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martes, 9 de septiembre de 2008

Más de religión

Si ayer criticaba los nacionalismos como un virus caduco e innecesario que produce más males que soluciones, hoy retomo mi diatriba contra las religiones. ¿Todas? se preguntará algún astuto lector (creo que no tengo de esos) y sí, diré que todas.

No hace falta ser experto en antropología para entender al ser humano en cuanto a su sentimiento de fe y necesidad de trascender. Todo hombre, desde que siente, intenta usar la parte racional para explicar su corta estancia en un mundo que cada vez se muestra más longevo que nuestra propia vida. Y claro, pensar que es irremediable la muerte, que el corto camino entre el nacimiento y el deceso es eso, estrecho, espinoso, sucio y breve, nos lleva a la angustia vital. De esa manera, el sentimiento más lógico es el de la fe, el de creer en una trascendencia, en un mundo más allá de la muerte. Ahí nacen las religiones.

O más bien, ahí se organizan. En el Neolítico, con los primeros casos de sedentarismo, esa mística se organiza y cae en manos de personas que ven su potencial. Serán los primeros sacerdotes, clérigos, administradores de la fe ajena. Ellos serán los que impongan las primeras leyes morales, quienes velarán porque la sociedad caiga en sus manos y con su pegamento ético, se mantengan fieles a un sentimiento organizado, ya colectivo, donde el individuo pierda su crítica y su capacidad de superar el miedo por sí mismo o por otros medios. La religión será la fórmula, y sus administradores, los ejecutores.

Porque cambian un miedo por otro miedo. Si nos aterra la brevedad y posible futilidad de nuestras vidas, ellos impondrán el miedo a transgredir las normas inventadas (con tino a veces, sin sentido las más) mediante el recurso a la condena eterna... eterna, suena muy largo. Pero el miedo es así, capta lo irracional y lo potencia. Y si queremos creer que "viviremos" después de morir, ya sea mediante el alma, su transmigración, reencarnación o lo que sea, ya hemos dado la llave para nuestro sometimiento. Que empezará siendo voluntario, pero luego nos hará esclavos.

Vivir es algo breve, pero no inútil. Ya con lograr que nuestros semejantes tengan mejores condiciones, presentes y futuras, con que la felicidad sea nuestro objetivo, para todos, y que mantengamos un mundo más o menos estable y sin penurias, tenemos más que suficientes objetivos. También el acomodarse es uno de ellos, y finalmente, está el peor de todos, el más nihilista; el religioso. Porque en él, somos egoistas, queremos la salvación por encima de todo (esto suena cristológico, o mitraico, o islamista, o casi cualquier otra religión que pensemos...) y por ello no vacilaremos en saltarnos reglas que son, a mi juicio, positivas para todos.

En suma, las religiones no son más que vicios adquiridos y alimentados por parásitos en forma de clérigos y acólitos, y si queremos mejorar nuestras vidas y las de los demás, vale más la pena pensar en fórmulas distintas que calmen ese sentimiento temeroso, buscando éticas sin necesidad de religiones que las soporten de manera "divina" y tratando de, sobre todo, convivir con nuestros semejantes.

¿Será posible o es otra quimera?

Un saludo,

5 comentarios:

Cicero scribit dijo...

Aqui un "astuto" lector que tiene muy, pero muy claro de la inexistencia de lo trascendente. No sé si momentos antes de morirme querré arrepentirme de mis pecados y asegurarme el perdón eterno. Por eso no apostato -de momento-, ya que aparte de lo dificil que lo ponen, el catolicismo tiene la ventaja que lo perdona todo: ya seas Hitler, Franco o semejantes energumenos que siempre habrá un cura a punto de perdonarte. Aunque supongo que con este comentario ni yo tendré derecho y no tengo dinero para comprar ninguna "bula". Que lastima....

Oscar E. dijo...

Te pierdes en tormentas de ideas de paja y no muestras la esencia de las cosas. La religión no es más que una la forma de pensar que surge en nuestro cerebro para contrarestar el miedo que nos produce ser consciente de nuestra propia muerte.
Como llegar a eso da tanto juego en si mismo que meterlo a todo en un mismo saco es como mezclar a Kant y Dinio ( "La noche me confunde..." Por si alguno es de otro planeta y no le suena...).

David P. Sandoval dijo...

Entonces, ¿cuál es la esencia de las cosas, Oscar?

Es que mostrarlas, si recurro a mi bendito escepticismo clásico, es imposible y casi casi contraproducente. Bueno, tras el chiste, diré que la esencia está en que la religión es un mal instrumento mal usado en muchas ocasiones por muchas personas, y que en ningún momento ha aportado nada positivo sin tener a su lado cien aspectos negativos. Y eso es la esencia de la religión.

Hoy, por cierto, el cineasta Ermano Olmi comenta en El País sobre su estreno de "Los 100 clavos" un buen inciso sobre la religión... vale la pena.

Y por cierto, englobo en religión todo; desde el impresentable que emite una Fatwa hoy animando a casarse a los musulmanes con niñas de 9 años porque son "más complacientes en la cama" hasta el que busca imponer su moral en donde esté (casi todos los religiosos...)

David

Oscar E. dijo...

Ten encuenta que hasta tu mismo tiendes a imponer tu propia moral, y acostumbras a pensar que es mejor que la de los demás. Pides respeto hacia tu forma de pensar pero no te das cuenta que no respetas la forma de pensar de los demás. Dudo yo mucho que mahoma haga referencias a las capacidades sexuales de las niñas de 9 años. Otra cosa es como LOS SERES HUMANOS nos aprovechamos del poder que nos proporciona cuestiones como la religión o LA POLITICA, y lo utilizamos en nuestro propio provecho. Somos los hombres los que somos unos cabrones, no las religiones.

Oscar

David P. Sandoval dijo...

No, no intengo imponer moral alguna, si no más bien, una visión positivista de la vida. La moral es un invento, como la ética, de personas que creen en ella como instrumento de manipulación y control. Yo, en cambio, la veo como reflejo de una legislación positiva (creada por el hombre) y a su servicio, en la que se logren objetivos comunmente aceptados como una vida feliz, por ejemplo.

Hay consideraciones éticas y morales que no son respetables y que han hecho mucho daño. Igual que a Aristóteles y su "biología", e incluso grandes partes de su ética, hay que rechazar aquello que choca con una idea fundamental si queremos que la vida sea plena; la búsqueda de la felicidad.