Buscar dentro de este batiburrillo

sábado, 31 de diciembre de 2016

Felicidad tenebrosa.

Algo que no tiene que ver, "Fouché, el genio tenebroso" de Zweig... me gusta la palabra. "Tenebroso". La emparento con sombras, tinieblas, miedo... la bruna brumosa tarde umbría... es la "br" lo que le da la pauta, la "br" de temblor, de castañeo, de desasosiego, de escalofrío. 

¿Puede ser así la felicidad? Rotundamente, sí. Una felicidad en tinieblas, perversa, sombría y oculta. Una felicidad agazapada entre oscuros hielos, sin derretirlos. La felicidad que no se muestra, pero existe...

Yo tengo una rara concepción de la felicidad. La considero algo así como "todo encaja". Ves el mundo y sus piezas y sientes orden cósmico, aunque sea caos sideral. Es más, sabes que es caos sideral. Pero la sonrisa, igual que la de Drácula cuando le invitan a pasar a la casa, ya sea en el rostro de Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman, está. Puesta. "Salí de casa, con la sonrisa puesta..." ¿Ven? qué caos, qué mezcla...

Este año, como todos, han muerto muchos. Leonard Cohen me ha afectado más que el Nobel de Bob Dylan. Debbie Reynolds más que Carrie Fisher. A Prince y George Michael no les tenía trabajados en mi oído, pero duelen. Y he tenido una rara sensación. Lloramos, enterramos y olvidamos. Y yo no olvido... siento que acumulo en los columbarios de mi mente más máscaras de cera que rostros vivos.

Toda vida es absurda sin su muerte. No nos lancemos, sin muerte, la vida es un sinsentido mayor de lo que ya es. Sin muerte, sin "LA MUERTE", sea la de Pratchett o la de Bergman, Woody Allen no tiene gracia. Ni nada. Cuando llega el momento, alguien te hace balance, resumen (maldita necesidad) y califica según valores que no tienen valor alguno. Qué pérdida de tiempo... si es un músico, uno recuerda instantáneamente aquella vez que descubrió la letra o la música y la bailó en un lugar, su cuarto adolescente o la FNAC. Y los sueños que provocaron, ese extraño despertar, esa rara felicidad que preludiaba la realidad. Y tararea de pronto notando con ojos abiertos y nuca rígida la cercanía de la muerte. Por eso, Kubrick, que era un cabrón, hacía cantar a Alex aquella maravillosa "Singin' in the rain" retrotrayendo al espectador a un momento emocional tan opuesto y dispar... la felicidad de Gene Kelly convertida en felicidad de Alex asesino... seguro que uno escucha a George Michael y siente esa cercanía, cuando una canción suya fue hit hormonal un día... y es bueno. Es felicidad. Perseguida por tinieblas, pero felicidad...

Los romanos celebraban la muerte y la resurrección del mundo de manera rural. Estacional. Así copió el cristianismo. A día de hoy, con el cambio climático y días de diciembre que parecen veranillo de San Miguel, quizá la religión se acogote sola por la extrañeza de ir en mangas de camisa entre sol y cielo azul, en lugar de nieve y niebla. Pero tiene algo malo. Perderemos sensación de muerte. Porque sin muerte, la vida, digo, reitero, no tiene valor (más allá del poco que tiene y nuestros genes conceden mintiéndonos hormonalmente)

Y regreso... yo estoy feliz. Asquerosa, indecentemente feliz. Me da igual el cambio de año. Me da igual el año. Aborrezco los miles de wassaps que se envían y las felicitaciones de cambio de año cuando al día siguiente es... al día siguiente. Ponemos la barrera, mojón de Jano bifronte, para idealizar un cambio. Un cambio que no es cierto. ¿Qué cambio puede haber? Somos impulsos, motivación difusa, sentimientos aherrojados a duras penas por civilizaciones que los matan... ahí parezco un defensor de las tesis de Robert E. Howard, civilización que es muerte de lo primario, lo real, lo interior... un Conan que dice lo que quiere y hace lo que desea... un Solomon Kane en perpetuo conflicto por lo que debe y lo que es...  ¿Saben qué? Estoy feliz porque puedo estarlo. Bajo capas sombrías. Sobre tierras duras.

Así que puedo decir, creo, que tendré, espero, quizá en resumen, o... Bien, este año. Y el siguiente. No me paro a contar números. No me detengo a contar nada. Al final, todos los años, toda la vida, todo el tiempo del mundo, que sabemos es limitado, y a la vez, dilatado.

Un saludo,

viernes, 23 de diciembre de 2016

Repasos. ¿Qué tipo de repasos?

Si me pongo tontorrón, que es fácil, me pondría a glosar el año 2016 en cuanto a hechos personales. Pero no. Eso es una tontería. ¿Debo limitarme al marco temporal, ficticio, de eso que llamamos año, 366 días, etc? Me niego. Pero sí diré que he hecho algunos descubrimientos.

