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sábado, 11 de julio de 2009

Elogio del Western

Conozco a dos personas al menos a quienes el género del Oeste les resulta aburrido y nada apetecible. Me resulta cuando menos increíble, porque es para mí uno de los más libres, abiertos, interesantes y ricos que hay en el cine.

Desde luego, hay dos géneros puramente americanos. El western y el negro. Del segundo no hablaré, aunque tiene deudas amplias con el primero, y se han alimentado mutuamente muchos años. Del primero sí quiero hacerlo, porque me parece que lo merece, y, sobre todo, por intentar que los prejuicios que esas dos personas alimentan (fomentados por esas sesiones infantiles de tele o cine donde pasaban cintas canónicas pero muchas veces insulsas, todo sea dicho) se rompan un poquito y le den, cuando menos, una oportunidad. Va por vosotros, Cris y Andrés.

Una tierra polvorienta, mejicanos sucios y sudorosos, de sonrisas amarillas y dientes picados, aire caliente, hombres con posturas de elegancia forzada, machismo sin edulcorantes, mujeres sometidas a todo tipo de vejaciones y a los hombres, a quienes adoran, indios nobles, o viles, masacrados en pos de una mejor civilización, blanca, protestante, viril. Negros retrasados, hispanos bufones que hablan mal inglés... duelos al sol, buitres, matojos secos, roquedales, baldíos, bosques, montañas... eso está en el género, pero no hay que quedarse únicamente en la superficie, como siempre. Rascando, uno logra hallar historias tan viejas como las épicas griegas, como las aventuras legendarias del pasado contadas una y otra vez, con los mismos temas; la amistad, la traición, la pasión, el odio, el amor, la ambición, la generosidad, la locura, el ingenio...

El primer western tradicional es el del robo en blanco y negro, mudo, a un tren. Ya ahí se verán los personajes y los clichés. El bandido, los comerciantes, las mujeres de dudosa moral... será "La diligencia" del maestro, perdón, MAESTRO, John Ford, la que establezca los cánones clásicos ya en los años 30, y además con el actor fetiche, John Wayne. Su figura de jugador de rugby, casi 2 metros de yanki corpulento, mirada tierna, posturas rotas y andares cansados pero seguros, estará en las pantallas casi 40 años más. Y el tahúr, el médico, la prostituta, el sheriff, el bandido, los indios... después, vendrían otras historias, de pistoleros rápidos, de exploradores en tierras impresionantes, de sheriffs abandonados a su suerte, y, de pronto...

John Ford. El primer maestro del género, y por añadidura, del cine. Ford reescribió los viejos mitos, modificó los códigos y lenguajes, añadió notas a la gran partitura lírica del mágico mundo del celuloide. La fundación civilizada de los Estados Unidos de América, vistos como algo sucio, falso, lleno de mentiras. "El hombre que mató a Liberty Valance". La gloria de ciertas figuras, como "El joven Lincoln". Un canto al sur, melancólico y parcial, lleno de añoranzas de un mundo edulcorado, con "El sol siempre brilla sobre Kentucky". Historias de frontera, "Fort Apache" o "La legión invencible". Revisiones del mito de los reyes magos, "Los tres padrinos". Y cuando le llamaban machista, racista contrario a los indios, incapaz de hacer algo que no fuera western (tiene otro género, el "irlandés", pero ese no lo trabajaré... aunque esté absolutamente imbricado con el que trato) se sacó de la manga "Siete mujeres", un curioso western feminista en China, o "El gran Combate", un elogio a los indios, y una defensa de los negros de esa época sin reservas, "El sargento negro". Y claro está, la mejor de sus películas (aunque mi corazoncito es para "El hombre tranquilo") que es "Centauros del desierto". Ahí, las miradas, mudas, repletas de significado, cuentan muchas historias. El desierto, Monument Valley, los indios... el odio, la crueldad, el miedo, la valentía, la obcecación, la búsqueda del héroe, que no tiene hogar, realmente, un Ulises sin Penélope ni Ítaca, un hombre viril, sí, pero no un macho como los que antes y después otros figurarían... Una de las historias más bellas, crudas, repletas de vida, que jamás hayan tomado la pantalla haciéndose carne. Quien no haya visto esa película, se pierde algo tan grande como leer "La Odisea" o cualquier novela de iniciación. Quien la haya visto y no la haya disfrutado... en fin. Debería volver a verla, pues es cine, cine puro, y arte...

