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martes, 26 de septiembre de 2017

El estado de las cosas (o de la gente)

Parto de varias premisas.

Odio el nacionalismo. No me aporta nada una ideología excluyente, racista, prepotente, miope, orgullosa y vanidosa. No me gusta. En el siglo XXI no le veo valor alguno. 

Odio las simplificaciones. Me da igual que me acusen de plasta escribiendo o hablando. Necesito desarrollar mucho los temas porque, si no, se quedan escuálidos.

Odio las verdades (o mentiras) absolutas. Todo es una parcialidad, basada en percepción, en punto de vista, en subjetividad. No hay visión objetiva, si no completa de varias subjetivas, tratando de armar una visión lo más completa (y aun así, incompleta) de un hecho o tema concreto.

Cataluña y España. Estados, naciones, historia, rebelión, legitimidad, razones. 

Hasta el siglo XVIII, con el advenimiento de la revolución en Francia (aunque ya antes experimentos ha habido...) cambia el panorama político. Y aporto el dato esencial; no penséis en derechos, ideales o demás mandangas. Poderes. Clases sociales. Dinero. Ejercicios del poder. Quién crea un relato que ampare el ejercicio de su poder. Entonces se usa la historia (alcahueteando sus contenidos) para justificar esto o aquello. Territorio, lengua, racialidad. Unidad. Es la forma de uniformizar para heterogeneizar (el sueño de todo gobernante) mediante el ciudadano, libre e igual en derechos y obligaciones al resto (en teoría). La revolución francesa logra el sueño húmedo de todos los reyes; la conscripción obligatoria, de buen grado (por el ideal) de todos. Ni la Unidad de Armas ni los intentos de muchos reyes lograrán esto antes. La guerra ha comenzado. 

El siglo XIX es un hervidero de pruebas. Muchos se dan cuenta de que la Nación es como el Reino pero cambiando las caras de quienes gobiernan. Hay reacción, intentos de romper ésta y progresistas que buscan la igualdad mediante la desaparición de las clases... utopías que serán en un futuro distopías. O no. Entre medias, los verdaderos señores del tiempo y el espacio, como siempre, se adaptan. ¿Que hay que lograr una República porque los dineros fluyen mejor? ¿Que es mejor la Monarquía porque si no pierdo mi patrimonio? Acción o reacción. Quizá el único momento de la historia en el que unos radicales convencidos, minoría, logran su objetivo a pesar de millones, es en la Revolución rusa. El momento en que las oligarquías palman a espuertas y las nuevas no se conforman con solidez, pues hay un nuevo poder, que decide quién vive y quién muere tenga lo que tenga.

Llegamos al XX. Ni lo menciono. El XXI, tras la caída de esa anomalía llamada Unión Soviética, es el de la progresiva unificación. Ya lo he dicho, se quiere uniformidad, hetereogeneidad, simplicidad. La globalización logrará eso. Todos tendremos un móvil, internet, acceso a las mismas tonterías y las mismas franquicias en cada ciudad mediana. ¿Importa el idioma en un momento que, quizá, con un Google translator en la oreja se hará innecesario aprender otra lengua? ¿Realmente molesta el color de la piel cuando interactuamos a través de pantallas? (Lector, no sabes si soy negro, mulato, cobrizo, blanco, pálido, tostado o moreno...) ¿Influye la procedencia si sé qué debo decir o hacer respecto a tal o cual programa o algoritmo informático? Seremos igual de necesarios y prescindibles. O... no.

Vamos al tema catalán.

Las derechas en España siempre han sabido robar y prevaricar apelando al patriotismo. PP y CiU, hoy PdCat, lo han hecho con maestría. No significa que PSOE y otras formaciones de izquierdas no hayan hecho lo mismo apelando al idealismo y utilitarismo. Es el poder. Su ejercicio. Pero en el caso de Cataluña, hay un desarrollo claro. Se ha avivado el nacionalismo para hacer patria y se ha juntado al independentismo. Pero son cosas diferentes.

CiU siempre ejerció la presión de usar el sentimiento nacional de los catalanes para exigir mejoras económicas para su partido y su red clientelar (no para la ciudadanía) y por ello siempre logró más de lo que esperaba. Pero sucede que un día sus casos de corrupción le llevaron a huir hacia delante. Igual que el PP huye por donde puede, CiU canalizó un sentimiento antiPP y por tanto antiespañol (entiéndase en términos nacionalistas, esto es, excluyentes, miopes, fragmentarios y salazmente falsos) y encaminó hacia donde podía ir; la independencia. Los independentistas, al margen de si son más o menos nacionalistas, vieron la oportunidad. Y así están ERC y la CUP de pronto pilotando o dirigiendo a CiU. Compañeros de viaje por diferentes motivos; unos porque huyen del proceso penal por corrupción (CiU) otros por nacionalismo de izquierdas (ERC) y otros por independentismo de izquierdas anticapitalista (CUP). Todos comparten una misma visión; fuera de España, y luego nos pelearemos.

