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martes, 24 de mayo de 2016

Por qué debes leer

Últimamente me he aficionado a muchos podcast. "Charrando de tebeos", "Los retronautas", "Podcaliptus bombón", "Luces en el horizonte", "Personas con historia", "Cienciaes.com", "El podcast del Búho" o "Memoria histérica", estos dos últimos ya cerrados. En ellos, disfruto escuchando a personas disertar sobre temas de ciencia, literatura, cine, algo de música, tebeos y mil cosas más. Me quedo con la frase que abre "Luces en el horizonte", sacada de "Alta fidelidad":

" Libros, discos, pelis, eso importa. Puede que sea cínico, pero es la puta verdad"

Coincido plenamente. Libros, discos, pelis... eso que llaman cultura. ¿Por qué leer?

Porque la lectura, está demostrado, mejora la presión cardiovascular del cerebro, elimina ansiedades, potencia sentimientos e instruye para todo tipo de situaciones. Una persona que lee novelas de zombis sabrá cómo afrontar una hecatombe similar el día que suceda. O al menos, a reconocer un sistema social y económico corrupto, podrido y decadente. Una persona que lee novelas de fantasía heróica podrá actuar con valores cada vez más olvidados, como el heroísmo, la coherencia, la justicia, el bien y esas cosas. Una persona que lee ciencia ficción podrá reconocer los cambios en su entorno y sobre todo, su entorno, pues la Ci-Fi suele ser el género más sociológico, junto al "Noir", que existe. Una persona que lee novelas históricas, además de entretenerse, si tiene algo de juicio crítico, podrá ir a los ensayos y trabajos donde realmente se explica el entorno donde éstas tienen lugar. Y una persona que lee cualquier novela, relato, cuento, historia corta, historia larga, de amor (dicen amor cuando es sexo o, cuando menos, sensualidad para una mano) será mucho menos proclive a enfermedades mentales de esas que asolan nuestra modernidad. Como verse todo Woody Allen en una semana, ahorra psicoanalistas.

La lectura estimula. Logra que veamos lo que no existe y podamos crearlo un día. ¿Cuántos científicos leyeron a Julio Verne y pensaron en cohetes para ir a la Luna? Aunque he descubierto que es un tema controvertido (interesante, al menos) me imagino a Von Braun con un ejemplar en la mano. La literatura estimula. Wells inspira a Hawking cuando habla de contactos no muy pacíficos con alienígenas. Y los gadgets y cacharritos de Flash Gordon, han dado alguna que otra alegría luego...

Me encantan los podcast que ponen de relieve eso que comento. Curiosamente, la mayoría son aragoneses (Maño's power, que diría aquel) y son gente inteligente, ponderada, culta, hilarante. Quizá son como esos filósofos que tuvieron tiempo para meditar mientras otros les cocinaban el puchero, no sé. Pero la lectura es, para mí, primordial. ¿Quieres superar un fracaso amoroso? Lee. ¿Una situación imprevista en tu trabajo? Lee. ¿Una guerra que te haga huir de tu país? Lee (y de paso, ármate)

Ah, y nada de "géneros menores" o "géneros mayores". Para mí, tan respetable es leer "El Quijote", por mucho que su lenguaje haya ido expirando con los siglos merced a la estulticia del gobernante, como "Juego de tronos", aunque salga cada mucho tiempo y la serie haya adelantado a los libros. Leer todo, desde aquellos "Barco de Vapor" o "Elige tu propia aventura" o "Los Hollister cocinan pavo" o "Los cinco destrozan un motel de Wisconsin". Leer incluso ¡incluso! a Tintín, porque los tebeos se leen y se ven, también. Leer a Kubrick en sus imágenes. Leer a Dead Can Dance en sus canciones. Leer. Todo. Incluso mis libros (pero eso lo digo con la boca chica)

¿Tiempo? "El suficiente"...

Un saludo.

sábado, 21 de mayo de 2016

Seriados

Alguna vez he dejado constancia de mi gusto por las series televisivas. No las de parrilla, como quien dice, si no esas que puedes ver en cualquier momento, a veces de una tacada. Algo que "El Ministerio del Tiempo" ha logrado en RTVE, la de "Cuéntame"...

