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miércoles, 10 de junio de 2015

Tremé

Adiós... adiós, Nueva Orleans.

La canción melancólica, repleta de amor y respeto que un hijo con su trompeta dedica al padre moribundo, atiborrado de morfina en la cama... el respeto y admiración, la conciencia de que NO, como Venecia para Corto Maltés, puede ser una perdición para un trepa hispano... la música como redención, como ligazón inmaterial que todo lo une en una trama sin idioma... la ciudad engulle a sus habitantes, pero los degusta, los paladea con buen vino en Desautels junto a los cangrejos del río Mississippi... quizá se tragó a más de uno, quizá ahogó a varios, mató a algunos... pero esto no es Baltimore...

Estremecimientos, emoción, lágrimas en algún caso. Eso he sentido al terminar otra de esas grandes series de televisión donde los personajes no eran los protagonistas. ¿Qué sería de David McAlary sin NO? ¿Annie y Sonny qué son sin NO? Ver las Krewe recorriendo la ciudad en Mardi Grass, juntando a todos, ver los clubes y garitos donde se unen para escuchar música unos y otros, todos... escuchar la felicidad (sí, en esta serie no se ve, se escucha... y se palpa y saborea) cada vez que juegan con la música... y todo bajo la mirada aparentemente severa del Gran Jefe Lambreaux...

Otra serie que echaré de menos. Otra gran historia que paladearé cuando la vuelva a ver. Y a reír, a disfrutar como Davis cuando tropiece con aquel bache rellenado de buena voluntad, imaginación, humor y amor, una combinación tan alegre que no importa nada.

Yo quiero ir a NO y recibir uno de los collares de cuentas que lanzan. Es la nueva versión de la caravana de los Reyes Magos para un adulto...

Hasta pronto, hasta pronto, espero, Nueva Orleans. Y gracias, David Simon. Otra vez.