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viernes, 1 de junio de 2012

Entrando en el verano

Hay una tendencia casi escolástica de marcar la vida con las estaciones del año. Sobre todo las últimas, el otoño y el invierno de la vida, la decadencia, vejez y decrepitud. Jugando con eso, yo creo que estoy en el verano de mi vida.

No es la primavera. El despertar ya sucedió, a muchas cosas fundamentales. Descubrí el mundo, sus habitantes y sus contradicciones. La alegría y la diversión, la amistad y el amor, el sexo... también las penas, el aburrimiento, las falsas amistades, los desengaños... pero es un momento en el que aun estoy pleno de facultades, físicamente muy poco mermado e intelectualmente en un muy buen momento. O eso pienso, que puede ser una falacia y un autoengaño.

Es el verano, lánguido, eterno en sus días de calor, luminoso y claro. Es el tiempo del deseo, pero no a toda costa, si no para ser satisfecho con gusto y comodidad. Lujurioso pero cansado, del cuerpo físico, de la piel y la carne desnudas... también es el momento de retomar las viejas y buenas costumbres. Los paseos largos, las charlas hasta altas horas de la noche que, salvo por la luz, no parecen significar que el día acaba, las horas largas de luz y por tanto de actividades, que no crecen en número, pero sí se alargan con paciente gusto.

Reconozco que me encanta porque veo muchas más chicas guapas, recien salidas del invierno y la primavera, rostros más embellecidos por el sol. Y sorprende la exuberancia en todos los sentidos. Es un momento dorado.

Quizá por ello estemos perezosos, lánguidos, de asueto en todo. Los problemas del mundo importan poco. La vida lo es todo. Y por ello, llegados estos días, pienso, ¡qué tonterías nos preocupan muchas veces! Por no decir, casi siempre.

Disfrutemos. Hay unos versos de Arquíloco de Paros que me encantan:

"Porque ni llorando remediaré nada, ni nada
empeoraré dándome a placeres y festejos."

Un saludo hedonista,