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miércoles, 6 de junio de 2018

El derecho a la felicidad.

En la constitución de EEUU dice, en su declaración y tal, esto:

Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad."

La búsqueda de la felicidad... Nada menos. Pero aunque tome otras de sus verdades como no ciertas (no somos creados iguales ni dotados por un Creador, aunque con el lenguaje de la época, poco se podían atrever a otras explicaciones) ésta la considero esencial. No natural, ni evidente. Esencial.

Desde que nacemos la inclinación de todos es la de hacer, la de ser, de manera que sintamos felicidad. Ese estado vaporoso que envuelve la realidad y la dota de un sentido, aunque dure poco. La felicidad es una cuestión muy seria. Se ha reivindicado siempre, incluso se ha jugado con ella en novelas (la risa en "El nombre de la rosa") y se ha ensayado desde Aristóteles y Platón sobre ella. Pero, curiosamente, la hemos convertido en un objetivo cada vez más difícil de lograr, elusivo por propia convicción. Porque maneras de ser felices hay muchas, aunque compartimos algunas en común la especie.

Dan Gilbert publicó hace tiempo un libro que resumía en cuatro cosas la verdadera  fuente de felicidad. Sexo, charlas, música y ejercicio. Y es cierto. 

El sexo nos proporciona placer durante una larga temporada de nuestra vida adulta. Se magnifica a veces, y otras se glorifica, pero también se estigmatiza o minimiza su importancia, que es mucha. Pero el buen sexo con alguien a quien se quiere es incalculable. No hay duda alguna. Deseo e inteligencia combinados provocan los mejores orgasmos. Y un orgasmo, o pequeña muerte, es la mejor manera de celebrar la vida.

Las charlas son también necesarias. Hablar y escuchar. Hablar para ordenarse uno mismo, sus pensamientos, emociones, dudas y visiones. Desahogarse es esencial y ahorra psicólogos. En las "charlas" incluiría sin pensarlo los libros, siempre, y películas también. Son diálogos los primeros reales, donde escuchas las voces de quienes escribieron, describieron situaciones y emociones o momentos e ideas que te alimentan, te aportan calorías intelectuales y emocionales. Y escuchar, porque no es sólo hablar y ser egoísta. Escuchar a los demás, encontrarles y encontrarte en sus palabras. Y las risas que se logran así son infinitas. 

La música es otro ámbito que yo, desgraciadamente, he tratado poco y mal. Nunca he aprendido a tocar instrumento alguno ni a bailar. Soy diestro de ambos pies y tengo un oído tapiando al otro. He crecido escuchando música de estilos heterogéneos, aunque he acabado cayendo en la circular y laberíntica del folk celta irlandés, escocés y también escandinavo. Me gustan también cantautores como Sabina o Hilario Camacho o el cachondo de Krahe. La triada de "La Mandrágora", sí. A veces he puesto música según mi estado de ánimo o lo he cambiado según la música que he puesto. A veces he logrado trances y otras explosiones simples de alegría o de furia. Me gusta la clásica. Me gusta más de lo que reconozco la popera, por días y estilos. Descubro siempre y siempre sé que la música es, junto a la palabra, una de las maneras más universales de comunicación.

Y el ejercicio... Aquí también tengo mis taras. Lo llevo de vuelta al sexo, porque descubrí el ejercicio físico tras la imposición de mi hermano (sí, una imposición que lastró, más que ayudó, a que le tomara gusto) como manera de practicar un mejor sexo. Cuando he estado en condiciones físicas buenas (recuerdo mis 75 kilos en el metro ochenta como un momento de gloria, a los 21 años, jugando al baloncesto todos los días y casi logrando hacer algún mate) he disfrutado de lo lindo, liberando las -inas (serotonina, dopamina y endorfinas) y logrando un estado feliz. Que se truncó al romperme la rodilla. Y que se cronificó en una relación de resta que me llevó a abandonar el deporte y llegar a ser un obeso de cuidado que llegó a los 100 kilos sin despeinarse. El ejercicio es esencial. Practicarlo con mesura, sin obligación, pero sabiendo lo que aporta. Las personas que conozco no son deportistas profesionales (aunque alguno hay) pero sí saben de su importancia. Correr (lo odio) nadar (lo llevo fatal) montar en bici (cada día lo hago) practicar un deporte (llevo sin jugar baloncesto demasiado) o hacer otros ejercicios es esencial. Y puedes conocer gente, escuchar música y, después, tener buen sexo.

El derecho a ser feliz es barato. Si logras tener un techo y comida, que implica en nuestra sociedad un trabajo, y equilibrar las obligaciones de todas las actividades, se puede. Y, desde luego, la felicidad no es baladí. No es un asunto que se deba postergar o eludir pensando en cosas "más serias" que creemos otorgan la felicidad (¿una casa más grande con piscina, un coche, un empleo bien pagado?). Desde mi separación he sido más feliz y mi hijo primero, y mi hija después, lo sienten, lo perciben, lo reciben. En el camino de la vida, ese paseo que incluye charlas, música, ejercicio y, quizá, sexo, es mejor ir andando dentro de la horquilla de pasos acompasados, similares, y no ir ni con la lengua fuera persiguiendo a nadie, ni retrasando tanto el paso que te sientes atrapado en fango. El ritmo es importante, y por eso, según con quién lo compartas, esencial. 

No he leído nunca un libro de autoayuda. Me encanta la filosofía (aunque hoy mismo hay leído un vapuleo a Nietzsche que me ha sacudido) y la literatura y el ensayo. En los libros, en la historia, en los pensamientos, encuentro lo que busco. No he buscado nunca un empleo mejor pagado con ahínco, olvidando mis principios, si no tiempo, tiempo para lo anterior. No me considero ni menos serio o maduro que cualquier otro, pero sí, si me preguntan, diré que he encontrado las palabras y he perdido el miedo (tras haberlo cultivado) a usarlas. 

Todos tenemos derecho a la felicidad, reza la constitución de EEUU. Sí. Y con esta afirmación, termino la entrada. No hay mucho más que decir.

Un saludo,