El primero, que se puede leer, y mucho, siendo padre, trabajando y estando cansado. En una rápida cuenta, saco de media 1h y 30' al día (otra tontería, creer que el tiempo de lectura es tiempo de calidad, cuando a veces es tiempo robado, un marco absurdo que no dice nada del contenido) entre viajes en tren, desayunos solitarios y momentos variados. Estoy deseando que eso crezca, como mi enano, para sentarnos en el sofá, tocándonos los pies, o superpuestos, bajo una manta, no mirándonos, si no inmersos en nuestros libros, cada uno el suyo. Un día lo conseguiré...

El segundo, que se puede publicar un libro y... que nada cambie. Bueno, en realidad ya pasó antes. Con el primer libro, "Sangre de hermanos" (que se vende más ahora que al inicio, qué cosas) tuve el reflejo ególagra adolescente y creí que sería un trampolín, una catapulta, una lanzadera de Cabo Cañaveral a la fama y todas esas sandeces. El segundo, "Relatos de un peatón sin aire", me dejó calmado. Iba con editorial, que es como lo de antes pero despreocupándome. Y aún no sé ni cuánto ni cómo he vendido (me figuro que más bien poco) pero vivo sin ningún tipo de problema. El tercero, no sé cuándo ni cómo llegará. ¿Serán relatos de esos que entran y salen del cajón, que leo, escribo, borro, releo, reviso, corrijo, tiro o alabo? ¿O quizá alguna de las malditas novelas que perturban a veces mi imaginación? Ni idea. Me importa poco. La fantasía no tiene por qué vivir plasmada en palabras impresas. Vive en nosotros, si queremos, si deseamos soñar. Y es tan sencillo...

El tercero, que todo pasa. Todo. Lo bueno y lo malo. Y lo bueno deja poso igual que lo malo se olvida pronto. Mi gato, mi cálido gato, está bien, entero, después de meses de idas y venidas. Ya no recuerdo los maullidos iniciales, el golpe, la sangre y la herida. No. Sólo me quedo con su ronroneo suave, sus bigotes largos, su morro húmedo y sus patas blandas. Mi gato. Las urgencias, los deseos insatisfechos, los miedos, las penumbras donde acechan monstruos de esos que no tienen forma, me importan ya menos. Todo pasa. Maldito Heráclito. Ya no hace falta leer casi nada más tras él. Ese río suyo es perfecto como explicación del mundo.

Y hay más, claro que sí. Pero esos, como he dicho, los repasaré yo, para mi goce personal. Y los que deba compartir con quien deba, en privado. Que las bitácoras no recogen todas las derrotas del navegante, a veces...

De todos modos, el año no terminó ni empezó el siguiente, así que... lo dejaré aquí. Disfrutad del calendario festivo, los muaks muaks, las felices fiestas, el solsticio, las Saturnalias, la Navidad, la  mitologia del paso ante Jano del año nuevo y todo eso. Y de las luces y las mentiras, siendo las primeras que nos ciegan y las segundas que, casi siempre, delimitan la verdad, sea la que sea. 

Un saludo,

lunes, 5 de diciembre de 2016

"Ay, las cosas que hago por amor"

Jaime Lannister, medio desnudo salvo por un camisón medieval, follándose a su hermana Cersei en un torreón algo derruido de los Stark. Todos tenéis esta imágen (si no has leído o visto "Juego de Tronos", no pasa nada; es al inicio... y si te enfadas por el descubrimiento, no es mi problema) y sabéis qué viene a continuación. "The things I do for love". Una frase que condensa muchas cosas, aparte de un empujón aparentemente sin preocupación y que provoca un enfrentamiento épico.

Hacemos tantas cosas por eso que llamamos amor, que no nos paramos a pensar en ellas. Mentimos, ocultamos, engañamos, seducimos, tergiversamos y recolocamos. Viendo hoy "The Crown" me ha venido esa frase a la cabeza, cuando el Duque de Windsor (un David...) contempla nostálgico la ceremonia de coronación de Isabel II, su sobrina, mientras un invitado grosero pregunta "eh, y a todo eso renunciaste tú, ¿por qué?" y él mira a Wallys Simpson y cabecea, duda, hasta que ella le responde. "Por amor". Y él calla. Otra mentira sobre mentira.

