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martes, 1 de febrero de 2022

Lo de la conciliación y los cuidados.

Tras casi dos años esquivando el virus, ha caído. En forma de Omicron infectando a la más vulnerable. Conste que la sacamos antes de la gran oleada del colegio en diciembre, cuando confinaron más clases en una semana que en todo el curso anterior. Que les quitamos del comedor en enero para evitar riesgos. Que seguimos manteniendo todas las restricciones (mascarilla, nada de reuniones en interior, distancias, higiene, cuidados) pero ha sido ya impracticable. Viendo a mi alrededor cómo familias enteras de amigos caían, asumí que caeríamos todos. Pero no. Mi hijo y yo nos hemos librado. Quizá gracias a las medidas tomadas, quizá a las vacunas... En todo caso, no gracias a la comprensión de la empresa, en forma de administración pública.

En España tenemos muchos problemas, sin duda. La mala distribución de las rentas por parte de la gestión pública de las mismas, el primero. Con esto me refiero a que, en la circulación esa del dinero, lo que se recauda luego no se invierte enteramente como se presupone. Se queda mucho en el camino, esa "pérdida en el riego" que asola a muchos horticultores. No hay un buen balance, como diría el Sr. Pitt. En esa distribución, tenemos cosas como que ahora mismo, tras dos años de crisis pandémica, los ricos son infinitamente más ricos y, los pobres, más jodidos. Los del medio, fluctuando, pero para abajo, casi siempre. Lo de la "clase media" fue un invento fenomenal para amortiguar la consecuencia de haber hablado de las luchas de clase. Ahora, de pronto, como si fuéramos la URSS y nos acolcháramos la frontera, teníamos una "clase media". Aspiraciones de burguesía acomodada, conciencia e ideología presuntamente progre pero, en la realidad, deseando chacha, servicio, casoplón, coches en el garaje y todo lo que la propaganda de EEUU en los años 50 manejaba. De aquello llegamos a nuestro día de hoy, donde, como en la Argentina de las mil crisis, ché, boludo, no comeré bifé, pero tengo aifon y levis nuevos. Y como siempre, me he desviado de mi camino.

Todos somos hijos de alguien. Hidalgos. Todos hemos tenido un padre o una madre o ambos o muchos u otros. Todos hemos necesitado (que levante la mano el que no) que nos cambiaran pañales unos años, que nos dieran de comer, nos limpiaran el culo, la ropa, nos sirvieran la comida, nos bañaran, jugaran con nosotros (ese gran coco del "tiempo de calidad") y, en suma, que nos prestaran atención mientras íbamos ganando destrezas para ser independientes. Todos hemos necesitado de alguien que nos pusiera el termómetro y diera una medicina, nos acunara, eliminara la fiebre, nos arropara por la noche contra monstruos y miedos, nos contara un cuento o algo, aunque fueran los decimales de Pi, que nos respondiera a las mil preguntas que nos iban surgiendo. Y todos, en suma, hemos luego ido olvidando que hemos sido CUIDADOS. Esto, en parte, es como lo de la curva de Gauss. En el primer extremo tenemos esos años de infancia, no sé, 12, 14. Y en el otro extremo de la campana, los años de vejez, depende cuántos y en qué condiciones. Se parecen mucho. Necesitaremos, como han necesitado nuestros padres y abuelos, que nos cambien los pañales, nos den de comer, limpiar nuestros culos, la ropa, nos sirvan la comida, nos duchen, nos entretengan (ese gran coco de "pasar el rato con") y, en sum, que nos prestaran atención mientras íbamos perdiendo destrezas e independencia antes de morir. Todos somos hidalgos, todos hemos nacido y, muchos, moriremos, espero, mayores.

Los cuidados, perdón, LOS CUIDADOS, así, en mayúsculas, son esenciales. Igual da que los preste nuestra omnipresente madre en la historia que un padre raro o un tío o una tía o una abuela o un primo mayor o un hermano o una hermana o un pueblo entero. Siempre, siempre, nuestra humanidad, desde que somos conscientes, nos impulsa a un mínimo, a un algo de cuidar. Y curiosamente, la actividad más humana, la más necesaria y omnipresente en la historia (la definición de "humanidad" últimamente ya no va de tallar herramientas, parece, si no de cuando cuidas de quien no se vale; un tipo que se fractura un fémur y, hace, miles de años, suelda porque alguien le cuidó) la que nos concede humanidad, civilización, es... el haber dado o recibido cuidados.

Las definiciones de cuidados varían poco. El Código Civil, en su áspera definición legal, dicta que los progenitores están obligados a prestar "alimentos" y explica que no es solo manduca. En sus artículos 142 y 143 (del siglo XIX, positivismo de la época) dice cosas como que "Se entiende por alimentos todo lo que es indispensable para el sustento, habitación, vestido y asistencia médica". Toma ya. También que los hijos deben hacerlo con los padres. Cuando regulas algo así, es que ya sabemos que ha habido padres que abandonan a sus hijos o los matan, o al revés. Filicidas y parricidas. O simplemente, abandono y marcha, por mil motivos. Pero vamos, que la ley, incluso, habla de eso mayúsculo de nuevo, lo de los CUIDADOS.

