Lars von Trier estrenará su
próxima película, Nymphomaniac, en diciembre. Concretamente, en Nochebuena. Zum, zum, zum. Perdón por la onomatopeya
onanística...
Es curioso que, al hilo de esta
película, haya detectado una aversión al sexo en diferentes grados. El de
sentirse incómodo al hablar de ello (normal) el de negarse a hablar de ello en
todo momento (raro) y el de oponerse con variable intensidad al tema en todo
sentido (muy extraño)
Participamos de una educación
judeo-cristiana reforzada por cuarenta años de nacional-catolicismo, más un
ambiente colérico contra todo tipo de desnudez, sea la del cuerpo, sea la de la
verdad. Porque eso es lo que me entusiasma; la desnudez del cuerpo es la de la
verdad absoluta. Cada pliegue en él visto, cada grano, irregularidad, grasa
acumulada, extraños lunares, pelos, formas, es lo que es, sin ningún tipo de
mentira. El cine-ojo de Vertov, el ojo de Buñuel, el ojete de Carlos Areces, todo
eso está en el cine; la búsqueda de la desnudez real, la psicológica y la
física. Y puede ser bella, indiferente o fea.
La prohibición logra lo
contrario, muchas veces. Si no hay acceso a la pornografía, se cotiza y busca
con más ahínco. Miren Japón; un videoclub allí tiene, pongamos, 5 metros cuadrados
de películas “comerciales” y 100 de películas pornográficas de todo tipo, todo lo imaginable. Aquí también tuvimos algo similar, y los cines X, en extinción, gozaron
de clandestino éxito. Prohíbe más, y más querrán de eso.
A día de hoy, se diluye en el
nada dramático mundo de Internet el acceso al porno. Cientos, si no miles, de
páginas, donde hay contenidos de todo tipo. Pero, de alguna manera, sigue
encubierto. Nadie comenta en una conversación, salvo íntima, en voz baja, qué
páginas ha descubierto, usa y ve. Por otro lado, la mayor difusión ha
trivializado el misterio. Antes, ver una pelirroja follándose a un negro, por
ejemplo, era exótico. Ahora resulta trivial.
Pero hay un ámbito donde esto no
ha cruzado el umbral de la normalidad. Descontando “Garganta profunda”, película mítica que, a este paso, habrán visto
en su estreno más de mil millones de personas (las mismas que fueron al
concierto de Las Ventas de The Beatles,
o que salieron a las calles en mayo de 1968) no se ha hecho en el cine
comercial más que tímidos intentos de reflejar en pantalla ese momento siempre
elíptico. La práctica del sexo. Follar.
“Fóllame”, “Romance X”, “Shortbus”, “The brown Bunny”, “Ken park”,
“La novia de Lázaro”, “Nine songs”… todas son películas
estrenadas en circuitos comerciales, ajenos al mundo del porno, pero con
elementos atribuibles a éste. Poco o ningún éxito. Alguna más sí ha tenido más
triunfo, como “La vida de Adele”,
quizá por ser más bien homosexual (entre mujeres) y no ofender en pantalla con
una polla venosa, enhiesta, tiesa, de testículos botando. Y una penetración,
clara, explícita. Porque ahí radica la gracia, creo que es ver un pene, una
polla o un pollón lo que escandaliza. Lars von Trier dio en el clavo con ello.
A mí me sorprendió de pronto, en “Los
idiotas”, ver en la escena de orgía una penetración. Era completamente
lógica, coherente, la imagen. Pero aun así, me sobresaltó. El año, 1998. Y en “Anticristo”, además, la brutal
masturbación sangrienta. Eso me dolió, literalmente, en todas mis partes. Y
logró su objetivo. Me transmitió una sensación, una idea, más fuerte, más
impactante, que usando elegantes elipsis, metáforas y códigos añejos.
En el cine comercial encontramos
un fenómeno curioso. Es lícito, cuando no deseable, ver una efusión de sangre
roja. Si le acompañan restos de cerebro, o de carne o de hueso, no pasa nada.
Podemos ver el momento en que estalla un soldado norteamericano que lleva
lanzallamas en “Salvar al soldado Ryan”,
salpicando de restos al protagonista, Tom Hanks, y decir, simplemente “qué
verosimilitud”, como la de arrastrar medio cuerpo, intestinos fuera, por la
playa. Podemos ver entera la serie “The
Pacific” y horrorizarnos por lo explícito de la muerte, la crueldad del
combate, las heridas, los espantos de la lucha, pero pensando que “está bien
verlo”. Ahora bien, cambiemos las salpicaduras por semen, los cráneos rebanados
por piernas abiertas mostrando genitales, las peleas mortíferas por posturas
sexuales y, casualmente, el mismo que no se escandaliza, no echa pestes ni
lanza soflamas moralizantes contra la muerte y la destrucción, la mutilación,
la guerra, la violencia, todo eso a lo que llevamos décadas acostumbrados (es
heroico, magnífico, épico) lo hará con una virulencia inusitada contra esas
secuencias de sexo explícito.
Insisto, el desnudo femenino no ha
sido nunca mal visto. Es corriente, para dar un poco de voltaje a los hombres.
Ver a una actriz famosa medio desnuda, desnuda, insinuando, es de sonrisa
pilluela. ¿Y si la viéramos mamando una polla? Chloë Sevigny tuvo que aguantar
a cierta prensa y público atacando en manada, sin reparar siquiera en la
película. Margo Stilley ha sido estigmatizada. Un caso de viaje contrario,
Sasha Grey, es ninguneado. Y ahora dato curioso… ¿nadie habla del protagonista
masculino? De nuevo, el terror al pene…
Terror que voy a condensar en una
anécdota. Finales de los 90, inicios del 2K, despedida de soltero de un amigo,
visionado (preceptivo, obligado) de peli porno en su casa, mucha gente. Un
comentario no despierta pasión, de un espectador; “mira, la actriz tiene celulitis”,
dice, mientras la golpean las cachas metiéndole la polla; ninguna reacción.
Primer plano de ésta penetrándola, agitar de testículos contra su culo, me da
por decir “mira, se le ve la costura de los huevos, al menda”. Reacciones de
sorpresa, agitación, algún cabreo,
estupefacción… año 2013, aun lo recuerda más de uno de los presentes y también
de los ausentes. ¿Es más llamativo hablar de genitales masculinos que de los
femeninos, incluso en una peli porno? Pues sí. Quizá miedo al sentimiento
“progay” al hablar de ello, en lugar de tetas, culos o bocas. Inseguridad.
Curioso…
No voy a pedir perdón por el
lenguaje utilizado. En su lugar y homenajeando al arte del sinónimo, remito a quien no se vea como puritano,
miedoso, fóbico del sexo, tendente a pensar que es basura, no es arte, resulta
repugnante y debe estigmatizarse, ocultarse y prohibirse, como hasta ahora, a
esta canción:
Un saludo,