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miércoles, 24 de octubre de 2007

Ey, la vida no se detiene...

Pienso en estos años vividos y en todas las cosas que no he hecho; unas por falta de oportunidad, otras, por falta de conocimiento. Todas por falta de atrevimiento. Y lo peor es que muchas de ellas, si no todas, no podré intentarlas ahora de nuevo; la biología humana es lo que tiene. Llegas a una edad y no eres viejo, pero tampoco joven. Ni adolescente. Ni maduro. Estás en medio de la nada.

Ya no puedes jugar a ser un Bukowski y beber hasta hartarte, o dejar empleos a lo loco. No puedes intentar ser un Huxley o un Escohotado y probarlas todas, porque ya estás cascado. No pretenderás jugar en ligas de Baloncesto superiores a las de un distrito de ayuntamiento, en el barrio, apenas 16 partidos y cuidándote de que no te peguen. La ACB está lejos, y ni te cuento la NBA. Ni tampoco sueñes con follarte a todas las mujeres guapas que ves, muchas de ellas alarmantemente más jóvenes, porque hace tiempo que la oportunidad no existe. Desde luego, viajar se puede, pero siempre con planificaciones por delante; nada de tomar un tren a lo loco y desaparecer en el corazón de Europa o en medio de Turquía. Y las comilonas como si uno fuera Lúculo, prohibidas.

De pronto, las posturas del Kamasutra parecen extraterrestres. Y físicamente, tu cuerpo te demanda más reposo, más calma, más tranquilidad... mientras la mente va a 300 por hora. Eso es lo malo, que el cerebro juega más rápido. Uno sueña lo anterior, imagina todas las situaciones no vividas o por vivir, y siempre encuentra, de pronto, que las ha vivido. O si no, está bien el tomar las experiencias ajenas y sentirlas como propias, adoptándolas. Y entonces la vida, de pronto, adquiere nuevas experiencias...

Creo que mi imaginación ha sido el músculo más fuerte de todo mi cuerpo. Demasiado. Apenas he podido correr más de 50 minutos seguidos, y eso hace muchos años. Pero puedo imaginarme lo que es una maratón. Y también lo que se sufre. Y lo que se siente. Y lo que se sufre. Y lo que se disfruta. Y lo que cuesta. Y lo que se sufre. Y lo que al final siente uno... y después, la sensación de triunfo personal, intransferible, quizá a la vez, fútil. Todo un esfuerzo físico que te hace sentir mejor, fresco, capaz, fuerte, ágil, rápido, coordinado. Y también otras sensaciones más ocultas, más tristes, más hondas. La soledad llega cuando no lo puedes expresar todo...

He imaginado miles de situaciones. Reconozco el apoyo de soportes para ello. El porno, muchas veces, ayuda a imaginar muchas de las mujeres que uno desea y a uno mismo en situaciones interesantes. Y también el erotismo del cine, de los libros, de las fotografías, de los cuadros, de las imágenes, de ciertos olores, de ciertos tactos. También me he sentido muchas veces como un soldado, victorioso, derrotado, desencantado, violento, humillado, heróico, cobarde, práctico, profesional, aficionado, ucrónico... y como un escritor, y como mil vidas más.

Pero eso está en la mente. Antes solía ver el mundo a través de gafas, y eso me daba cierto retraimiento, cierta timidez. Sentía que debía ocultarme más de lo que ya lo hacía. Y de pronto, un día, descubro que no es necesario ocultarse. Que uno puede ser quien es, soñando, sin dejar de ser quien en la realidad pasa por ser, aunque no lo sea. Porque nuestra identidad no es única, es como un diamante pulido en algunas partes, en otras no, y siempre reflejando distintas facetas de nosotros mismos. Y de pronto, con gafas o sin ellas, todo se ve distinto.

Así que puede que no haga ya muchas de las cosas que podría haber hecho en su día. Pero eso no impide que las haya vivido. En esta vida y en la de otros muchos. En las suyas y la mía. Aunque al final no sepa expresarlo o, más habitualmente, no me atreva. Y lo mejor es que la vida ha seguido, bien, mal, regular, pero ha seguido. Porque el tiempo, aunque relativo, tiene algo absoluto; se acaba en un momento dado.

Y eso también lo hace todo tan especial...

Un saludo,