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miércoles, 10 de febrero de 2010

Lamentable confusión

Decía Fede, el alemán, aquello de que era imposible desprendernos de nuestra subjetividad a la hora de entender el mundo y que, por tanto, no hay objetividad. Qué cierto. Qué verdad. Objetiva.

Solemos dar por seguras muchas veces muchas cosas a lo largo de nuestra vida. Prejuicios y mitos que guían, si no marcan, nuestros actos y pensamientos. Nos conducimos, nunca mejor dicho, por enrevesados, a veces, caminos sin retorno o sin salida. Y creemos ir por la vereda correcta.

Lo lamentable de todo es que vivimos en un estado continuado de estupor, de confusión, de falsa seguridad, de risible creencia en lo inmutable y afianzado. Es difícil comunicarse con quien no entiende en las palabras los mismos significados del emisor. Y es que los significados son volubles, cambiantes. Quedan los sentimientos, tan borrosos como atenazados. No hay, entonces, forma de comunicarse fielmente con los demás.

¿O sí? quizá porque sellamos el pacto de sobreentender, de dar por seguras, algunas cuestiones, para no temer equivocarnos, mediante el error entonces podemos rellenar los huecos de esa imperfecta comunicación. Pero entonces...

En suma, creemos, pero no sabemos. Reflexionamos, pero no entendemos. Somos, pero apenas lo comprendemos. Quizá ni yo mismo pueda expresarme con claridad, por escéptico que sea, y al final, como siempre, recurra a la herramienta más especial de todas; la risa.

El amigo Fede era listo. Miró, comprendió y, simplemente, se carcajeó.

Un saludo,