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lunes, 12 de noviembre de 2007

Sin gafas, sin rodilla, sin baloncesto

A veces toca poner un mensaje triste. Ahí va el mío.

Hace años, como he dicho, me rompí un ligamento cruzado y el cuerno del menisco, en la rodilla izquierda. Jugando al baloncesto. Era un partido sin trascendencia, una pachanga de campa. Lo recuerdo bien; saltaba a meter una canasta y un tapón de un tío más alto me tiró al suelo, y caí mal, con media pierna a un lado y otra media al otro. Me dolió mucho, me sentí fatal y pasé dos meses de infierno. Al cabo de muchos más meses (Sin jugar, claro; lo intenté un par de veces y la rodilla se me iba) me diagnosticaron con resonancia y me mandaron operar. Casi dos años después de la lesión, me operaron; casi dos meses con la herida fresca, los puntos, un armatoste para caminar, aguantando no solo el dolor si no también ciertos sermones incómodos. Al mes, volviendo del trabajo, me fisuré gravemente la rótula. Desmayo, urgencias, camilla y diganóstico doloroso; más de ocho meses con una escayola desde el dedo gordo hasta la cadera. Nada, reposo, dolor y más sermones. Al cabo de un mes de quitarme la escayola, comencé la rehabilitación. Lo más duro que he hecho nunca. Pero lo hacía porque quería jugar al baloncesto. Recuperé musculatura (No perdí mucho del peso ganado) y empecé a cambiar de carácter. A los cuatro años de la lesión inicial, volvía a jugar en canchas, de otra manera, más sosegado, más reposado. Y entonces, una nueva decisión tras varios años jugando así; operarme la vista.

Me operé la miopía principalmente porque mis ojos no toleraban las lentillas (Que usaba, del tipo diarias, para jugar) y porque, además de salirme gratis, quería dejar de usar las gafas para jugar. He roto muchos pares en mi juventud, jugando. Bajaba a la cancha con ellas, y pum, golpe, rotas. O las dejaba en un lateral y plof, balonazo, rotas. Y con las lentillas, molestias del sudor, de golpes, se caían y se perdían... entonces me operé, este año 2007. Feliz. Jugar con una rodilla razonablemente bien recuperada, al baloncesto, de una manera sosegada, con más kilos, sí, pero con la misma o más ilusión. Lo entiendo más, lo disfruto más, lo adoro más.

Hace un mes y poco, nueva lesión. En la misma pierna. De una manera absurda; trastabillado en un pedalín. Sonido sospechoso. Dolor, inflamación, nueva visita a urgencias, nueva repetición del ritual; rodillera, bastones, reposo. Me apunté a un equipo con un viejo amigo, Pepe. Tenía tres opciones este año (Se destilan poco los aleros-escolta tiradores... que no anotador) y me decanté por la suya. Conocía las otras dos; el año pasado, un equipo donde jugué pocos minutos; solía meter un triple y fallar otro. Y poco más. Decidí que quería un poco más. En el equipo de Oscar, otro buen amigo, sobraban las figuras, y corrían mucho. Así que me fuí con Pepe. No he jugado aun un solo partido. Y el ritual continúa; ahora me falta la resonancia, comprobar si las caras de mis traumatólogos son negativas o positivas. Pero el miedo está ahí; ¿podré jugar al baloncesto otra vez?

Con Pepe hablé no hace mucho del tema. Antes de la lesión. Que queríamos jugar todo lo que pudiéramos, hasta arrastrarnos por las canchas. Que aún quedaba basket en las botas, el que fuera. Muchos de mis amigos están "retirados". Algunos por razones médicas. Otros porque lo dejaron aparcado. Yo quería seguir. Quiero seguir.

Suena a lamento, y lo es. Pero quien me conozca un poco, y quien no, sabrá que el baloncesto, jugarlo, es para mí como el tabaco para un fumador, como la coca a un adicto, como el cine para Rafa, como correr para mi hermano. El baloncesto, jugado (Arbitrar es interesante, y entrenar es como proyectar en tu hijo el sueño frustrado) es para mí una droga. Es lo único que he disfrutado deportivamente. Correr, fintar, bloquear, pedir el balón, pasarlo, botarlo, recibirlo, tirar a canasta y encestar, robar un pase, hacer un tapón, evitarlo, hacer falta, recibirla, ser taponado, perder bola, salir a cancha con ilusión, volver al banquillo frustrado o feliz, sudar, agotado, corriendo el último contraataque, el silencio del tiro libre, el rebote que llega a tu mano... hacer esa jugada que sueñas y no sale nunca, salvo cuando sale, sin más. ¿He perdido estas sensaciones para siempre?

No lo quiero así. Mi rodilla cruje, y suena alarmantemente similar a cuando me rompí el ligamento. ¿Me habré roto lo que me operaron? ¿Será el otro? No parece igual, la verdad. Pero no lo descarto. ¿Me quedaré cojo? No parece, ando bien. Algo podré hacer. ¿Jugaré al baloncesto? Esa es mi gran duda.

Me recuerdo el primer día. Con mis gafas nuevas, con el balón que mi madre me compró, por pesado. Con unas zapatillas del colegio, incómodas, que me provocaron los primeros esguinces de tobillo. Con la primera camiseta que llevaba puesta. Incluso jugar con zapatos, camisa y vaqueros, un día. O en Gijón, un partido improvisado al que me metí para impresionar a una chica. O el ritual de entrar en un equipo, de 3, 4 o 5. Las rondas. El tiro de tres para poder jugar en la Complutense. El juego en la Carlos III. Los arbitrajes, a veces con la resaca del viernes o el sábado. El despertar oyendo el bote de balones frente a mi terraza. El hacer una serie de 100 tiros libres y 100 tiros de campo en exámenes, y sacar la media, pensando que esa podría ser la nota. El jugar un 21 a las 3 de la mañana con amigos, ganándoles en apuestas una cantidad de cubatas impresionante. El entrenar a las 11 de la noche en un pabellón y volver, sudado, ducharme, acostarme a la 1 y despertar a las 7 sintiendo el dolor, cansancio y placer de haber jugado. El gritar a los compañeros, pidiéndoles atención a un balón. El protestar al árbitro. El que me protestaran a mí. El intentar una jugada nueva. El llamar en cadena por teléfono para quedar en una cancha. El hacer alineaciones con todos los amigos, el valorar si tal o cual persona sería buen 4 o 5 por la altura, o un simple 3 como casi todos. Sentir, en las manos, el balón. Acariciar el cuero o el plástico rugoso de manera sensual, cariñosa. El oir el sonido celestial, el "Chof" cuando hay red, o el "Clank clank" cuando es sólo aro de metal. Ver cómo rebota en el tablero y entra, las piedras, los tiros afortunados, los imposibles, los extravagantes, los profesionales. Los gestos; Javi señalándose el número de la camiseta, Pepe frotándose las manos, Iván apartándose el pelo tras hacer falta, Nieva aleteando como un pájaro, el tiro de mi hermano desde detrás de la nuca, Oscar sonriendo con ironía, y muchos más, tantos otros... yo mismo, levantando mis manos con los tres dedos de triple, tras anotar.

¿Será este mensaje una despedida? Ojalá que no. Ojalá.

Es mi rodilla...