Buscar dentro de este batiburrillo

lunes, 9 de enero de 2012

El extraño futuro de nuestras vidas

Hoy tocaba limpieza en el piso de mi padre. Limpieza más dura de lo normal, pues hemos acarreado bolsas y cajas de muchas, muchas cosas.

Había máquinas para hacer churros, cacerolas, cestas, ovillos, telas, ropas, agujas, botones, cintas de vídeo, manualidades, marcos, papeles, muchos papeles... todo ello, convenientemente embolsado, lo hemos arrojado en el contenedor, ya que no era ni vendible a un chamarilero ni tampoco reutilizable en su mayor parte.

En el proceso, como siempre, una foto que aparece, un libro, un recuerdo asociado a un objeto, una sensación. Al final, ha sido un trabajo melancólico donde el mayor esfuerzo no ha sido el físico, quizá.

Por ello, ha resultado más triste, lamentable incluso, encontrarse con dos gitanas que, a golpes de risa y burla, rebuscaban entre lo tirado a los contenedores decidiendo qué valía o qué no, sin vergüenza alguna, volviendo a tirar con desprecio lo que no querían y haciendo mofa de lo que presuntamente se quedaban. De pronto, he sentido una punzada de melancolía aliñada con mala conciencia. ¿Y si hubiéramos quemado...? ¿y si no hubiéramos tirado...? pero también es cierto que es así de crudo; tirar lo pasado, lo viejo, que pertenecía a otros, para seguir nuestra vida, con el mayor pragmatismo posible, sin lastre. Ellos están muertos, y ya no necesitan, ni quieren, esas cosas. No hay reclamo salvo el de otros que pueden encontrar utilidad en donde nosotros vemos recuerdos, pasado y melancolía.

Y viendo esa imagen, me acuerdo de la bíblica de los que se repartían las ropas del zelote aquel crucificado, el judío iluminado (hubo muchos) y pienso en algo más inquietante; harán lo mismo con mis posesiones cuando muera, cuando ya no sirvan para nadie. Será como quemar los caballos con su señor en el túmulo, como arrojar a una pira todo lo que perteneció a un vivo que, ahora, contaminó todo con su simple muerte.

Es desconcertante. Pero es el futuro de cada una de nuestras vidas cuando acaben. Porque los objetos no están vivos, nunca; somos nosotros los que los animamos. Y puede que llegen otros para hacerlo. Aunque nunca lo sabremos, estaremos muertos.

Saludos lúgubres,