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viernes, 17 de abril de 2020

Niños, perros y epidemias.

Desde hace unos años, comparto impresiones en foros de crianza de niños. Son, muchas veces, útiles y alentadores, porque ponen en contacto personas diferentes con experiencias similares y propuestas de soluciones variadas. Aunque algunos en determinados foros se empeñen en escribir lxs niñxs, les niñes o con arroba, suelen ser bastante informativas. Pero cuando ocurre algún tipo de problema, como la actual pandemia de Covid19, las cosas se desatan.

Lo primero de todo que me encendió, una vez establecido el Estado de Alarma y la escalada en el conocimiento que íbamos teniendo del virus (que sigue siendo fragmentario) fue la comparación de "los perros tienen más derechos que los niños" (o niñes, si es usted asturiano, aunque sería más apropiado guajes) que es falaz y completamente ridícula. Pero para entender el enfado, hay que empezar desde el inicio.

El Estado de Alarma confinó a millones de niños y adolescentes con sus padres una semana antes de que éstos pudieran empezar a teletrabajar, a tener permisos retribuidos o no o, directamente, caer en un ERTE o despido. Y, de pronto, todos los progenitores chocaron con una realidad de plomo; ¿voy a estar con mis hijos TANTO tiempo en casa?". Ante semejante escenario, las huidas, crujir de dientes y enfados por una situación difícil de manejar (Sin colegio o guardería para ocupar a nuestros hijos esas largas horas de jornada laboral y gimnasio o cervecitas, por favor) muchos destilaron la frustración haciendo lo clásico; comparar y hablar de injusticia. Que nadie pensaba en los niños ("Los Simpson", qué visionarios...) y en sus muchos derechos (ya sabemos, como es una sociedad "Adultocéntrica", otro terminarajo que no acabo de asimilar, los niños son invisibles, y por supuesto que no tienen deber alguno...) que les estábamos coartando. Las formas impersonales me apasionan. Sirven para derivar responsabilidades. Cuando mis hijos rompen algo y dicen "se ha roto", rápidamente rehago su frase y digo que "lo has roto, dí porque has sido tú, el/la responsable" (esto es lo que tiene ser padre de niño y niña, que transitas por el género constantemente). La cuestión es que nadie quiere ser responsable de la situación, y ahí radica el primero de los grandes problemas.

Como digo, tras pintar el escenario con brocha gorda, pongamos la tramoya. Un Estado de Alarma que prohíbe salir a los niños, sí. Porque suelen ser asintomáticos, vectores de contagio muy potentes y un riesgo general para la salud de todos. Quien tenga un poco de cabeza y haya tenido a sus vástagos en la guardería y luego el colegio, sabrá que los primeros años pillan todo tipo de enfermedades que les entrena el sistema inmunitario, pero nos las pasan mutadas a peor, muchas veces. Y las cogen porque los niños juegan, experimentan, y eso implica rebozarse, tirarse al suelo, tocar todo, lamer todo, chuparse los dedos que han tocado todo, morderse, besarse, escupirse, abrazarse, tocarse todo el rato. Pedirles que se queden quietos y con las manos en los bolsillos no suele dar resultados hasta que cumplen ya 6-7 años, y un rato corto. Por eso se cerraron colegios, escuelas infantiles, parques y cualquier otro lugar donde los niños pudieran ejercer esa labor de expansión del contagio. Seamos claros, se han convertido en un peligro real y claro. Porque suelen ser asintomáticos, porque son niños (tocar, chupar, ensuciarse) y porque los adultos no hemos hecho una labor de comprensión del problema.

Así llegamos a la comparación de derechos entre perros y niños (o niñes y canes, si queremos ser incorrectos y repipis con el lenguaje, o guajines y perrus, yeque) y la falsa premisa de "los perros (y sus dueños por extensión) tienen más derechos que los niños, que unos son animales, mascotas, y otros son el futuro y el tesoro más preciado de nuestra sociedad". Y es una falsa premisa porque se parte de una presunta injusticia que es, simplemente, constatación de un hecho; la necesidad de evitar la propagación de un virus que mata. Se llama empatía.

Los niños no son el mal, pero me da que es más la rabia de los padres por aguantar lo que no aguantan el resto del año lo que impulsa las peticiones de salida del confinamiento que otra cosa. Porque durante el año les estabulamos en la escuela, en las extraescolares, en casa del vecino, con los tíos, con amigos, en cumpleaños de los que salimos huyendo, en campamentos de verano, etc. Y eso, si sumamos las horas, dejan en neto poquitas horas con ellos, de las de verdad. Horas que solemos rellenar con actividades que nos gustan y queremos que ellos hagan también, adaptándoles a nuestros gustos y no escuchando ninguno de los suyos. Que sí, es cierto que, si les dejamos, estarían 24 horas viendo la tele y el resto del tiempo haciendo burradas varias. Pero a ver, como siempre, hay términos medios. Y requieren algo simple. Verles, escucharles y conducirles, con respeto y firmeza, por donde les pueda ir mejor. Y eso requiere atención, abrir un espacio en el cerebro para ellos, un espacio que no usaremos para otras cosas y que, hasta ahora, rellenaban educadores, entrenadores y monitores.

Seamos claros, a mí, si alguien me pía que pobres nenes o criaturas (anda, mira, he evitado lo del lenguaje de género con una forma neutra...) y que somos adultocéntricos y niñófobos, giro los ojitos y pienso que, en realidad, está deseando perderles un buen rato de vista. Comprensible. Los divorcios se dan tras el verano y haber pasado con la pareja muchos días juntos ("¿Tú eres así?") pero no hay divorcios de los hijos, como bien analizó Orna Donath en "Madres arrepentidas". Sólo vías de escape. Y estos días, el alcohol gana a los bollos, creo...

En fin. Que la única epidemia que nunca cesará es la misma. Peor que el Covid19, que la peste, que mil enfermedades. Y sabemos la respuesta. Es la epidemia causante de comparar perros con niños.

Un saludo,