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martes, 14 de septiembre de 2010

Cuando el nuevo curso empieza...

Sí, hay algo siempre de nuevo año, nueva etapa o reinicio en estas fechas. Acabado el verano, época donde todo cierra por vacaciones, comienza un período que no es año nuevo, pero lo parece. Todo son intentos, promesas, esfuerzos, buscando hacer cosas antes del siguiente período de vacaciones, las fiestas navideñas de diciembre y enero.

Este año he vuelto al trabajo antes, a mediados de agosto. Por tanto, llevo ya realmente un mes largo reincorporado a la rutina meliflua de amanecer muy pronto, salir para comer algo tarde y luego dejarme llevar. Dulce y deseado, sí. Aparte, no he vuelto a caer en esas promesas típicas de todos ("aprender inglés, hacer más ejercicio", etc) porque ya no creo en los "buenos propósitos", si no en los hechos veraces. Inglés ya sé, aunque siempre puede uno aprender más, y ejercicio hago, aunque no sea el suficiente.

Rota por tanto la tradición, queda la acción. Y ésta ha consistido en abandonar la asociación que en su día ayudé a fundar y dirigí con entusiasmo, hace ya muchos años, sin contar los inicios de la afición, hace la friolera de diez años o más. Curiosamente, tres cosas sucedieron hace ya unos diez u once años; empecé a salir con Cris, mi rodilla se rompió e inicié mi viaje de aficionado serio al mundo de Roma. Lo primero continúa a día de hoy con muchas ganas, amor y dedicación (más, si cabe); lo segundo está relativamente solventado, tanto que el miércoles regreso a una cancha de parqué y aros con red para disfrutar del chillido de las zapatillas contra la madera, el rítmico bote del balón y los sonidos de alegría propios como el "chof!" agradabilísimo al encestar... de lo tercero, he terminado con la asociación que quería fuera santo y seña de dicha afición, pero a cambio de cerrar este libro, he contemplado la buena biblioteca que espera mi visita. Un cambio a mejor.

Cuando el nuevo curso en el cole, el instituto, o la universidad, empezaba, yo sentía que era el fin del verano, de la indolencia, de la pereza, de dormir mucho y hacer poco "de provecho", pero también sentía ganas de activarme, de sentirme vivo y con dolor, con miedos y con esperanzas, de vivir al borde eterno de un filo y, al tiempo, ser y no ser. Ahora, cómodamente instalado en cierta rutina, meliflua o mefistofélica, las rupturas me devuelven la sensación de vitalidad. Siempre recuerdo la leyenda del beduino, que tras hacerse rico, con palacios y mujeres y dinero, abandonó todo y volvió al camino con sus únicas pertenencias fieles, una manta y un fusil, y volver a empezar.

Bienvenido, eterno retorno, Nietszche olvidó mencionarte lo que sucede a más edad...

Un saludo,