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lunes, 8 de mayo de 2017

The Macho.

Es curioso cómo en el inglés americano ha entrado la palabra "macho", viajada desde España y pasada por el tamiz mejicano o latinoamericano. Duro, asertivo, planta cara y resolutivo. Al estilo John Wayne, Clint Eastwood o Pérez-Reverte. 

Las palabras se mueven, cambian, mutan, añaden o pierden, pero eso es algo lógico, en consonancia con los tiempos. Me vienen a la cabeza dos películas de naturaleza similar, "La chaqueta metálica" de Kubrick y "El sargento de hierro" de Clint Eastwood. Ambas, con marines, creo, una ambientada en dos escenarios (Kubrick, siempre, sube la montaña, hace cima, baja la montaña...) que son el campo de entrenamiento y luego Vietnam. Otra, la de Eastwood, el campo de entrenamiento y aledaños y, luego... la risible invasión de Granada, un cachondeo. En ambas, hay instructores. La de Kubrick, uno real (qué pedazo de director...) que daba miedo y al que se enfrenta Matthew Modine con su genial "¿Eres tú John Wayne o lo soy yo?" y que provoca la reacción airada del instructor. Otra, la de Eastwood, donde es casi paródico de aquel, con su discurso de "He bebido más cerveza, meado más sangre, echado más polvos y aplastado más huevos que todos vosotros juntos, mierdecillas". En ambos vemos eso, el "macho". Ambos instructores. Y son penosos...

John Wayne era un modelo. Pero también lo era (manos a la cabeza) Jack Lemmon en "El apartamento". "Sea un mensch", le increpa su vecino médico. Jack Lemmon era empatía, gracia, inteligencia, cobardía, tristeza, mirada melancólica pero anhelante, mil cosas llenas de profundidad... ¿Mola más John Wayne o Jack Lemmon? ¿Molan más los "machos" o los "mensch"?

Al final es un problema de indefinición. La masculinidad (sin ser contraposición a la femineidad) está en constante desarrollo, proceso de cambio y redefinición. Hoy, en el mundo de mil redes para comunicar (aunque no comuniquen una mierda) y miles de censores agazapados, la corrección de lo que debe ser permisible es una tiranía, pero también una valla erigida desde cimientos básicos. Que denigrar, insultar, humillar o, hablando como un macho, putear, es un error, creo que todos estamos de acuerdo (aunque hay contextos, claro...) Pero también censurar, callar, obviar, recortar o perderse en perífrasis para decir algo resulta, a mi juicio, un error igual o más grave. El lenguaje debe usarse para describir con la mayor capacidad posible la realidad, para forjarla, delimitarla o rellenarla. El lenguaje preciso es una riqueza inasible pero inmensa, un premio por la claridad que aporta y los resultados que genera, las puertas que abre. Si se le obliga además a sortear obstáculos, puede suceder que caigan los menos ingeniosos y queden únicamente los más capaces, logrando cimas inéditas. Pero, al mismo tiempo, esa "clase media" quedará sometida a la mediocridad que nada aporta. El lenguaje debe ser, servir, fluir, sin obstáculo ni cortapisas más allá de las más básicas (no agredir gratuitamente, no mentir sin objetivo alguno o dañino, no ser innecesario, quizá, a mi modo de ver, el mayor pecado...) y poco más. O mucho más. Quizá me equivoco... pero el lenguaje y la masculinidad van unidos (como el lenguaje y la femineidad) porque sin el primero no se define el segundo. Por más que adelantemos un paso y demos un puñetazo en la barbilla a alguien, derribándolo.

Reviso el "Macho" yanqui y me sonrío. Entran personajes como David Hasselhoff (por cierto, icono kitsch de los 80, rejuvenecido y adorado en pelis raras como "Kung Fury" o "Guardianes de la Galaxia 2") o Bruce Willis, Kurt Russell (sí, sí, lo sé, adoro "Escape de..." y alguna más...) el citado John Wayne, claro, Clint Eastwood, Bogart, Steve McQueen, Mel Gibson, Charles Bronson... testosterona, pelo abundante, licor, sonrisa cínica, dureza, puños, armas, rebeldes, cinismo, resolución, liderazgo a la vez que se es fieramente individualista... y más, muchos más rasgos. De eso hemos bebido muchos, durante mucho tiempo. Y por supuesto que en los corrillos privados de amigos (los íntimos, los de confianza) decimos aquellas cosas de "jo, qué tetas más grandes" o "qué culo más imponente" o "vaya cuerpo tiene" y demás cosas. Pero eso, que en privado es un momento de culpable satisfacción, en público puede ser ofensivo. Los feminismos (que hay de todo color y pelaje) suelen responder, atacar los estereotipos, jugar contra los roles, principalmente, éste, el del "Macho". Y muchos hombres, por otra parte, seguimos revisando nuestros roles, nuestros modelos, nuestras enseñanzas, pensando que una cosa es la ficción, la intimidad, la esfera de lo lúdicamente privado, y otra la pública, ese espacio donde aunque parece que se tiene que mover uno con pies de plomo, hay que saber cuándo no ofender gratuitamente (otras veces, ofender a sabiendas, buscando la herida verbal, la agudeza de la palabra que penetra exactamente donde debe, es una necesidad de la inteligencia molestada... pero el momento, el tiempo, la situación, la reacción, la capacidad... tantas cosas...) o cuándo no hacer daño. De nuevo, lenguaje...

Yo no quiero abolir el "Macho". No quiero tampoco el modelo feminista de réplica en espejo. No quiero tampoco la censura, venga de donde venga. No quiero el lenguaje limitador, expropiador, pobre. Querría, de verdad, a Jack Lemmon, por poner un ejemplo, de modelo. Sí, me gustan William Holden, sí. Sí, y Sam Peckinpah. Sí. Y más. Muchos más. Pero creo que nadie ha tomado en serio (quizá porque no es su objetivo) pensar en un modelo así... 

Además, como él mismo dice en "Con faldas y a lo loco"...

"No me comprendes, Osgood. Soy un hombre". 

Y todos sabemos la respuesta, perfecta, de un perfecto Wilder, que incluye todo (hombres y mujeres) y que es sublime. 

Nadie es perfecto.

Un saludo,