Estamos en una época de la historia con muchas banderas líquidas y absurdas, de identidades que rozan lo absurdo y de dogmas que huelen ya a rancio. Y también en una que nos creemos ilustrados pero en realidad sólo estamos estampados. No tenemos conciencia histórica, y vivimos, como el señor del túnel de Ortega y Gasset o el náufrago de la balsa en un océano sin final, sintiéndonos solitarios, motas cósmicas en un universo de aberraciones infinitas. O en una isla artificial con guardias que nos protegen. Pero en todas, en cualquiera de las historias, los relatos, todos, empiezan igual. Sea en una choza de Zambia o la Cañada Real, en una mansión de El Cairo o de Nueva Jersey. En un piso de Nueva Delhi o un bloque de apartamentos en Valencia. Alguien, para que estemos leyendo esto, juzgando esto, poniendo cara chusca ante esto, alguien, nos ha CUIDADO.

Yo he pasado por muchas fases, revoltosas y de dogmas, de apropiación snob de eslogans y tonterías varias. Y he llegado, tras años y destilando, a una conclusión. Si hoy, en nuestra sociedad, rica, más o menos, más o menos cimentada, más o menos sólida, si algo, repito, merece la pena, es reivindicar los cuidados. Todos. Infancia, hijos, dependientes, ancianos. Todos. Porque no estamos cuidando sólo a una persona concreta, estamos cuidando de nosotros, de nuestro mundo y sociedad. Incluso las personas solitarias sin hijos, pareja o padres, necesitaron cuidados y los necesitarán en un momento de su vida anciana. Y por el camino, también. Alguien nos ha enseñado. Alguien nos ha revisado en un médico. Alguien nos ha llevado a esos lugares, la escuela, el centro de salud o el hospital. Alguien, que, normalmente, era uno de nuestros padres. Mamá, papá... Y cuando un sector de la sociedad quiere desligar ese cuidado de la economía ("los niños para las madres" o cosas así) está, simplemente, dándose un bofetón en la cara y un tiro en el pie. Los padres, hoy, eligen en su gran mayoría serlo. No es un producto de la represión sexual, no es un desliz, un accidente o por ignorancia. Y si lo eligen, quieren serlo en todas las facetas. Quieren coger de la mano a sus críos cuando cruzan un semáforo para ir al centro de salud. Quieren darles de comer cuando lo necesitan, aliviarles y entretenerles cuando están pasándolo mal. Quieren estar, queremos estar. Y no podemos estar cuando esos cuidados se consideran, en el mejor de los casos, irrisorios, que pueden ser prestados por otros, sean familiares o pagando, como si la cultura de subcontratar fuera también la adecuada aquí. Un ejemplo que siempre me aterró; un tipo de una gran compañía que, cuando se jubiló, descubrió que no conocía a sus hijos, que hablaban en otro idioma, literalmente, y que no querían saber de él nada, salvo por su dinero. Porque ese tipo cumplió el protocolo de tener hijos ("mira, qué responsable, aunque sea la madre quien les cuida") pero no de criarlos. Y conocerlos. Y disfrutarlos. Yo, como hombre, quizá sea una anomalía (cada vez menos, también digo) por querer esa implicación, tener esa necesidad, sentir ese deseo. Y por eso, cuando eran mis padres, estaban por encima de trabajos. Cuando son mis hijos, están por encima de trabajos. Quizá, cuando sea yo, no me cuide nadie. No lo sé. No lo hago por eso. Lo hago porque, si no cuido de ellos, ¿A qué civilización o lo que entiendo como "humanidad" estoy dirigiéndolos?

La riqueza puede redistribuirse de mil maneras. Los políticos, aunque mientan, tergiversen, mangoneen, hagan negocios y demás, tienen debajo a funcionarios que suelen intentar corregir esos desmanes en lo posible. A veces. Con este tema, desde luego, aún no hay cultura. Se habla de "cultura empresarial, de emprendimiento y esfuerzo". Pero la cultura que de verdad necesita fomento es una; la cultura de los CUIDADOS.

Porque, cuidaos de quien la minimice, ridiculice, aparque, rechace o intente disiparla. Esos, al final, son los defensores (me sale "esbirros", pero creo que hace lustros que nadie lo usa ni entiende ya) de la clase que no tengo que decir, ¿verdad? Independientemente de su género. Y esa clase, como dijo uno de sus miembros, el del bufé libre, va ganando por goleada. A fin de cuentas, no necesitan madres o cuidados. Los pueden comprar a precio de saldo, porque nosotros mismos los hemos saldado.

Hay muchas propuestas para la conciliación real de la vida familiar y laboral, para poder hacer de verdad eso de cuidar. Yo, por mi parte, estaré encantado de orientarte, lector, en las que conozco. Ya sabes, ese dicho de "la unión hace la fuerza" o "cuantos más seamos, más reiremos". Quién sabe.

Un saludo,