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domingo, 27 de octubre de 2013

En la trinchera - saltar la trinchera - pie de trinchera.

Hay expresiones que se originaron con la Gran Guerra, aquella en la que España no participó. ¿No lo hizo? bueno, no del todo. La cuestión es que se han quedado en el habla popular, algunas, otras, no tanto. La primera del título es sobradamente conocida. Las otras dos, en cambio, poco. Y quiero jugar con ellas.

Estar "en la trinchera" significa adoptar una posición inamovible contra un enemigo, siendo que esa trinchera es la posición buena. Se puede aplicar, en España, a casi todo. A madridistas contra barcelonistas, a independentistas contra unionistas, a socialistas contra populares, a futboleros contra baloncesteros, a amantes del dulce contra amantes del salado, a ti contra mí o a ese contra aquel... somos magníficos eligiendo trincheras. Pero, como al conducir, odiamos compartirlas demasiado, así que si en la trinchera, como con el coche, estamos solos, mejor que mejor. A no ser que queramos compinches, tan sectarios como nosotros, entonces... aceptamos que rebose. 

Ese primer paso significa mantener la posición, no ceder, luchar, pelear... sin salir de la trinchera. Pero, ¡ay! como somos españoles y no participamos en la Gran Guerra (¿No? ¿seguro?) se nos pasaron las otras dos. 

La segunda, "saltar la trinchera", era espeluznante para cualquier soldado de cualquier bando a partir de 1915. Consistía en abandonar la precaria seguridad de la trinchera, de la excavación cutre, forzada, mal apuntalada, que protegía endeblemente contra ametralladoras, shrapnels o rompedoras Aranaz, ataques químicos y otras lindezas. Y significaba adentrarse en territorio "de nadie", la "no man's land" inglesa que se popularizó también y donde, indefectiblemente, nadie se quedaba, o si se quedaba, es porque había muerto o estaba herido y en vías de palmarla. Saltar la trinchera era, claramente, jugar un duelo contra la muerte, sabiendo que el 90% del éxito vendría para ésta, no para el saltador. Dos imágenes, si quieren; "Senderos de Gloria" y "Gallipolli". Miren los saltos de trinchera y verán qué divertidos eran. Aniquilados por fuego enemigo, si no incluso por el amigo. En España, como digo, no conocemos esta expresión tanto, y por eso nos quedamos en la seguridad de la trinchera, en ella. Cobardía e ignorancia, dos de los atributos que permiten la arrogancia y el absurdo de ser español.

Y si se quedaban en la trinchera, sin saltarla, venía entonces lo peor. Esta última expresión, "pie de trinchera", no la conocemos, pero es terrible. Miles de soldados la sufrieron, y consistía en tener los pies bajo masas de lodo y agua fría, sin poder secarse, malolientes, criando ampollas y gangrena que, en muchos casos, llevaba a la amputación. La base carcomida, vaya. Ningún sentido a permanecer en la trinchera, ni poder siquiera saltarla y morir de un limpio balazo en la sesera.

Hoy, tenemos muchos, por no decir casi todos, en la trinchera. Muchos sufren del pie de trinchera, sin saberlo o no querer reconocerlo. Roídos por los cimientos, se sostienen por pura rutina o testarudez que nada tiene que ver con la lógica. Medios de incomunicación, políticos de partidos dinásticos, mesías, populistas a media voz, tertulianos y opinadores deslenguados... pero de esos, apenas nos tenemos que lamentar, a fin de cuentas, hacen su trabajo de gangrena desde la retaguardia, sin pisar en ocasiones las primeras líneas. Pero luchan desde la trinchera, dejando que su infantería de a pie contraiga del todo el mal de la trinchera. Viven enfermos, enfermando, produciendo miasmas y carcoma. Bombardeando con fuego amigo a sus propias líneas. 

Los pocos que, hastiados, saltan la trinchera y se adentran en tierra de nadie, no vuelven. Mueren en Canadá, Francia, Alemania, Gran Bretaña, los países del frío norte, Iberoamérica, cualquier sitio donde reconozcan sus capacidades, talentos y profesionalidad. También quedan heridos, de muerte, pues nadie los recogerá, en España, en la tierra de nadie del desempleo, la precariedad del empleo, las mentiras de quienes deberían en verdad cuidar de ellos socialmente, los del párrafo anterior y los del párrafo posterior. Mueren odiados por todos, incluso por ellos mismos, asqueados de ser españoles sin poder ser otro tipo de españoles, sin poder ser nada más que hombres comunes atrapados en el fuego amigo y enemigo, siendo el enemigo más de amigos que luchan desde su trinchera que amigo el de los amigos que son enemigos. Esa tierra de nadie crece, convirtiéndose en un cementerio de chatarras, basuras, cuerpos hinchados y malolientes, cínicos, cenizos, descreídos, apabullados por la España que ellos ven horadada de trincheras, demasiado tierra de nadie bueno. Sin contar a quienes se lanzan al fuego enemigo pensando que no les matará, y no les mata. Los aniquila el fuego amigo. Empresas, emprendedores, que se creen que una buena idea, un poco de capital y mucho esfuerzo pueden batir el amiguismo, el clientelismo, la cicuta del chapucismo mangoneador y caciquil que impregna el ADN español, de España.

En la otra trinchera no hay diferencias. Sufren del mismo mal. Exactamente igual que los anteriores descritos. Igual de español. 

Y así, rodeados, cercados, imposibilitados, nos preguntamos, como aquellos soldados escoceses, alemanes, ingleses, franceses de Francia y franceses de Cataluña, Toledo, Albacete, San Sebastián, Málaga o similar, que en números de 5.000 o 15.000, según a quién se lea, se unieron a la Gran Guerra, si podemos hacer una Tregua de Navidad, hablar, charlar, jugar un partido de fútbol donde nadie cuenta los goles, intercambiar regalos, y, sobre todo, darnos cuenta de que el hijo puta está con galones tras de nosotros instándonos a matarnos en nombre de... ¿qué? ¿quién?

En 1918 ejecutaron al Zar. Alemania y sus aliados perdieron la Gran Guerra (no es un spoiler...) pero los enemigos se apresuraron a declararla a la recién nacida URSS ("Estrangularla en la cuna", dijo Churchill, un tipo al que odio cada día más) y, como siempre, antes (Revolución francesa) y después (socialismo, socialdemocracia, cualquier signo de redistribución...) esa guerra sigue.

Las mismas trincheras. Si no estás en una, estás en la tierra de nadie, muerto, o peor, en retaguardia, portando una chapita que dice "No me hable usted de la guerra". Que eso me inquieta. Por no tener bando. Por llevar pluma blanca. Por ser Mr. Abulia. Español, vamos.

Una última expresión, por rara, poco usada. "Tomen la trinchera". Sí, vale, pero... ¿cuál?

Un saludo,