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jueves, 11 de enero de 2018

Las reglas del juego.

Quizá venga al pelo la magnífica película de Jean Renoir, "La regla del juego", sobre lo que voy a reflexionar y opinar (y recalco, OPINAR) para ilustrar un curioso asunto.

Iniciemos. Todos aprendemos de niños que los juegos a que jugamos tienen reglas. Tratamos siempre de saltárnoslas y hay diversos métodos para encauzar al niño, ya sea dejando el juego, modificando ligeramente las reglas para adaptarlas al pequeño, dejarle ganar alguna primera vez, alternar diferentes juegos... la idea es que aprendan que hay un sistema normativo que envuelve su actividad concreta, la lúdica (realmente, toda actividad...) y su modo de relacionarse con los otros participantes de dicho juego. Bien. La tentación de hacer trampas (al inicio, burdamente, incluso soltando a veces un inocente "no mires" que preludia la trampa, pero más adelante exhibiendo ya artimañas elaboradas y sigilos propios de ninja) es constante, siempre. ¿Quién no ha deseado hacer trampas en los deberes, un examen o trabajo, en las entrevistas, en un trabajo para ascensos, y, siempre, en una relación? Ulises, el primer ejemplo de mentiroso, es hombre y usa el lenguaje como medio para sus fines. Mintiendo, claro.

Bien. Hemos llegado a un punto que es el de las relaciones entre hombres y mujeres. O entre mujeres y hombres. Permítanme acérrimas defensoras del lenguaje inclusivo que, siendo hombre, no por otra cosa, ponga "hombres y mujeres". Me conozco más a mí que al sexo femenino, y no por ser del sexo masculino, si no por ser yo mismo. En suma, dejaré de pedir disculpas por adelantado (una cuestión que puede explicarse por lo que más adelante narraré) y paso al punto ese de las relaciones.

Dos personas suelen relacionarse en base a un primer paso que es el del prejuicio. Observamos, escuchamos, y aplicamos una categoría que hemos aprendido (APRENDIDO) a lo largo de los años. Si eres niño, que las niñas son débiles, lloronas, imprevisibles, arteras, manipuladoras, más paradas y cobardes, histéricas, y tienen (si estás en esa edad de hormonas ya revueltas) una capacidad de complacer más amplia que la de uno mismo con sus mañas o manos. Prejuicio aplicado. Después está el segundo paso. Escuchas, ves, (entendiendo que te atrae la otra persona tanto por amistad como por interés sexual o por mil motivos diferentes) y puedes comprobar que ni es tan débil, ni tan llorona, ni tan imprevisible, ni tan artera o manipuladora ni tan cobarde (prudente puede ser por el prejuicio, basado en realidades, de que los hombres tendemos a la violencia) y ni mucho menos histérica. Y que si tiene, como tú mismo, las hormonas revueltas y os gustáis, puede que podáis aplicar la capacidad de complaceros mutuamente. O sin necesidad de hormonas, puede haber complacencia en mil cosas diferentes tan importantes o poco importantes como el sexo. Pero las señales siguen siendo necesarias. Así, al inicio, en esa edad temprana, no las reconocemos porque no las hemos vivido, partimos de la experiencia ajena, de la educación recibida, de las ideas y expectativas. Por ejemplo, somos incapaces de ver la pupila dilatada, la sonrisa, el gesto en el pelo o la postura corporal. Podemos intuir, pero no saber. Y errar. Y equivocarnos. Y en el error, aprender. Por entendernos, es como iniciar una partida de mus con las cartas sin saber qué representan, qué valor, cómo se juega cada ronda y qué significan esas señales con los ojos, la boca o la lengua que se hacen los contrarios...

Vayamos a la experiencia ajena y la educación recibida. Normalmente, nos educan generaciones previas a las nuestras, de entre 15 y 50 años, pongamos, de distancia. Eso significa que ellos no se han adaptado al nuevo tiempo con la misma celeridad y hacen de su hábito, y costumbre, ley. Hoy no me sorprende leer en páginas como Ascodevida, TL de Twitter, estados de FB, antiguamente cosas en Tuenti, y más y más redes sociales además de periódicos, foros y tal, diatribas contra la actuación de chicas y chicos. Siguen vigentes términos como "calientapollas" o "torpe", según se aplique a una (siempre con más virulencia...) u otro. Existe todo un catálogo de situaciones en las que los hombres suelen cagarla, como las mujeres. Y es curioso observar que, si es cierto la mitad de lo escrito (dudo de la veracidad de casi todo) las reglas del juego siguen siendo más o menos las mismas y más o menos cambiantes en las formas pero no en los contenidos. El aprendizaje sigue adelante, claro que sí. 