Mentimos por amor. Engañamos por amor. Porque el amor es una palabra que hemos inventado para describir una situación que no comprendemos del todo. Alguien (nuestro padre, nuestro hermano, nuestro hijo, nuestra pareja) nos provoca una sensación extraña, diferente a la que otros nos generan. Y tratamos de encasillarla, como Aristóteles, en una categoría que nos permita avanzar y no morir en el intento de clasificación. Eso es amor, eso amistad, aquello vecindad, lo de ahí casual encuentro y lo de allá odio. A ese le queremos para conversar, a este para ver películas, a aquella para follar, a la de allí, para soñar. Ese será el padre de mis hijos, ese será el amigo íntimo, aquel el deudor de nuestras confesiones, aquella la receptora de nuestros cotilleos. Hay muchas personas, y muchas relaciones, y no es unívoca la categoría (se entrelaza, puede ser la misma persona, o varias...) como tampoco es único el individuo que somos. Somos muchos, somos legión, y creemos que las voces en nuestro interior están calladas cuando en realidad forman un coro ensordecedor que nos atemoriza. No soy, somos. Y muchas veces, ni siquiera sabemos qué.

Mentimos por amor, sí. Porque creemos en la felicidad. Mentimos como me mintió mi hermano aquel día, con una sonrisa. "Nuestro hermano está bien, un accidente". Y mientras, estaban amortajándolo. Mentimos por cariño. "No, hijo, no me iré lejos, es... temporal". Y mi madre vivió casi medio año separada de mi padre y de mí. En su momento, no pude comprender la magnitud de esas mentiras. Duró la incomprensión en el primer caso instantes. En el segundo, sentí odio, luego entendimiento y, ahora, admiración. Mentimos por amistad. "Es un buen chico, lo habrá hecho sin querer". Y en realidad, quería. Mentimos, en definitiva, porque es la manera de evitar que los actos trasciendan las palabras y les demos otra denominación que conduzca a la violencia. No queremos, no deseamos llamar crudamente a las cosas por el nombre que más se acerca (aunque cada vez más creo menos en la precisión del lenguaje; lo siento, Wittgenstein...) y preferimos el relato, la ilusión. La mentira, en definitiva.

Nos mentimos por amor. Hemos creado una sociedad donde hemos puesto el amor y la libertad, el individuo y otras sandeces como santos de un nuevo altar. El humanismo, el hombre como medida y fin de todas las cosas. Creemos de pronto en los amantes de Verona como el epítome del amor puro y cortés, que lleva como a Marco Antonio y Cleopatra al suicidio perdiendo imperios. Creemos en esa libertad de los individuos para forjar destinos (siempre me casa esa palabra con desatinos... no sé por qué) y liderar caminos. Creemos en la libertad de elección cuando es nuestro cuerpo, para nada individual, el que decide y luego nos vende, como buen publicista, que la idea era nuestra. Creemos en mentiras y la del amor es la mentira suprema. No es la economía, estúpido. Es la bioquímica.

Nos mentimos respecto del amor. Lo llamamos amor y en realidad es una pléyade de sentimientos diferentes. Puede ser cariño destilado con los años, puede ser arrebato pasional, puede ser necesidad física, urgencia intelectual. Puede ser dependencia, económica, sentimental o puramente visceral. Pueden ser tantas cosas que lo reducimos a "amor". Son sentidos, sentimientos, chispazos y tormentas eléctricas. Son necesidades, son temblores del yonki. "Amo las carreras". Tanto que soy capaz de estrellarme como Ayrton Senna. "Amo la caza". Hasta el punto de fallecer de pie pegando tiros. "Amo el juego". De tal manera que pierdo hacienda, nombre y familia (algo que ya pasó en mi familia). "Amo..." lo que usted elija, sagaz lector. Sabes que es mentira. Es la pasión de la bioquímica.

¿Qué queda cuando las conexiones no rinden más? El entorno, la sociedad, el relato cultural al que nos hemos suscrito. Y la mentira. Pero sobre todo, saber que la literatura es el mayor fondo humano de la mentira. Desde Ulises, las mejores historias son de mentirosos, ilusionistas, titiriteros de la realidad. ¿Alonso Quijano, qué es si no un mentiroso que se miente por amor a las novelas de caballería? ¿Es alguien Falstaff? ¿Creeríamos en un Cyrano? ¿Por qué nos gusta tanto Di Caprio como Lobo de Wall Street o cualquier otro estafador? Porque mienten.

Quizá la mayor belleza es encontrar verdad en la mentira. Un día, de pronto, examinar nuestras historias, relatos, experiencias, sentimientos, y encontrar que había una parte de engaño, ilusión, un manto sedoso tejido con palabras e imágenes que nuestro querido cerebro manipuló mientras dormíamos. Y, repentinamente, apartar ese camisón y descubrir que bajo él no habita una piel joven, tersa y resplandeciente de carnalidad sensual, si no la verdad. La edad. La realidad. La muerte. Porque si la vida es mentira, la única verdad que permanece es, simplemente, la muerte. Y entonces, como el más cuerdo sabe, hay que reír, estruendosamente, a carcajadas, perdiendo el sentido, arrebatándose a la lógica, que es otra mentira. Hay que saludar la vida con la sonrisa del que sabe que, mañana, incluso hoy, ahora, puede morir.

Eso es lo que quizá sí podemos hacer por amor. Saber...

Un saludo,