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jueves, 29 de septiembre de 2016

El olvido y el humor.

Ayer tuve una conversación (breve) con mi hermano sobre un tema que daba mucho de sí. El postulado era, ¿se puede hacer un humor riéndose de las víctimas de algún tipo de suceso cuando aún esas víctimas sienten fresco el dolor? Ejemplo, víctimas de ETA, situación del País Vasco y "Ocho apellidos vascos" donde Carmen Machi es la viuda de un Guardia Civil que vive fuera del pueblo y de cuyo marido sospechamos murió en un atentado (o no, deliberadamente queda ambiguo)

Salió el tema de los límites del humor, hasta dónde se puede reír uno, cuándo... "La vida es bella" o Zapata y el antisemitismo de la izquierda (yo preferiría decir antisionismo...) Pero de todo eso, me gustó más la tesis que mantenía mi hermano y que, quizá mostrando que debo vivir en una cápsula, es muy cierta. Que en España no olvidamos o asumimos, más bien enterramos bajo la alfombra a toda prisa y nos descojonamos en clave de humor negro para generar un mecanismo de defensa que no es ese sano olvido o restañar de heridas.

Yo tengo unos cuantos recuerdos de ETA. Uno es cuando iba al instituto y pasó lo de Irene Villa. En ese mismo día o el siguiente (no existía ninguna red social salvo las maledicentes de la gente) escuché ya muchos chistes macabros, duros. Recuerdo que servían de anestesia para las imágenes que TVE emitía (entonces no existía esa censura creyendo que la infancia es algo sublime que no debe ver la realidad...) y me impactaban tanto. Chorros de sangre sobre cabezas ahumadas, pelos revueltos y uniformes descorchados. Pero pasado el tiempo, me sentía algo incómodo con esos chistes, aunque como todo adolescente que quería ser mayor, repetía como un loro. Otro recuerdo viene el año siguiente. Tenía examen de gimnasia y, de pronto, notamos un estruendo, los cristales temblaron, cayó el polvillo y nos miramos interrogantes. Algunos decidieron salir y ver qué pasaba. Tonto, les seguí. Bajamos a la plaza de la Cruz Verde. Primero el olor a quemado, como una barbacoa, mezclado, picante. Luego el humo. Después, entre gemidos y sollozos, hierros retorcidos y cuerpos tan reales como los del telediario o más. Recuerdo bien que alguno vomitó. Yo miraba hipnotizado. Y el profesor cogiéndonos de los brazos y arreándonos de vuelta al instituto a empellones. Nadie hizo bromas. No recuerdo ninguna.

Después, la conciencia. Si paseaba por Juan Duque a ver a algún amigo, los PM patrullando. Visiones de gente que se agachaba en Carabanchel para mirar bajo el coche. Pasquines de etarras buscados que parecían quinquis del barrio. El atentado a Aznar, que parecía el cúlmen de todo. Y mi charla con una votante de HB en San Sebastián tras asistir a una carga de los antidisturbios contra varios aberchales. ETA existía, mataba, y aquí o allá te salpicaba una información sobre el tema. Gente que tenía miedo de confesar a qué se dedicaba porque, a fin de cuentas, vivían en el miedo. Los años pasaban más. En aquel 11M infame, recuerdo la cara de susto del "héroe por la paz" llamado Arnaldo Otegi dejando claro que ellos nunca jamás habrían hecho algo así. Tanto fue que se desmarcó a todo correr. Pero es curioso. No recuerdo chistes, al menos, no de los que yo me pudiera reír sin problema. Y llegamos a Carmen Machi.

Cuando pude ver "Ocho apellidos vascos" me hizo gracieta la simplificación y estereotipos manejados, todos, desde Sevilla a aquella ficticia Argoitia. Las bromas del "Comando G" o las tonterías de Dani Rovira. Y me parecía impactante el despertar de Karra Elejalde en la cama de Carmen Machi y descubrir que ella era una malévola "españolista". Un tono grueso, brochazo, que no me hacía reír de pura felicidad tanto como de cierto garbancismo patrio. La película es intrascendente. Los andaluces quedan de torpes cerriles con gracia y los vascos de nada folladores que buscan la revolución guiados por el primer papanatas que les impulsa. La historia es de servilleta de bar y los personajes, salvo precisamente Machi y Elejalde, prescindibles. Y a mí me sorprendió en el personaje de Machi esa especie de resignación y aceptación. La de una mujer que amó y decidió dejarlo todo en una tierra peligrosa. Lo que me recordó otra anécdota que viví en Irlanda. Del norte.