Se ha utilizado el sentimiento inculcado en escuelas y entornos (más constante y activo que en otras partes de España, pero no por ello el adoctrinamiento no se ha dado en todos los rincones de España...) como humus para desarrollar ese camino. ¿Es ilegítimo? No más que cualquier otra decisión de los poderes que han gobernado en todas partes de España. Partidismo, sectarismo y diferenciación es importante para desviar a los ciudadanos (si aún se les puede denominar así) de los problemas que realmente no solventan los poderes políticos por que su agenda política es otra. No ha ayudado que a los catalanes se les odie en casi toda España (atizado este odio por sentimientos futboleros, el idioma y la sensación de quién es mejor o peor, algo que se inculca en cualquier sitio, desde el barrio más pequeño de Cádiz a la masía más pegada a los Pirineos) y nadie haya hecho por moderar eso. Los catalanes no son mejores que el resto de los españoles, ni los españoles son mejores que los catalanes. Cada individuo es una simple persona que vive como puede. La abstracción identitaria, una máscara o anteojera. Y el idioma hablado, que puede verse como barrera, es simplemente la herramienta cotidiana de muchos. ¿Que hay miles de adolescentes que no saben hablar bien el castellano en Cataluña? Vayan a infinidad de lugares de España, no cito ninguno por no cabrear a nadie en concreto, y el problema es el mismo. Pero la realidad es que, mientras en Cataluña se ha mantenido, porque se usa, el catalán (y ahora a cabrear a los vascos y sus vascuences inventados, como el Batúa) en el resto de España muchos localismos, dejes y demás se han pasado por simple deriva del castellano, se han entendido como lenguas españolas y se han tratado con igualdad aunque un señor de El Ferrol charlando con un señor de Cartagena en castellano tienen todas las papeletas de entenderse igual de bien que un esquimal y un brasileño... muchas señas, sonrisas torpes y nerviosas y chapurreos.

El odio a catalanes en España se ha cultivado, bien por activa o bien por pasiva, mediante el fútbol, mediante conversaciones de bares, mediante actos políticos, mediante mil pequeñas cosas. El odio a lo español, entendido como el franquismo, la II Restauración y su CE de 1978 (la Transición) que dejó pervivir muchas cuestiones sin resolver y otras muchas tonterías (de nuevo el fútbol, conversaciones de bares, actos políticos, mil pequeñas cosas) también se ha cultivado. El resultado es que nadie quiere escuchar a nadie, armados todos de verdades puras e inalienables, empezando por una clase dirigente que o no sabe resolver esto o no quiere porque es más beneficiosa la crisis nacionalista que resolver los problemas diarios de la gente.

Cierto es que los independentistas se han sumado a los nacionalistas porque ven un posible proyecto, una utopía o distopía, según se mire. Y los que no son independentistas ni nacionalistas están huecos de proyecto, ya que nadie rellena el llamado "España" salvo con topicazos y lugares comunes. Hay independentistas no nacionalistas, muchos, más de lo que se cree. Y muchos que ven en este movimiento una revolución para sacudir el Estado y a España. Una vez más, la conciencia de cambio viene de Cataluña, guste o no, con más fuerza que en otras partes. Y ningún político ha sabido hacer de esto una corriente útil, ni siquiera Pablo Iglesias y su Podemos desnortado y fragmentado, peor equipado que los hombres de Pancho Villa. Nos encontramos en un momento de altavoces simplones y ojos abiertos, estupefactos e hipnotizados mientras vemos un acantilado acercarse a nuestros pies y nos preguntamos quién conduce. Porque nosotros, no. Ni siquiera las masas entusiastas de Cataluña conducen. Sólo son los peones de la partida más gorda que juegan otros con ellos.

El estado de las cosas y de la gente es penoso. Así, en bruto. No escucho, ni leo, voces pertinentes, moderadas, claras, inteligentes. Las que hay, o se ahogan en un "aquí conmigo o allí contra mí" o se callan porque no quieren ser señaladas por el poder que haya de surgir. ¿Que es una revolución? Tengo mis dudas, pues carece de los cánones clásicos de violencia y caos propios. Revuelta no es. Proceso, como lo llaman, sí. Eso lo tengo claro. No sé si es un plan o un surfear sobre la cresta del tsunami...

Personalmente, he visto tensadas las relaciones de amistad y afabilidad que tengo con mucha gente allí y en otras partes. Personalmente, creo que se podía haber pactado un referéndum dentro de la CE de 1978, un marco jurídico valiente donde hacer Foro de lo que se está cultivando en las calles. Personalmente, creo que la crisis de Estado que vivimos está siendo más larga de lo debido y no sólo por la situación internacional, si no porque da miedo a no estar alineado con los demás, en un alarde de mediocridad y cobardía que me confirma mi frustración por éste país, sea el que sea. Personalmente, diría que es una cuestión económica, en términos marxistas, de luchas de clases, de pelea por los recursos, de ricos contra pobres, como siempre, pero seguro que suena anticuado... aunque real. Personalmente, diría que todo parece que se va a la mierda, pero conociendo la adaptabilidad del homo sapiens, pienso que no, evolucionará, simplemente, ya sea mediante acción o reacción.

Personalmente, estoy, como dijo Pi i Margall, hasta los cojones de todos nosotros.

Un saludo,

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