Mi tríada capitolina la componen "The Wire", "Los Soprano" y un vacilante tercer podio para "Yo, Claudio" o alguna otra, según me de. Por ejemplo, "Tremé", o la mutilada "Boardwalk Empire". Reconozco mi gusto por las de la BBC. Desde el moderno "Sherlock" o las estupendas "Luther" y "Black mirror" hasta las viejunas pero tan modernas "The young ones" o "Yes, Minister". La dicción, la actuación, todo eso suple a veces el presupuesto. Y si tiene encima, como "Peaky Blinders", una gran ambientación, es un gustazo. Hay miniseries buenísimas, como "37 días" que muestran un episodio vital de la historia reciente de Europa, magníficamente ambientadas y desmenuzadas, como "Parade's end" con el ahora ubicuo Cumberbatch. Y claro, "Vikingos". Una serie que me gusta por muchas razones. "Misfits", hasta que dejé de verla (como el culebrón de "Downton Abbey", el "Arriba y abajo" remozado) me parecía soberbia. Y "Utopía" es quizá de lo más lisérgico y atrevido que he visto, emulando a Kubrick en algunas ocasiones. Me he reído junto a Cris muchísimo viendo "The IT Crowd", una especie de adelanto de lo que vendría después con la archifamosa "The big bang theory". Solamente por el episodio de "El Internet", mereció la pena... "In the flesh" es una vuelta de tuerca al tema zombi, y estoy a la espera de la segunda temporada. Siempre historias imaginativas, contadas con poco dinero pero mucho arte (arte, claro que sí) e inspiración. Y sí, confieso, he visto "Los mosqueteros", donde D'Artagnan es un secundario bien relegado. Pero sobre todo, debo dar las gracias a la BBC por permitir que llegara un grupo de ácidos locuelos llenos de surrealismo a cambiar las reglas de la televisión... los Monty Python y su "Flying Circussss" (léase esa ese final arrastrada ;) )

Claro que hay muchas más series. "Juego de Tronos", esa serie que atemoriza cada lunes a medio mundo con posibles "spoilers" y que me produce rabia porque yo quería leerlo todo antes de verlo. "Modern family", un pasarratos. "Sons of anarchy", un drama shakespiriano con actores tan potentes que uno desea más y más. "Californication", que dejó de interesarme en la segunda o tercera temporada pero seguí viendo por lo mismo que todos. "Érase una vez", curiosidad que también abandoné pronto, algo que no sé si ocurrirá con "Penny dreadful", cuya segunda temporada me ha parecido tan hueca como todo "Mad men" desde la segunda. Sí, lo reconozco, "Mad men" me parece HUECA. Los personajes no evolucionan un ápice en décadas, el cambio es ridículo en algunos, las situaciones son presuntamente chulas pero de "poser" o postureo puro, los hilos argumentales me la bufan... en fin, un bluff en toda regla. En cambio, "Last man on earth" es una maravilla, cortita e intensa, donde con poco se logra mucho. En las fallidas, sin embargo, encuentro "Los 100", una insufrible Ci-Fi mal llevada y peor actuada, o la cancelada "Jerichó", que podría haber sido mucho más sin tanto estirar tramas insustanciales. Cierto, una serie puede permitirse estirar un chicle y esperar a un archifamoso "cliffhanger" para seguir, pero algunas... también recuerdo "Dig", promisoria y decepcionante. "Girls", de una pretenciosidad crispante. "Lost" (péguenme, me da igual) que no aguanté más allá de varios primeros capítulos... en fin, hay listado, pero no caigo ahora más. De las que considero un placer culpable, "Spartacus", aunque no aguanté mucho tampoco. "Homeland", que después de los rizos de la segunda temporada me cuesta retomar. O "Héroes", esa vuelta de tuerca al concepto Marvel que, como "Powers", también dejé por lo enrevesada y absurda que estaba ya siendo. No obstante, "Ash vs Evil dead" no decepciona, al contrario... ¡Qué gustazo volver a esas historias!

