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domingo, 4 de julio de 2021

Dos Cataluñas y las mismas pamemas.

 Hace poco he visto el documental de Gerardo Olivares y Álvaro Longoria. Ya lo había visto, sí, pero en Netflix lo han puesto hace poco y bueno, lo he querido revisitar. Es de 2018. Al margen de mostrar hechos y también declaraciones de, creo, todos los implicados, me ha sorprendido cómo envejecen los hechos, cómo cambia todo tras las fiebres del momento, esas de masas que elevan la voz y con su ruido apagan cualquier otra palabra. Me ha maravillado, también, que ese tono elevado se componía de palabras eufónicas; "libertad, derechos, decidir, democracia, justicia, independencia, los pueblos"... y que sus detractores, a posteriori, siendo torpes y macacos (los que hablan por el PP son patéticos en el discurso y la forma del mismo; Andrea Levy asusta por su macarrez; Rajoy da pena en cuanto a lo parado que es; Casado es, simplemente, lamentable, estúpido y hueco. Sólo se salva un poco Moragas, en su papel más estadista) o más o menos sensatos (Ciudadanos... partido que también usaba términos eufónicos...) han quedado sepultados por ese olvido que permite ganar a otras mitologías. Porque lo de Cataluña versión independencia es eso, un mito. Aunque esto es España, y ellos más que nosotros; Berlanga habría rodado todo el "Proces" sin dudarlo, riéndose por lo bajo y llamando a Buñuel para decirle que mira, aquí hemos topado con la piedra filosofal del qué es ser español, siguiendo las humorísticas reflexiones de Julio Camba. 

Es muy patético. Recuerdo el documental-ficción de "La pelota vasca" que hizo Julio Medem. Su "equidistancia" no apagaba declaraciones que, luego, en "El desafío: ETA" de Hugo Stuven, se amplifican y dejan estupefacto. Negar las realidades, enmascararlas, no es algo nuevo. Lo nuevo siempre es la manera. Y si es con bellas palabras, mejor que mejor.

Porque al final la pregunta básica de un historiador es "¿A quién beneficia?". Y la realidad es que el beneficio de unos es el perjuicio de muchos. No, no parafraseo la indescifrable y borracha sentencia de Rajoy en su día. Es así. El beneficio de unos pocos (los antiguos CiU, asediados por la corrupción, y que no se ve en el documental de Netflix más que de pasada y refilón, sin darle ningún papel a Artur Mas en aquella historia y sí echando el lodo al Estatut malogrado) significa el matadero de muchos, al que, por cierto, van más que contentos. Chavaladas que afirman que no son independentistas pero Rajoy les ha hecho asín (que diría Baroja) o gente que reclama memeces históricas de que Cataluña esto o lo otro, y que no odiamos a España peeero (ese gran "pero" antepuesto al machista, racista, odiador profesional de turno) pues compraron el discurso, lo hicieron suyo con ilusión. Ni más ni menos que otros grandes movimientos, ya de disgregación o de unificación. Me da lo mismo. Lo cierto es que todos logran un primer efecto; la convivencia se quiebra y la desconexión con los problemas de verdad se agranda. 

En este asunto claro que he hablado con muchos de mis amigos que viven en Cataluña, sean o no catalanes. Y sólo uno me resulta plenamente honesto. Él es anarquista, serio y formal, y consideraba en su día un buen paso el lograr la independencia porque era un peldaño más para atomizar y destruir un Estado. Lo respeto. No lo comparto, porque yo cada día soy más estatalista y todo eso. Porque creo, honestamente, que cuando mejor hemos vivido mayoritariamente (con sus lagunas y agujeros) es en un sistema donde un Estado ha seguido cierto juego democrático imperfecto, permitiendo, eso sí, un bienestar social que se basa, tachán, en la Sanidad y la Educación. Esos dos pilares de los que ya nadie habla si no es para mentir.

Porque el beneficio ajeno es convertir en sumisos defensores de banderas e himnos a quienes deberían reclamar profesionales, menos listas de espera y bajos ratios escolares, por poner dos ejemplos. Me la soplan las banderas, y por mí pueden comérselas todas con cocido o con calçots los que reclaman las eufonías de "libertad, independencia, derechos, etc" cuando les están robando por detrás lo que es su bienestar social para que luego ya si eso peleen por cosas que, en la pirámide de Maslow, ocupan ya lo que considero el espacio sideral fuera del pico. 

Me he cabreado, claro que sí. Gente que se arriesga a que le peguen una patada por poner una urna de plástico donde meter un voto impreso en casa me resulta candorosa y estúpida, a partes iguales, y que no va a pegarse cuando privatizan un centro de salud o rebajan la atención en su hospital. Gente que llora ante prisiones o agita banderas españolas a lo castizo y cutre gritando "A por ellos" en lugar de irse a las Consejerías de Educación y reclamar comedores con becas para quienes no comen más que allí, o no tienen libros, o ven recortados los muchos programas que deberían facilitar su vida, gente así también me parece estúpida y hasta peligrosa. Porque todos ellos son los que alimentan la rueda infernal y perniciosa de Puigdemonts y Ayusos. Y a los que quedan al margen mirando para ver qué sacan. Que son muchos. A tu costa.

Me he cabreado porque hemos sustituido lo real, lo esencial (como decía aquel ingeniero de caminos despedido en la película sobre la gran estafa de las hipotecas, que trabajó, creo, en Lehman Brothers; "yo construí un puente en un pueblo del medio Oeste, y es algo tangible, que facilita la vida a mucha gente, y sigue ahí; pero lo que hemos hecho aquí, ¿para qué ha servido?", más o menos...) por el humo, la alharaca y la mentira. Y nos las comemos en platos de cartón serigrafiado con banderas. Nada nuevo, por otro lado. 

Y no me voy a cabrear si me llaman españolazo, facha o similares. Ya lo he vivido. No. Las opiniones ajenas sobre cualquier tema, incluyéndome a mi, me afectan ya bien poco (salvo de unos pocos muy allegados que me conocen muy pero que muy bien) y por eso, aunque considere que la prisión de los Jordis fue una cagada como las cargas policiales, o que los movimientos de entonces, incluyendo la vergonzosa huida de Puigdemont, son charlotadas más o menos calculadas, o que esta es la mayor cortina de teatro para no ver qué pasa en las bambalinas, acabo con un "me he cansado". 

Para mi no hay dos Cataluñas, ni dos Españas, ni dos Países Vascos ni nada por el estilo. Solo muchos estúpidos, muchísimos, y unos cuantos malvados. A veces, hay gente malvada e inteligente que hace cosas no tan malvadas y sí inteligentes. Y no, no me refiero a Franco, que os veo venir. No daré sus nombres, porque son tan inteligentes que han logrado no dejar esa huella. Felices ellos y no los estúpidos a ratos como yo, un señor que lleva ya tiempo renunciando a la pamema de la identidad...


Un saludo,