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jueves, 10 de enero de 2008

Ese maldito laicismo...

Un ejemplo de por qué se ha de separar religión y ciencia está en el manido debate sobre creacionismo y evolución. La primera no es más que un intento desesperado de adecuar el inconexo libro llamado "Biblia" a una realidad cada vez más fulminante, que deja claro nuestro papel en la Tierra. La segunda, una teoría más que sólida que, en líneas generales, no ha sido rebatida.

No me preocupa ahora hablar de si hay un solo dios, dos, tres o mil. Personalmente, no creo que haya uno. Estamos en un Universo descarnado, algo que querríamos fuera Cosmos pero del que desconocemos gran parte de sus reglas de ordenamiento. Algunas poco a poco van saliendo a la luz, y otras quedan obsoletas. Lo cierto es que, en todo esto, las sociedades ayudan o perjudican.

Ya he dicho alguna vez que no creo en la "evolución" social o histórica. No hay un "progreso" que vaya desde el paleolítico hasta nuestros días, en una línea ascendente. El positivismo decimonónico al respecto está ya, creo, superado, porque el mundo puede mejorar su tecnología, pero no modificar al ser humano. Y aunque la civilización se instale para protegernos mutuamente de la depredación, no es suficiente, aunque sea la solución menos mala.

Dentro de esto, el maldito laicismo trata de protegernos de un Estado que rija nuestras vidas mediante leyes inspiradas por teóricos voceros de uno, dos, mil dioses variados. Porque esos voceros enturbian la mirada ante temas de moral y ética espinosos, gritan y vociferan cuando algo se aparta de su "recto" vivir, amenazan, juegan al victimismo, traicionan, ejercen un papel inquietante en la pretensión de domeñar al hombre y hacerlo servil, bovino. El laicismo, quieran o no los creyentes, es su mejor salvación. Más que la fe.

Si en un Estado se dejara que la ley la hiciera una religión, se podría ver una escena de las consideradas atávicas y del pasado; una ejecución pública, una quema de libros, una marcha agonizante de miles de esclavos... si la moral, la ética, la enseñaran las organizaciones religiosas, tendríamos hombres y mujeres llenos de prejuicios, de falsas visiones del mundo, de su sexo, de su papel en la vida. Y si el Estado se dejara influir por éstas religiones en lo tocante a la administración, se malgastarían recursos y medios en fines ineficaces.

Pues pasa. Lamentablemente, ocurre. Ahora mismo, en España, todo lo anterior, excepto algunas de las cosas más radicales, suceden. Y encima con un gobierno "socialista" que ha sido quien más ha dado a la Iglesia Católica. Es lamentable, pero cierto.

El maldito laicismo, sin embargo, que nadie defiende, o, cuando se hace, se llama "marxismo", "comunismo", "cosa de rojos y ateos", y otras lindezas espetadas como insulto, es la línea que hace posible la estabilidad de una civilización. Ese valladar que impide la caída en fanatismos, pérdidas de la condición humana, la realmente humana, y otros cientos más de cosas.

Naturalmente, sacar la religión del Estado es una premisa de muchos liberales, de los de verdad, desde finales del siglo XVIII hasta hoy mismo. Y hasta hoy mismo, eso es muy pero que muy difícil. No es anticlericalismo, una forma radical, ni tampoco un ateismo absoluto. Antes es una fórmula de respeto, de esa manida "convivencia pacífica" que todos mencionan pero nadie practica. Yo, ateo, puedo vivir con un creyente de otra fe... siempre que no me la imponga o imponga a la sociedad y por tanto indirectamente a mi persona. Ésto último es lo que pasa ahora mismo en España. Lo otro, en lugares radicales (o así nos los venden) como países musulmanes. ¿Se logrará algún día, o veremos el resurgir de anticlericales quemaiglesias? ¡Difícil estar en medio y tener convicción en tus propias ideas!

Un saludo,