al final, la ética es lo que nosotros hagamos. Lo que construimos. Día a día. Poco a poco y en nuestro entorno. Limitando nuestra esfera de acción a lo inmediato. Si ascendiéramos, si tuviéramos más poder, descubriríamos la partida de ajedrez del control imposible de ganar, pues siempre hacemos jugadas tácticas poco éticas, siempre cometemos algún quebranto de las normas para, en teoría, lograr un bien mayor. Pero la realidad es otra.

De todas las normas éticas, yo tengo una valiosísima, poderosa y barata. La sinceridad. La honestidad. La franqueza. Ser quien eres, decir lo que piensas, hacer o no hacer lo que crees. La autenticidad es imposible de adulterar. O se es o no se es. Y no ser conduce a la represión de uno mismo, y eso torna en enfermedad toda contención, un pus que se alberga tras el silencio o la mentira.

Pero no es universal, no puede serlo. Sé que hay que mentir a veces, aunque no se sepa hacer bien. Sé que hay que retorcer la verdad, aunque no sea fácil. Y lo peor, a veces pensamos que decimos una verdad cuando no somos más que el ser subjetivo y con patas que somos, en realidad. Soy consciente de la miseria de dicha norma. Pero al tiempo, su imperfección la convierte en algo irresistiblemente bello.

Porque no hay perfección, ni belleza absoluta, ni nada completo, total y finalizado. Nada. Esa es la verdad, la puta verdad, como diría Javi. Y lo hace todo al tiempo tan, tan bello... como ver todo a través de un cristal precioso, límpido, transparente, mágico... con una pequeña esquina rota y alguna zona rallada.

¡¡Ética!! gritan todos... y yo digo, vale. Pero será local, temporal y personal. Y bastante...

Un saludo,