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sábado, 1 de octubre de 2011

Entre las turbulencias

La vida es caos, es azar y falta de orden. Todo lleva el sello ineludible de la entropía, diría un físico cualquiera. Nuestra historia es un baile sobre la afilada hoja de una cuchilla llamada vida.

Un tipo irrumpe en una iglesia católica y mata a dos mujeres, una embarazada y otra que le miraba, para luego suicidarse frente al altar. La mujer embarazada salía de cuentas en breve, pero su hijo ha sobrevivido y ha nacido del crimen y la locura, en medio del azar. ¿Cómo afrontará su futuro, sabiendo sus orígenes? seguramente herede algo de las creencias de su madre, y puede que se pregunte cómo, por qué y para qué. Se hará las mismas preguntas que todos nos hacemos en algún momento de nuestra existencia, y obtendrá la misma pléyade de respuestas. A elegir.

La vida es un constante azar, una inextricable trama donde apenas percibimos un color, una forma y una constante. Creemos ser dueños del control en algún aspecto de la misma, pero esa creencia no es más que uno o varios clavos en nuestro ataud. Porque la vida es constante lucha, es una negociación con nuestros semejantes, una supervivencia ante muchos peligros. No podemos conformarnos, ni creer en la estabilidad, ni en el futuro, ni siquiera en el ahora. Pero vivir siempre en tensión acaba siendo también otro clavo en el ataud. O simplemente, una razón más para morir.

El equilibrio es el del marino que se prueba en la tormenta, en la mayor de las turbulencias conocidas, y es capaz de montar una mesa de té en medio de la cubierta empapada de agua salada y tomarse una taza con impávida presencia. Es el equilibrio del marino que cuando la calma chicha no infla las velas, corre nervioso de un lado a otro amarrando cables y preparando cuerdas, afinando, engrasando y apretando todo cuanto está suelto. El equilibrio que no es tal, pues requiere de la fina intuición del bregado en luchas, del que conoce, de primera mano o por otros, si los escucha o lee, el que sabe, el que realmente no sabe pero acierta a conocer... es el momento de inspiración, de brillo en los ojos y dejarse llevar por la sinfonía del caos, de la anarquía, del desorden más real. El equilibrio que, cuando se roza con los dedos, cede.

Un momento de música y un baile apretándonos con la persona que amamos puede durar un instante y perseverar décadas en la memoria. Un accidente fatal de breves momentos puede truncar y reconducir vidas. Todo es, nada es, y entre medias estamos nosotros.

Hay quienes han sabido ver esta gran verdad, la más grande, a lo largo de los siglos. Sabatini, John Lennon, algún clásico grecorromano... pero seguimos ciegos, creyendo en nuestro control sobre todas las cosas. Y qué fina es la capa de barniz que, si rascamos, cubre esa ilusión...

Un saludo,

NOTA: Hoy 4 de octubre he leído que el bebé murió, no pudo sobrevivir.

Tiempos que se avecinan

Realmente no asusta que un tipo que dice ser inversor hable con tanta sinceridad en la BBC. No asusta que el candidato del PP al gobierno de España, virtual nuevo presidente tras noviembre, remita todas las respuestas a un programa que nadie suele leerse, mientras sus subalternos van desgranando poco a poco ese programa. Tampoco asusta que los gobiernos mundiales se echen mierda unos a otros y se culpen de la situación actual. Lo que asusta, pura y simplemente, es la inanidad de la gente, de la plebe y el populacho, el ciudadano que se cree clase media y lleva siglos siendo explotado y pobre, viviendo de las migajas de los de arriba. Eso es lo que asusta.

Antaño, las revoluciones y las revueltas se lideraban por gente formada, idealista, que tenía un sueño aparte de una ambición de poder, o simplemente desesperados sin nada que perder. Existía un idealismo que compartían muchos más y que construían, modificaban y trataban de llevar a la práctica muchos. El sueño, invariable, era vivir mejor. El comunismo fue uno de esos sueños, derivado y hermano de los socialismos, anarquismos, movimientos sociales de todo cuño y pelaje e incluso de los que derivaron en extremismos de izquierdas y derechas. Antes, al menos, uno podía mirar a la bandera roja con la hoz y el martillo y pensar, que con todo el mal que había tras sus alambradas, muros y fronteras cerradas, al menos había un sostén físico a las ideologías de quienes aun eran inocentes en el juego del asesinato y control de las masas.

El comunismo cayó. Se desintegraron las estructuras, que no muchas de las maneras, y un vacío inmenso se llenó de estupefacto capitalismo. O eso pensábamos. Realmente, ganaron los mismos de siempre, los que llevan en el mismo papel de toda la vida, cambiando de nombres, formas, pero nunca de esencia.

Hoy se nos asusta por muchos miedos. El fin de la prosperidad, del estado de bienestar, de la educación y sanidad públicas, de los servicios "gratuitos" (lo público no es gratis, es un concierto de miles de ciudadanos que lo pagan y esperan buenos gestores de su dinero... no solamente rapiña) y el retorno a formas más similares en la forma a los siervos. Que ya lo somos muchos...

¿Y qué hace un ciudadano medio? algunos se han unido a la indignación del 15M y similares, y otros despotrican en comentarios de periódicos, blogs y otras webs. Alguno llama a la radio cabreado, y otros muchos hablan en tertulias de amigos improvisadas. Pero eso es hablar. Es bonito pretender que podemos cambiar el tono de una sociedad solamente hablando, pero la Historia, la puta maestra de la sociedad, nos demuestra que hablar no sirve de nada si no tienes fuerza con qué respaldar tus argumentos. Y sabemos qué pasa durante y luego. Aparte, te llega un advenedizo y escribe luego un libro sobre la Revolución Francesa que no aporta nada nuevo y sirve únicamente de acicate de rencores modernos...

El "orden" es algo que crea el ser humano. Si llega un momento en el que el "orden" resulta en escudo de los privilegios de unos pocos contra las miserias de muchos, ese "orden" no es tal, es simple y llanamente guardia mercenaria del cobarde rico. El civismo, ese valor débilmente inculcado, no se mantiene inalterable con los siglos, ni ningún derecho es eterno, si no que hay que pelearlo en cada generación. Quizá Jefferson iba por ahí cuando decía que cada una era dueña de su destino y sociedad... la cuestión, clara y puramente, es que hoy día el "orden" o sistema que tenemos está fallando a muchos, y el día que la balanza se incline y sean más los perjudicados que los beneficiados, cambiará. Y funcionará hasta que no lo haga.

En los tiempos que se avecinan uno piensa y pronostica cosas del pasado. Crack del '29, auge de los fascismos y el nazismo, polarización de ideologías, masas uniformes y acríticas, un decálogo de crímenes y chivos expiatorios, empobrecimiento, guerra, destrucción... pero cuesta pensar en ello con la modernidad tecnológica, y por ello, gracias a ésta, uno se da cuenta de que tenemos la tecnología del siglo XXI en manos de un cerebro de más de 60.000 años de antigüedad. Mucho privitivismo negativo para augurar futuros esperanzadores.

Así que cambien la inversión; en lugar de ladrillo, buenos búnkeres, miles de latas y generadores eléctricos autónomos, armas personales y aguante, mucho aguante. Y quizá, colecciones de música, cine, series y libros para un futuro apocalíptico. El que nos estamos buscando.

Un saludo,