Si descontamos a los hombres que creen que pueden hacer a pesar de la resistencia o negación ajena lo que quieren (y ojo, sea con mujeres o con hombres, porque el caso  de esos hombres -y mujeres, que diría Loreta- es porque su educación les lleva a cosificar al resto, categorizar, quedarse en el primer paso sin más del prejuicio) y que, por tanto, necesitarían una reeducación (no hablo de campos en Siberia, Burgos o islas desiertas...) el resto somos (me incluyo) una nebulosa que tememos siempre lo mismo. Cagarla en el juego por desconocer todas las reglas y/o carecer de las destrezas suficientes para jugarlo.

Las reglas del juego de la seducción o la pareja no son claras. ¿Qué es pasar la línea? ¿Qué línea? ¿Quién la traza? ¿Sobre qué fundamentos la traza? Los movimientos pueden parecer agresión y las parálisis, indecisión igual de grave. ¿Quién inicia el cortejo? ¿Cómo es ese cortejo? En muchas culturas varía, tanto en lo geográfico como en el tiempo. Puede ser ella o puede ser él. Transgredir esa norma es siempre un acto rebelde que puede producir inesperadas consecuencias. En "El hombre tranquilo" (que siempre recordarán como película machista y bárbara donde John Wayne le pega azotes a Maureen O'Hara y luego la arrastra por un prado hasta devolvérsela a su hermano, arrojándola con desprecio, y que como película machista y bárbara debería desaparecer quemada en una hoguera según ciertos polos extremos...) el cortejo comienza cuando éste, el hombre, ofrece agua bendita de la pila a la mujer tras salir ésta de misa. ¿Eso es acoso? Previamente hemos visto los encuadres donde ambos se regalan miradas y gestos llenos de complicidad y tensión amorosa (no diré sexual, que luego me crujen) y por tanto, entendemos como espectadores que ambos se gustan, usando jerga que no pasa de moda.

Mil señales a las que estar atentos y que, sin embargo, pueden conducir a errores. La femme fatale de la novela negra es un ejemplo insuperable de prejuicio del que aprendieron muchos. Algunos volverán a acusar de misoginia a los Hammett o Chandler (qué viejuno soy, sí) por meter esos papeles no protagonistas de mujeres terribles que conducen a trampas mediante seducción a los hombres. Yo sigo penando por la dureza que supone para Bogart mandar a Mary Astor al cadalso, sabiéndose enamorado. O me da pena la torpeza infantil de Fred McMurray frente a una maquiavélica ama de casa como Barbara Stanwyck (qué viejuno soy, sí) y los miles de arquetipos similares donde el hombre duro queda convertido en arcilla en las manos de ellas. Es una forma de mostrar, desde el lado de la masculinidad, que los hombres también se equivocan y por muchos bofetones o golpes que den a las mujeres tratando de reafirmarse, son torpes, tontos, débiles y manipulables. 

Quizá la receta sea simple; confianza. Confiar en que la otra persona entienda qué sucede y que estáis en el mismo plano de existencia. Lógicamente, hay líneas que creo inamovibles. Si una mujer dice "No" con la mirada, con las manos, con la palabra, es no. Simplemente. No. El juego ahí no va de insistir. Va de reconocer. Hay noes firmes y claros. Y aunque pueden existir noes que invitan a reformular, será siempre dentro de las reglas de ese juego privado. En la seducción, inmersos ambos, hay un juego que sólo ellos dos conocen. Hablo de dos. Quizá pueda ampliarse, pero no sabría escribir sobre eso. Como digo, ellos dos conocen sus reglas. Propias y externas. Las propias son más ricas, pues se intercalan con las ajenas y están en constante construcción, modificación o derribo. Pero al inicio, sin confianza, aunque uno se lance de buena fe, puede errar. ¿Por qué? Porque no conoce las reglas, tiene únicamente las sociales, las de su entorno. Educación, educación y educación...