Pero sin duda "House of cards", a pesar de una segunda temporada llana (salvo por Putin) está entre mis favoritas actuales. Quiero ver la versión de la BBC, por supuesto, pero no sé si atreverme... Naturalmente, "El Ministerio del Tiempo" también me tiene atrapado, llegando a sacarme alguna lágrima como en los episodios del asedio de Baler (los últimos de Filipinas, para que nos entendamos) y alegrándome que tenga tanto éxito (aunque la calidad se resienta por los presupuestos) En su día, "Rome" me produjo cierto placer también, aunque fueran "las alegres aventuras de Lucio Voreno y Tito Pullo" con licencias. Ver a César encarnado en Ciaran HInds o al brutal Marco Antonio en James Purefoy (que también está en la que acabo de comenzar a ver, "Hap and Leonard") ya cubre toda suspensión de realidad en otros asuntos. He disfrutado mucho con la primera (y la segunda) temporada de "True Detective". La primera por lo enorme del producto, ese revisitar el terror de los Chambers y Lovecraft, esa mitología puramente americana. La segunda, porque sin la primera hubiera sido una estupenda historia policial y "noir" sin hermano mayor con quien compararse. No puedo dejar de hablar de "Black sails", diversión con la recreación de Robert L. Stevenson hecha con muy buena factura. En su día también me encantó "Friends", apertura de todas las comedias tipo "Cómo conocí a vuestra madre", que tiene momentos grandiosos. "Narcos" es otro descubrimiento de Netflix, como en su día las miniseries históricas de HBO tipo "John Adams" o las de la segunda guerra mundial "Hermanos de sangre" o "Pacífico", fantásticamente complementadas con entrevistas a veteranos y metraje documental de la época. Los mitos modernos... Sin duda, mi respeto a la delicada vida familiar de "The americans" también me hace apreciar esta serie (espías del KGB en suelo americano en plena época Reagan... ya eso atrae) y a su hermana complementaria "Deutschland 83", una gran recreación del "gran juego" en las dos Alemanias. Entre las "tecnológicas" me quedo con "Silicon valley", magnífica y ácida, y "Mr Robot", un producto muy Kubrick también desasosegante e intrigante. "Turn", otro producto histórico donde disfruto viendo casacas rojas, está bastante bien.

Es un repaso nada exhaustivo. Seguro que olvido series más viejas ("El equipo A", "El coche fantástico", "V"...) porque no las veo igual. "Curro Jiménez", por ejemplo, alguna vez que he visto reposiciones tengo un sentimiento mixto, de sorpresa y de decepción. Y también olvidaré series actuales, bien porque no me han dejado poso o porque mi memoria es frágil, que lo segundo es más cierto. Pero el resumen de esta entrada, para mí, es... ¡cuánto por ver! Si mi paternidad ha relegado el cine a ocasiones casi especiales, me encuentro con que hemos regresado, paradójicamente, a los inicios del séptimo arte. Sí, amigos. Cuando "Los vampiros" o "Fantomas" de Feuillade se estrenaron hace unos 100 años en Francia, era cine por entregas. Series. Lo que en los treinta y cuarenta tendría éxito en EEUU con los "Flash Gordon" o "Fu Manchú". No es nada nuevo. Cambia el medio, pero no el mensaje. Seguimos, en el fondo, queriendo cotillear en las vidas ajenas, conocer a qué se enfrentan, cómo lo resuelven o cómo reaccionan. Y queremos sorpresas, imaginación, escenarios mágicos... 

Queremos historias.

Un saludo,

miércoles, 11 de mayo de 2016

Ansiedades.

Llevo haciendo de padre casi tres años. En ese tiempo, que me parece expandido hasta el infinito (tanto que, como mi amigo Emilio, empiezo a no recordar una vida sin niño... bueno, no tanto. Recuerdo...) he vivido con intensidad muchas cosas. Desde mi miedo en la etapa del embarazo, donde la falta de conocimiento, de visibilidad, me generaba una tensión brutal, hasta que empezó a demostrar que es un ser inteligente y, sobre todo, simpático. Sí, mi hijo es simpático. Peor. Es mi clon. Soy yo con sus años. El mismo potencial de lo que he acabado siendo. Supongo que es una tendencia habitual, ver en los hijos las características de los padres. Una fatalidad subjetiva, porque en realidad él es... él mismo. Pero reconozco rasgos. Su querencia por abrazar, tocar, correr sin mirar, dar besos, buscar el tacto, la calidez de la piel. Hasta quizá extremos molestos para el que lo "sufre". Reconozco su rebeldía, su tendencia a negarse a hacer lo que le mandan (aunque termina siendo muy obediente, más de lo que parece. Es un poco aquella rebeldía controlada...) y su persistencia y curiosidad por las cosas. Reconozco su gamberrismo, buscando siempre aquel acto que haga risas pero al límite del enfado, aquel en que te llevas las manos a la cabeza, abres la boca con una "Oh" muda y ojos cual faros iluminados. Reconozco su sensibilidad ante dolores ajenos, ante accidentes, ante lloros o heridas. Reconozco esas cosas y me aterra. Pues de alguna manera entro en el barranco de la ansiedad, estrecho, puntiagudo y sin luces, que me dice "ten cuidado; puede terminarse". Puede morir.