Ford murió, no sé si de cirrosis galopante o de fumador compulsivo. Era el año 73, creo, y ya el género estaba cambiando. Si con él estaba la épica, el héroe oscuro, agotado físicamente pero repleto de una moralidad perenne, no exenta de un dramatismo oculto por el hecho de ser alguien que no sabía actuar de otra manera (a John Wayne, en una de sus crepusculares películas, se le pidió que disparara por la espalda a un "malo" y su respuesta fue que "Soy John Wayne, y nunca mato por la espalda a nadie"... el arquetipo dixit) con otros directores, principalmente Sam Peckinpah, llegó el cambio. También hay otros directores que cambiaron el género, o más bien, se dejaron llevar por él, porque igual que las planicies son extensas, inmensas como el país norteamericano, el género es tan amplio y libre que todo cabe en él. ¿Género carcelario y de picaresca? "El día de los tramposos", por ejemplo... pero como digo, llegó Peckinpah.

De pronto, los héroes no eran sheriffs insobornables, ni ganaderos de moral más o menos recta. Los héroes eran bandidos que robaban bancos, con asesinatos de por medio. Y entonces el género descubrió "Grupo salvaje".

Tragedia griega en varios actos, todo cambiaba. La relación entre los hombres bordeaba el sentimiento de amistad rozando el de la admiración casi homosexual. Nada abiertamente (no seamos como con Sam y Frodo...) pero sí hay ya indicios. Amistad, lealtad, códigos de honor rotos y manipulados, pero mantenidos por otros... frases repletas de magnífico sentido "Todos soñamos con volver a ser niños, incluso los peores; tal vez los peores más que nadie..." o verdaderas secuencias que son impagables.

Pike le dice a Lyle, mientras se arma en silencio:
"-¿Vamos?"
Y Lyle contesta, sonriendo, como solamente podía hacerlo Ernst Borgnine:
"¿Y por qué no?"

Los cuatro caminando por el pueblo mejicano, podredumbre moral y rabiosa de la guerra civil, ajenos a todo, incluso a su claro destino. Los cuatro llegando a salvar a su compañero, un acto de generosidad insana, locura total. Los cuatro, hombres solos, valientes. Recordando una de las frases que no se dicen, pero que lo dice todo: "Los escorpiones, antes de dar la espalda a sus principios, se decantan por clavarse el aguijón..."

Todos saben el final, y los que no... no podrán entender esa pasión violenta, poética, que se puede ver en los cuadros de Goya, esos rostros desencajados, esa cámara lenta que traza y pinta con dolorosa corporeidad emociones, sentimientos, ideas e ideales...

Pero Peckinpah no triunfa tanto. No muestra cowboys guapos, altos y rubios, que nunca desenfundan antes que el rival. Sergio Leone ha desnudado el género antes, caricaturizando muchos de los arquetipos de John Ford, pero humanizándoles también. Clint Eastwood, vilipendiado hasta los años 90 como prototipo de un cine "fascista", pondrá rostro al cambio del que luego beberán Peckinpah y otros... sobre todo, uno cuya película anterior ya da trazas de cambio, y que es magistral. "Los profesionales", de Richard Brooks.

Burt Lancaster, Lee Marvin, Woody Strode, Robert Ryan, Claudia Cardinale, Jack Palance, y un magnífico Ralph Bellamy interpretan una cinta que deja un poso de cine inteligente. Entre los momentos a recordar, cuando Burt y Lee recuerdan el día que cruzaron el "Río Grande" para unirse a una revolución que no comprendían, pero donde se oían tiros y parecía continuar la grandeza de la aventura que el western personifica...

"Así que tu quieres la perfección o nada. Ohh.. eres un romántico. La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio ella es una diosa, una causa pura. Pero todos los amores tienen un terrible enemigo.
-El tiempo,-dijo interrumpiéndole con una sonrisa en la boca.-
-Tu la ves tal como es. La revolución no es como una diosa sino una mujerzuela. Nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos: LUJURIA pero no amor, PASIÓN pero sin compasión y la verdad es que sin un amor, sin una causa no somos nada."

Demoledor... aunque no tanto como el final:

"Es usted un hijo de puta.
- Sí, señor, aunque en mi caso es de nacimiento. En cambio usted... usted, se ha hecho a sí mismo"

American dream del self-made man...

El western, poliédrico, libre, inabarcable, una forma más de contar historias ya narradas hace 5.000 años, iguales, antiguas y modernas todas, pero con nuevo lenguaje. Tan nuevo, sin embargo, que siempre queda alguna melancolía por lo viejo. Y si no, volvamos a Sam, Sam Peckinpah. "Pat Garret y Billy el niño", con actuación y canción de Bob Dylan. Pat y Billy se encuentran en la frontera, siempre la frontera, el inicio o el final de un camino, la ventana, la puerta de John Ford, el quicio que separa el hogar de lo salvaje, inexplorado, la entrada o la salida de ese mundo de comodidad o de violencia...

Pat habla:

"Los tiempos están cambiando"

Billy responde:

"Los tiempos, quizá, pero yo no."

THE END