Paramos con el coche Cris, Fani y yo en un apeadero para comer los sandwiches. Había una mujer con su hijo. Nos pusimos a charlar. La mujer era católica, fue lo primero que nos soltó tras contar de dónde veníamos. Después de la charla social normal, nos comentó que era la viuda de un paracaidista inglés destinado en Belfast, que habían matado miembros del IRA o alguna rama similar. Pero que ella no cejaba. Que no se iba de allí. Que se había enamorado de él a pesar de que le llamaran "invasor" y otras lindezas. Que tenía amigas que dejaron de verla, sus padres la dejaron de lado y nadie la trataba con corrección. Si alguien ha estado en Belfast, eso no es Bilbao o San Sebastián. Cada 20 o 30 metros hay una cabina para poder llamar al número gratuito de la policía y el ejército. Hay verjas. Hay calles que, como nos demostró el taxista, no puedes tomar según tu confesión. Hay urbanizaciones donde plantan más banderas que repollos. Y conviven con todo ello llenos de cierto humor. El taxista, protestante, pistola en la guantera y cadenita más tatuajes orangistas, nos contó al pasar al lado de un hotel que ese era "el hotel más bombardeado de toda Europa", y que él sabía quién estaba detrás de las bombas católicas y protestantes. "El gremio de cristaleros". Era sentido del humor para convivir con ese puto horror. Y lo tenían todos. Las caras eran siempre de expectación, de prevención. Los chavales semejaban bestias agazapadas esperando reconocer una presa o un aliado. Y todo eso, junto a aquella mujer pelirroja del apeadero me hizo pensar que la tragedia se mide no tanto en muertos como en decisión. La decisión de vivir de una determinada manera contra la decisión de otros de impedirlo. El personaje de Machi y la norirlandesa católica, de pronto, se me hicieron uno.

La celebérrima frase de Mark Twain (creo) de que el humor es igual a tragedia más tiempo me viene a la mente hoy. Los hijos, que te distraen. También el comentario de Cris sobre el "Gran Dictador" de Chaplin en 1940 (¿se podía hacer humor con campos de trabajo ya abiertos, purgas, asesinatos, exilios, rescisión de derechos?) o la brutal secuencia de inicio de "Postal", ese engendro de Uwe Boll. O la reciente "Ha vuelto" de David Wnendt. ¿Cuándo es aceptable convertir la tragedia en humor? ¿cómo se destila? Pienso en "Vaya semanita", ese humor de la tierra que banalizaba para hacer soportable el día a día con ETA en el hombro. Pienso en los silencios de amigos de allí cuando sale el tema, miedo a significarse, a ser claro, a no poder expresar la ira y el cabreo por las posturas de tantos imbéciles a uno y otro lado del espectro. Y me viene a la cabeza de nuevo la chica pelirroja norirlandesa. O a Irene Villa absolviendo a Zapata de sus crímenes tuiteros. Pienso en los vodeviles que se hacían ridiculizando a Hitler en los años 20 e inicios de los 30. Pienso en tantas y tantas tragedias que no han tenido un cómico detrás que las explotara, no sé si tempranamente o demasiado tarde. Pienso en que el humor y sus límites son aquello a lo que uno quiera atreverse, pero reconociendo las consecuencias. Y que Emilio Martinez Lázaro jugó magistralmente con esa peculiaridad del español medio. El olvido y distanciamiento de aquello que barre bajo la alfombra de la vida cotidiana. Es verdad que no somos empáticos, ¿para qué serlo si nos podemos matar? Y que ETA y sus crímenes han sido una cosa "lejana" que afectaba a otros (policías, militares, luego algún civil "que algo habrá hecho" y políticos, esa hez que realmente cagamos nosotros...) y por tanto, podíamos obviar. Pienso, no sé, que no hay remedio. Que no hay una ética reprobable porque no hay ética que valga. Que queremos ser y acabamos, como aquella triste frase, siendo españoles porque no podemos ser otra cosa, y quienes intentan serlo, acaban hartos, exiliados o muertos. Pienso que, por eso, el personaje de Machi es como es; una resignación donde ella también crea su mundo paralelo y no deja entrar lo malo del que le rodea. Que sufre, pero no deja que otros la hagan sufrir...

En fin. Yo opino que hay que reírse de todo, porque es el mecanismo clásico del humano para enfrentarse al terror. Pero que la risa primera, bruta, pura, también arrastra muchas corrientes personales de prejuicios y odios o filias y preferencias, es una verdad incontestable. Los que odian o aman "Charlie Hebdó" o "El Jueves" saben que el humor es crítica social asqueada y hecha de manera que impida al que la realiza empuñar un arma y volverse loco a tiros. Una válvula de escape, que se suele decir. Pero qué tiempo es el correcto... no sé responderlo. Eso es de cada uno. Si pasa poco, ofende. Si pasa mucho, no interesa. Quizá por eso Woody Allen acierta a veces, y otras no. En todo caso, yo prefiero el humor negro, sólido y dolorido de otra película de Borja Cobeaga; "Negociador". Ahí, creo, él sí contó lo que quería sin pensar en la taquilla, por suerte para todos. Si me toca recomendar, menos "Ocho apellidos vascos" y más "Negociador". 

Un saludo,

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