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viernes, 3 de junio de 2011

Un día soñé...

Un día soñé que me despertaba y salía a pasear.

Había más autobuses que pasabas más a menudo, y el metro abría hasta tarde. En la calle, veía más bicicletas que coches, y los pocos que había, apenas contaminaban o hacían ruído. Sentía que el barrio estaba mejor, porque las casas se hacían con calidad, y no se pagaba por ellas más de lo que realmente valían, dado que los constructores e intermediarios ganaban para vivir, no vivían para ganar más.

Al llegar al trabajo, reflexionaba; trabajaba por un sueldo, dando un servicio público que se valoraba con aceptación por todos. Eso hacía que usara productivamente mis horas, porque eso me llevaba a ganar un poco más. No había tanto deseo de refugiarse en lo público como antes, porque los empresarios habían aceptado el principio de que un trabajador no es un gasto, si no una inversión a cuidar, y preferían reinvertir su dinero en su empresa y lograr que todos tuvieran un poco más, en lugar que unos pocos tuvieran todo.

Las elecciones se acercaban, también, y aunque fueran cada 4 años, los temas importantes se podían debatir y votar en referendums según tocara. Había muchos partidos donde elegir, cada cual con su tendencia y orientación, pero la mayoría de las voces estaban representadas fielmente en el Parlamento, donde una única cámara, el Congreso, trabajaba con buenos gestores políticos que habían desterrado los privilegios abusivos, servían a la comunidad con tesón e ilusión y no existía realmente corrupción, gracias a una eficaz justicia independiente y veloz.

Mientras hablaba con algunos compañeros del trabajo de esto, me llegó la hora de salir y fui a buscar a mi hijo, que salía del colegio. Le llevábamos a uno público que, como todos, daba una sólida educación gracias a programas educativos estables y de calidad, y permitían que los padres elegiéramos algunas de las asignaturas adicionales que pensábamos le podían ir bien en su educación. Había privados, también, pero sostenidos como empresas que, si les iba bien, pues genial, y si no, no recibían compensaciones, como los bancos antaño, por hacer mal su trabajo.

Además, venía la época de comuniones, pero ya no era como antes; unos las celebraban y otros, simplemente, no. Al llegar a casa, podíamos disfrutar de un rato en compañía, jugando, leyendo, dando un buen paseo, disfrutando de una casa donde nuestra deuda no era tan alta como para no permitirnos vivir con desahogo y de un barrio limpio, cuidado, con todo tipo de servicios y bien comunicado.

Iríamos a ver a mi padre, en metro o en bici, sin miedo a ser atropellados gracias a la mejor educación vial de todos. Y allí, una persona ya mayor y enferma estaría bien cuidada, gracias a la aplicación efectiva de la dependencia. Nos recibiría para disfrutar de una tarde agradable, de paseos, charlas y sonrisas. Y después, a casa...

Entonces me dormí, y me encontré encerrado en una pesadilla real.