Buscar dentro de este batiburrillo

sábado, 27 de octubre de 2007

¿A quién le importan tus sueños?

Nadie suele preguntarle a otra persona con qué sueña. Es una pregunta que nos pilla desprevenidos, casi tan pornográfica (En España) como la de "¿Cuánto ganas?" u otras similares. Los sueños personales suelen ser guardados en un cofre, cerrado con muchas llaves y sellado en el silencio más abismal. Pero de vez en cuando, se nos escapan señales.

A veces, en un momento de confidencia, nos dejamos llevar y contamos a otra persona cosas que nunca diríamos. No suele ser la familia, con quien la relación es visceral siempre, irracional. Suelen ser conocidos, amigos, gente pasajera o desconocidos incluso. Un retazo de ilusión se nos desgaja y queda adherido en otra persona. Y ésta, en ocasiones, puede llevárselo en prenda de la confianza otorgada, o, más comunmente, utilizarlo para hacernos la vida incómoda.

Quiero ser poético; cuesta contar los sueños a otras personas porque pueden luego ser usados en tu contra. También cuesta confiar. Y lo peor es que se suele acertar en la desconfianza...

Por tanto, ¿a quién le importa? Si sueño, da igual; es mi sueño. Apenas sí podré relatarlo (Si lo consigo verbalizar) y si lo hago, ¿a quién? Hay confidencias de cama, de barra del bar, de euforia incontenida; las hay de maldad venenosa, de intrigantes, con oculto interés. Pero al final, muchas veces, el sueño, la materia misma de lo que no podemos hablar (o si lo hacemos, cuesta) suele caer en el olvido. Queda tirada en el suelo, arrastrada por la lluvia hasta la alcantarilla, pisoteada por cualquiera que pase casualmente la suela por encima.

Mis sueños, los míos, me importan a mí, principalmente. Y lo que cuento, cuando lo cuento, no es ya el sueño. Es una variación del sueño, un recuerdo vago. Los sueños no son reales. Y sin embargo, hacen la vida mucho más real. Por eso, a veces, los sueños no se cuentan; se realizan. Así, luego, no se tiene decepción. Y si no los realizas... ¡sueños son!

A mí me importan los sueños de los demás. Al menos, para escucharlos y, como he dicho, hacerlos míos (O no). No soy un doppelgänger; solo otro soñador... ¡Regálame con tus sueños!

Un saludo,