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martes, 12 de febrero de 2019

Perezas.

Me apellido Pérez. Y a veces he escuchado la frase de "¡What a Pérez tengo hoy!", sobre todo de una persona muy especial. Qué verdad. Soy perezoso. Un oso Pérez. No ratón, no. Perezoso. Y con el transcurrir del tiempo, más aún. Debe ser una evolución natural del cuerpo humano. Malgastar recursos en tontunas me desgasta y, por tanto, reservo energías. Una de las cosas que más pereza me da últimamente es el manoseado enfrentamiento Cataluña vs España. ¡Qué pereza, joder, qué pereza!

No es que me desentienda. Que también. Es que me resulta sorprendente. Sí, ser perezoso no resta capacidad de sorpresa. Me sorprende la emoción, entusiasmo y energías volcadas en temas que, a mí, personalmente, me resultan huecos. Y si me piden posicionarme, tras una ristra de objeciones y peros, de críticas a la estulticia y a la pesadez, diré que, si alguien formulara la pregunta de "¿Cataluña puede ser una república independiente del Reino de España?" apoyaría que se hiciera. Y ojo, incido en el verbo. "Poder" no es querer. No siempre todo se logra ni consigue con el anhelo. También apoyaría el "¿España puede ser una república democrática y moderna?". Pero ya van dos quimeras.

Digo quimeras porque somos (todos) un país especialmente crítico con nosotros mismos en todo. Y cuando nos dejamos llevar por el orgullo, nos ponemos muy tontos. Y después solemos caer de nuevo en la sima cómoda de la ignorancia, del dejarse llevar y vivir. Y vaya, al final somos eso. Un país que malgasta energías en quimeras de cuando en cuando, y de cuando en cuando con estallidos de violencia intensos, aunque llevemos décadas más o menos tranquilos y sin ánimo de pillar un fusil y matar (exceptuando los asesinatos de ETA, FRAP, GRAPO y otras siglas o sin siglas). Será que tenemos más miedo a perder el Wi-Fi y la conexión 4G que el derecho a la huelga o a un salario mínimo digno, qué sé yo.

Voy a caer en tópicos. Qué pereza tener que explicar que lo de la "Unidad de España" o "El derecho a la independencia" son construcciones, relatos, falsedades que usamos para esconder el andamiaje real que conturba nuestra existencia. Vivimos además un mundo que no es el de hace ni dos décadas. Y no somos conscientes, porque muchos hemos fijado el ánimo y el espíritu en momentos anteriores, momentos diferentes. No sabemos ir al ritmo del río que todo lo traga y desmorona. El del tiempo, digo. Los torrentes arrastran y depositan nuevos sedimentos, trazan otros cauces, recortan colinas, derriban rocas que creíamos firmes. Y nos creemos que es la meada de un niño, a veces, porque queremos seguir viendo el mismo río y las mismas cosas. Pues no. Me da pereza explicar que en lo de Cataluña confluyen decenas de causas que nadie se ha parado a desmenuzar o mirar con detenimiento para buscar soluciones convenientes, y que enseguida se ha echado el muy castizo capote de torero agitando banderas rojigualdas contra otras rojiamarillas. Vaya, la Unidad, el Separatismo, la Unidad, el Separatismo...

Si algo me hace sentir "español" es, simplemente, la sensación de comunidad. Y oiga, hace mucho, muchísimo tiempo que ser "español" me resulta un accidente y una abstracción tan difuminada como ser "europeo". O "madrileño". O yo qué sé. El mundo siempre ha sido amplio, ancho, enorme, inabarcable en una vida. Y la comunidad de uno son aquellas personas que son amigos, sus amigos, sus pares, afines, cercanos. La comunidad son aquellos que tienden una mano y ayudan en momentos de necesidad, que te preguntan cómo estás y ponen de su parte para ayudarte. Comunidad limitada, claro. Ayudas a quienes conoces. Un amigo mío, que espero a estas alturas siga siéndolo a pesar de la distancia, me decía que en Cataluña se sentían huérfanos y abandonados por las izquierdas del resto de España. Y lo entiendo. Igual que entiendo a muchos que se llaman de izquierdas y han vivido con mucho mosqueo todo lo de Cataluña. Siempre intento ponerme (a veces fracaso) en el lugar de los otros. Por eso, hoy, con el comienzo del juicio, me pongo en el lugar de muchos de sus participantes, y, ¿qué siento? Todos indignados y frustrados, y con ganas de vindicación. Pero fuera de ese ruido creciente de teatro fragoroso, hay una mayoría, una gran mayoría, que por pereza, me temo, no sienten nada. Solamente distancia.

Cuando me dicen que la sanidad pública se está desmoronando (que pasa, lentamente) o que la educación pública está cada vez menos financiada (que ocurre, más rápidamente de lo que creemos) o que el país envejece en todos los sentidos (personas e infraestructuras) y que las perspectivas de futuro para la mayoría son poco halagüeñas, desconfío del que me saque rápidamente una banderita que dice solucionarlo todo. Me da igual que lleve lazo amarillo y sea estelada o que sea rojigualda y porte pulsera similar. Me da pereza que enarbole el discurso de la unión o el de la separación como soluciones. Porque la realidad es que hay un tablero de juego, muchas piezas y... Manos para moverlas. ¿Dónde las hemos movido o dejado que nos las muevan, quizá, por pereza?

Pues así estoy. Perezoso. Distante. Sin ganas de pelea. Porque, y ahí radica mi pereza, nadie ya enarbola un relato (más bello que cualquier bandera) que incluya las cosas que realmente me preocupan hoy, a mí y para mis hijos y para lo que considero mi comunidad. No hay ideas. No hay proyectos. Y me quedo con el punk; No Future.

En fin, puede que mi pereza sea producto del cinismo (filosófico, que todo hay que explicarlo), que algunos  calificarán de hipocresía y, otros, de relativismo. No sé. Pirrón de Elis me dice hoy que... "Suspende el juicio". Válido para interpretaciones de todo tipo, e incluso para películas de todo género.

Qué pereza todo, voto a tal, pels déus...