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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Capas de realidad.

Toda persona tiene un momento en su vida en que siente, como Segismundo, que la vida es sueño. O lo que es lo mismo, una mentira, una ilusión. Pero luego recuerda, igual que Woody Allen, que los mejores filetes se toman en esa vida real. Lo cierto es que, no sé si el cómic, la novela de Ci-Fi, la clásica, la filosofía, las películas, todo en general, me ha generado una certeza y a la vez una incertidumbre. Que la vida se configura por capas, muchas capas. Y que cuanto más quitas éstas, no encuentras un "núcleo" o único final, si no un vacío. Porque las capas son la realidad.

Tengamos por ejemplo mi propia vida, aunque vale cualquiera. He sido hijo, hermano, huérfano. Familiarmente he perdido y me han perdido. He vivido sensaciones, vivencias y experiencias de todo tipo en ese ámbito. Una capa. Se entremezcla, como la telilla de las cebollas, junto a los amigos, los pares, las decepciones, los maestros, las némesis, las antítesis, los iguales. Amigos que tornaron enemigos, enemigos que eran menos, amigos que no eran, conocidos que eran amigos, y todas las vivencias y experiencias y sensaciones junto a ellos. Amigos íntimos, amigos no tan íntimos, amigos perdidos por el camino y otros encontrados en medio de la nada. Otra capa.

Pasemos a la del amor o las relaciones. Las reacciones hormonales, los enamoramientos, las endorfinas, los flechazos químicos. Los rechazos, las decepciones, las frustraciones, las peores decepciones. El amor considerado una bella arte y realmente un simple nombre. He vivido historias de locura, de ajeneidad, de espontaneidad y de entrega. El sexo ha sido grandioso, aburrido, especial, fascinante, decepcionante, intenso, sencillo, inexistente, abundante, serio, ajeno. Amor y sexo que han creado relaciones, destruido relaciones, forjado relaciones. Del amor y del sexo han salido ramificaciones y nuevas capas, pero esta es una gran capa...

Hijo, hermano, amigo, pareja, y... padre. Una nueva capa de repente más dura, más opaca, al tiempo más oculta. Ser padre me ha postergado a ojos de los demás, salvo de quienes me seguían viendo con los mismos ojos, los que me reconocían como esa entidad llamada "David" y que estaba configurada por algunas de las capas esenciales que he mencionado. Pero ésta era nueva... de pronto, relegado a un asiento oscuro y trasero, silenciado, oculto para ojos ciegos a mi rostro, mi cuerpo, mi persona. Y esa capa se sigue formando cada día, cada momento.

Estas capas se complementan con extraños filamentos que las une, telillas transparentes, crujidos de realidad. Soy también miles de personajes leídos, vistos en películas y series, escuchados en historias, anecdotarios y cotilleos. Soy también, porque no puedo evitarlo, el amigo del amigo que un día hizo aquella cosa, el hermano del hermano que descubrió un secreto espantoso, el conocido que todos rechazaban y marginaban. Soy ellos, soy todos, porque un pedazo de su vida entra en mí cuando sé de ella, no puedo evitarlo. Dirán que son las capas de cebolla más acuosa, menos nutritiva, porque es menos real. No, lo niego. Sin ellas no sería tampoco yo. Sin el sufrimiento de los otros no comprendería el mío y la manera de atajarlo. Sin la alegría de muchos no entendería la propia. Sin las vivencias y acciones, que en lo más íntimo de mi ser apruebo o desapruebo, no podría ser yo. Porque la moral no es innata, es nuestro juicio a los demás, y siempre, siempre, equivocado. Ahí, siempre, recuerdo aquella reflexión de un conocido que es amigo. Sonreír. Y hacer sonreír. La vida es simple.

No, no lo es. A veces nuestra sonrisa esconde un perjuicio, un tenebroso secreto. O no, nada tan gótico. Tan sencillo como una verdad que nos hace felices en otra capa de nuestra realidad pero que podría acuchillar y hacer infelices a otros en su capa más próxima. Como cebollas en un mismo saco, nos podemos transmitir el frescor o la podredumbre. O la quietud. Pero lo cierto es que ni la vida es simple ni es fácil sonreír siempre, ni hacer sonreír. A veces debemos estar serios para que otros sonrían. Y a veces debemos sonreír cuando otros lloran. 

En las capas hay muchas interconexiones. Un multiverso de personalidades, extrañas algunas, pero que conviven con nosotros, salen a la palestra y toman la nueva máscara de esa tragedia llamada vida. En nuestro interior, en alguna capa, vive el amigo despechado, el amante vengativo, el colega traicionero, el hijo disoluto, el padre terrible. Y sus acciones pueden quedar conscriptas en la capa, o salir en forma de bulbo, de raíz seca, de poro negro, de dolor supurante. Somos capas de emociones, de vivencias, de sueños, de locuras, de inexactitudes.

Las capas, sin embargo, son reales. Todas ellas. Y ninguna es menos real que las demás. A veces nos arrancamos una y es como tirarse de la piel y dejar en carne viva un trozo de nuestro cuerpo. Nos falta esa capa, no lo sabíamos hasta que sufrimos el dolor. Pero lo interesante de la vida es que siempre crece una nueva, sustituyendo a la anterior, a veces con cicatriz, a veces no. Y la memoria almacena o descarta esas cicatrices emocionales de manera que podamos sobrevivir y acumular más capas, más inviernos, más sueños. Pero siempre, con una máxima; no dejar que las capas nos abrumen por asfixia, sofocando nuestra respiración, vidriando la vista, abotargando el tacto, quemando el gusto, eliminando el olfato. La vida son sentidos, sabiendo, de inicio, que el primero es la muerte.

Porque no cabe lamento por las capas. La muerte es el final. El último de todos. Y como la cebolla cortada, triturada, tragada y digerida, nos convertimos en lo que sabemos que somos, por más que busquemos permanecer. El mismo polvo de estrellas que acumuló energía solar durante una fracción de tiempo ridícula. 

Hagamos que signifique algo, en alguna capa, en algún momento, en nuestra vida.

Un saludo,

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