Sí, lo he dicho. Tengo miedo a que se muera. Un miedo normal, creo. Pero el mío está cimentado en la realidad más absoluta de dos padres que perdieron a dos hijos. Algo que hace 100 años era tan normal que nadie tenía siquiera un nombre pensado para un posible síndrome (quizá ahora, el más cercano, sea el de "niño de reemplazo") pero que ahora, en nuestra sociedad tan de "Hijos de los hombres" donde la natalidad (occidental) ha caído estrepitosamente, se acentúa por la escasez de lo que era un bien y ahora es un artículo de lujo. Pero es así. Tengo miedo. Y el miedo, ese barranco que me aprieta en un abrazo afilado de ansiedades expresadas en rocas picudas a cada paso que doy dentro de él, es real. A veces no respiro, o respiro fuerte. A veces me altero y noto el corazón a mil revoluciones. A veces grito, enrojezco, me atraganto, sollozo. A veces expreso con furia lo que es puro miedo. ¿Y qué es la furia si no miedo y ansiedad, desconocimiento del futuro? Tengo miedo a que le atropelle un coche. A que se caiga y tenga secuelas. A que un tipo le rapte y le haga lo peor imaginable. A que sufra un cáncer o enfermedad de esas infantiles que siempre nos parecen tan prematuras. A que... no, seguir la lista interminable no es más que espolear mi imaginación. Y mi ansiedad.

Mi ansiedad. Cuando cayó mi gato de un quinto piso, esa ansiedad se tradujo en un miedo brutal. Hay un cómic, "El último recreo", de Carlos Trillo y Horacio Altuna, donde unas viñetas muestran un bebé estampado en el suelo. Es del año 1984. Ya en esa viñeta del bebé está el dramatismo del niño Aylan, colocado adrede por la policía turca con ánimo de soliviantar ánimos. Es el mismo encuadre. El mismo dramatismo. Y cuando cayó mi gato, lo primero que hice fue pensar en mi hijo así. De pronto, aquello que parecía ficción, simple entretenimiento que sí, removía intelectualmente, pero no emocionalmente, cobra nueva dimensión. Y todo regurgita del pasado, una espesa baba moquea frente a mi razón y cubre viscosa mi agilidad cada vez menor. Me siento anquilosado, queratinoso, cubiertas las vísceras de caparazones crudos y musgosos. Entre las junturas, sin embargo, aguijonean espasmos de realidad. Ansiedad.

La ansiedad es un mecanismo defensivo de supervivencia. Prever un mal futuro prepara para enfrentarse a él. Así que quizá sepa cómo enfrentarme a un apocalipsis zombi, quién sabe. Pero cuando la ansiedad no es por uno mismo (que existe, pero derivada; mi miedo es no estar, o estar en malas condiciones, de manera que mi hijo sufra las consecuencias) si no por un vástago, un descendiente, una astilla del palo curtido por los años y la intemperie, ésta es infinita, ilimitada en las formas que toma. De hecho, el horror cósmico ante la indefinición monstruosa de Lovecraft, esa pequeñez del hombre y su menudencia, queda pequeño ante la retahíla de formas informes que ésta logra consumar.

Me he desahogado. Lo reconozco. Peor sería dejar que me consumiera internamente, reventando las escasas fibras sensibles que aún tengo. Y, sin embargo, lo tengo claro. La ansiedad nunca remite. Incertidumbre e imaginación, conocimientos parciales, ojos abiertos. El expresionismo, la extrañeza existencial, el fatalismo, de pronto, dejan de ser arte y son parte. Creo, tras esta entrada en la bitácora donde calculo mis derrotas, que necesito recuperar un sol de abril, de mayo, un cielo azul sobre Marte, una cabalgada en la hierba un hermoso día de junio, una épica victoria sobre mis enemigos. ¿Qué enemigos?

Todos...

Un saludo,