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jueves, 19 de abril de 2012

El debate de la Monarquía o la República.

Decía Stefan Zweig que entre la Monarquía absoluta y la Asamblea en Francia transcurrieron siglos; entre esa y la Constitución, un par de años; entre la Constitución y las Tullerías y la prisión del rey, meses; y luego, en días, la República. Naturalmente, hablamos del siglo XVIII y un momento histórico concreto. Pero hoy, en nuestros días, que todo se mueve con gran velocidad, en todas direcciones (adelante, detrás, a los lados, arriba, abajo...) no sé si se puede llegar a la fase de la República quemando otras etapas.

Oh, sí, no tenemos una Monarquía absoluta. Tenemos una Monarquía parlamentaria, que es constitucional en cuanto en tanto está así reflejada en una Constitución, y que funciona a modo de preservación de una institución históricamente ligada a un lugar o a un pueblo, esto es, mantiene una tradición. Las monarquías, en realidad, son eso, tradiciones. No realidades políticas. O al menos, no de manera efectiva, como antaño.

En el mundo, los reyes no son ya aquellos que ostentan una corona. Tampoco es que lo fueran mucho antes (Cancilleres, Chambelanes, Primeros Ministros, Banqueros...) pero es cierto que son símbolos. Símbolos de un pasado que, algunos, idealizan, y otros, demonizan. En su justa medida, son tan solo fantasías e invenciones que siguen usando fórmulas huecas como "Por la Gracia de Dios". Sea éste el que sea.

Un monarca juega un papel, en el sentido estricto; el papel de un símbolo. En algún caso, como España, se le quería dar función de la clave de todo el arco, sujección necesaria. Y suele tener sus defensores, que lo admiran, jalean y dan vivas para él (normalmente, sí, un hombre) como si con ello la euforia lograra generar mejoras en su vida. Que es posible que lo haga. También ocurre con los dioses, seres mitológicos y fantásticos varios. La dopamina segregada por quien cree en ellos es similar a la que un hincha de un equipo hace fluir cuando éste juega un gran partido.

Juan Carlos, rey de España, ha cometido una imprudencia pública. Irse de cacería de elefantes (a un coste de unos 40.000 euros) con su presunta amante y además haciendo que se conociera gracias a una operación de cadera en una clínica privada. Un jefe de Estado que pedía austeridad y sacrificios en su discurso de Navidad y que afirmaba no dormir por el paro juvenil. Pero no es el único; su nieto se ha disparado en un pie manejando un arma, algo prohibido para alguien de su edad (no para un Borbón, claro) y su yerno está implicado en una trama de corrupción en Baleares y Valencia que le ligan a políticos como Matas o Camps, entre otros. Y parece que, además, los negocios de Juan Carlos salen a la luz, también. Negocios poco claros. Se une además la visión ya no idílica de la familia, con todos llevándose mal y todo eso. Vaya. Como muchas familias.

A mí me daría igual todo eso. Que tenga chanchullos, pues como muchos políticos. Se le juzga y... ah, pero no. El rey tiene inviolabilidad. En jerga, que no es responsable de sus actos. Algo que parece más cierto tras la disculpa que dió, propia de su nieto Froilán. "No lo volveré a hacer", oímos decir a los niños y los que se portan como tales. Y tampoco podemos no elegirlo en la próxima convocatoria de elecciones para monarca.

La cuestión es que la persona, como digo, me da igual. Pero la institución, no. Ampara y protege de manera descarada varios abusos. No es democrática, pues nadie elige en referendum al monarca. No es trasparente, pues recibe un dinero de los presupuestos, esto es, los impuestos de todos, pero no sabemos la forma de su gasto. No es punible, pues el monarca no está sujeto como todos los españoles al Código Penal y Civil. Eso la hace ser privilegiada y por encima de la presunta igualdad jurídica que proclama la propia Constitución. No es, en suma, moderna, a pesar de los cientos de veces que dicho calificativo se trata de aplicar como coletilla a la misma.

Desde luego, estos no son los Fernando VII, Felipe V o Alfonso XIII. Ni mucho menos un Luis XVI. No pido una ejecución, no. Pido una remoción. Pido un cambio. Pido la eliminación, que sería lo más moderno, de la monarquía, de la institución. Dar las gracias por los servicios prestados (alguno hay) y abrir camino a un nuevo modelo de organización del Estado. Un modelo que implique cambios, regeneración, democracia, esfuerzo, trabajo, valores, mejora. Y las Repúblicas, siempre, son un primer paso a ello. Después podemos discutir qué tipo, si federales, unitarias, confederadas, presidencialistas, con doble tirabuzón... pero eso será un debate democrático, permisible porque es posible. Ahora mismo, sin remoción de la monarquía, es un debate denostado y fantasioso.

Y el tema del dinero, como siempre, doy la misma respuesta. Reciben en torno a 8 o 9 millones de euros. Aparte que todo viaje y logística va a cargo del Ministerio de Exteriores e Interior. Es poco si se compara con un presidente alemán, que cuesta entero con su administración unos 20 millones de euros. Pero ese dinero se puede votar y eliminar. El de la monarquía no. Por el asunto de siempre; que algo sea democrático o no.

En fin. Los que defiendan la monarquía como algo histórico y tradicional, también, les diré que la esclavitud estaba bien arraigada en el mundo mediterráneo hasta el siglo XIX. Y se abolió con mucho consenso. También otras costumbres. Porque las costumbres, algunas inventadas en el siglo XVIII y XIX con presunción de solera, son usos que los ciudadanos, si lo son, y no simple plebe, súbditos, lumpen y servidumbre, hacen y deshacen como humanos que somos.

En cualquier caso, corifeos de ambos lados aparte, argumentos hay siempre. La cuestión es el valor que adjudiquemos a cada uno de ellos...

Un saludo,