Ahora mismo hay una campaña nacida de las denuncias contra Harvey Wenstein (#Metoo) que ha subido y engordado hasta llegar a los Globos de Oro con Oprah Winfrey (un icono de tantas cosas en EEUU), aumentando con denuncias contra James Franco por parte de tres mujeres que le acusan de abusos o molestias o acoso (curiosamente, justo tras ganar un premio, aunque me han explicado que motivadas por la chapa que lucía James Franco en lo que es un alarde de cinismo...) y por el camino, llena de declaraciones torpes o balbucientes de personajes como Woody Allen o Quentin Tarantino, entre otros, además de un carromato lleno de palabras, buenas y malas intenciones, recordatorios (directores como Polanski) y casos nuevos o ampliados (Oliver Stone, Ben Affleck, Lars von Trier, Louis C. K., Steven Seagal, y muchos más) que a algunas (como el manifiesto firmado en Francia por Catherine Denueve y otras, tintado de antiamericanismo de manual) les parece una Caza de Brujas. Entendiendo aquel término como algo inserto en el Macartismo y no, por una vez, en el Imperio Español. Ya tenemos un clima.

Twitter y FB se han llenado de denuncias al hilo de esa campaña, y periódicos como El Diario publican una sección de "micromachismos" o prestan atención constante a casos concretos que las personas (mujeres, en su mayor parte) envían. Me parece bien que exista el clima. Me parece perfecto que las mujeres que se hayan sentido acosadas, que hayan sufrido abusos o que hayan sido víctimas de agresiones tan graves como una violación, lo denuncien. Me parece imprescindible que exista una punibilidad de dichas acciones acorde a las mismas, esto es, justas, y que reciban atención, ayuda y compensación por lo sufrido, máxime si estaban en situaciones de desequilibrio (profesional o económico) propicias al abuso de poder. Me parece necesario que exista una educación social donde hagamos del trato entre hombres y mujeres o mujeres y hombres algo igualitario, real. Que no se quede nadie en el puñetero primer paso del prejuicio, opinión y creencia sin más, cosificando, haciendo objeto al sujeto. Creo que es necesario impregnar la sociedad de esto, que no sé si es feminismo o simplemente búsqueda de la igualdad.

No voy a oponer ningún "Pero..." porque a lo dicho no hay peros que valgan. Sí me reafirmo en las preguntas previas. Podría escribirse un libro titulado "ligar en los tiempos del #Metoo sin perecer en el intento" o similar, que seguro quedaría obsoleto a los dos días, porque como he dicho, el juego del cortejo, de la seducción (no me gusta el uso el término "conquista", que implica muchos matices a los que deliberadamente renuncio...) y de la relación sensual y sexual es complejo y se formaliza mediante reglas subjetivas, muy personales. Y me asalta una nueva cuestión... ¿Es posible criticar algo sin caer, de pleno, en uno de los monolíticos bandos que siempre, en esta cada vez más sociedad binaria, se conforman? Porque antaño creía que los matices, las escalas de gris y los equívocos eran la esencia que entretejía el ser humano, pero parece últimamente que, como en las películas clásicas de Star Wars, todo se reduce a una lucha entre lado Luminoso y lado Oscuro. Y lo mismo que términos llenos de promisión como "libertad", "humanismo" o "democracia" han sido dados de sí, ensanchados por tantas y tantas cuestiones ajenas metidas a capón, me temo que esté pasando algo similar con otros que no mencionaré, porque dicen que un hombre hablando de esos temas está prohibidísimo y además de ilegal, engorda. Mi duda es, ¿puede todo movimiento no perderse en dicha dinámica, llegando a sitios que no eran el objetivo inicial?

En fin. Una reflexión y opinión que, como la de cualquier hombre o mujer, vale lo que vale. Mientras, me sigo quedando con las reglas de cualquier juego de rol, que tienen como primera y máxima principal la de "si alguna de las reglas de éste manual os impide la diversión, no la apliquéis, obviadla." Qué de sabiduría, y, cómo no, tiene que venir de lo más importante; un juego.

Un saludo,