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martes, 15 de octubre de 2019

"¿Cu-cu? ¡Tras! Peek-a-boo!!"

No todo me sorprende ya de la misma manera, pero es porque me siento más firme en muchos de mis conocimientos. Suene a suficiencia hiperbólica engreída o no.

El lunes ya sacaron la sentencia del Tribunal Supremo sobre los hechos de Cataluña. Rápidamente, todos han empezado a incluir este episodio en su relato, sea el que sea ("hemos parado un golpe de estado" vs "nos han tratado con injusticia") De hecho, llevaba en el relato de cada cual mucho tiempo ya, sin necesidad de emitir sentencia. Todos tenían clara la reacción, sin que sorprendiera a nadie lo que iba a pasar. Como en el "tune" de las viejas cadenas musicales, si desviabas el marcador mucho a un lado, el ruido era infernal, y lo mismo al otro lado. El punto intermedio era siempre voluble, dependiente de las ondas y vete a saber qué más factores. Lo mismo aquí.

Si uno es defensor del Estado de Derecho (una cosa que suena franquista) y cree que estamos en una democracia, la sentencia se lo reafirma. No es rebelión (nadie sacó tanques a la calle) si no sedición. Que suena al chiste montypintiano de "seiscientos sediciosos Saduceos" pero que está tipificado claramente en el Código Penal actual (Título XII, Capítulo I) y que no es, ni de lejos, como el de rebelión. Se ajusta el hecho al tipo legal, así que tenemos Sentencia (pincha y la lees si quieres, que son muchas páginas) y puede ser más o menos controvertible en algún punto pero es, como todo lo jurídico, lo más cercano al juicio de unos hechos más o menos objetivo que tenemos.

Si uno es defensor del Procés independentista catalá (una cosa que suena a nacionalismo catalán) y cree que esto no es una democracia, la sentencia se lo reafirma. Se condena a unos líderes que buscaron vías no violentas (a pesar de que sí haya habido violencia, recibida y provocada) para lograr una independencia de facto (llamada de muchas maneras, como "desconexión del Estado español", por ejemplo) y que permitiera establecer una república catalana realmente democrática e independiente de un Estado aún franquista. Lo que amparaba dicha aspiración es la realidad cultural y política de un territorio que se siente nacionalmente diferente al resto. Un nacionalismo, con todo lo que conlleva de emociones y sentimientos.

Después, había muchos matices. Se reduce todo siempre a dos bandos enfrentados, sin escala de grises. Una manía no sólo castiza y nuestra, la verdad, pues está en casi todas partes. No, los había que deseaban un Estado de Derecho sin injerencias nacionalistas ni políticas (eso de tipificar "Rebelión" en la instrucción del caso para llevarlo a Madrid y no juzgarlo en el TSJ de Cataluña por sospechas de parcialidad política... como si el TS no fuera también parcial y no estuviera politizado...) igual que los que deseaban un diálogo pleno y honesto con un gobierno que no se escudara en su mediocridad para evitar mostrarla en público (Fabio Rajoy...)

También estábamos los que consideramos que todo el proceso histórico deviene de muchos factores, pero el primero de todos, el motor de la historia, es el "cui bono". El nacionalismo siempre ha estado ahí, el catalán y el español (mientras, otros, como el vasco, miraban de reojo) pero su repunte vino atizado por una crisis económica y una tensión provocada por la destrucción de estabilidades sociales. Si se suma a eso una clase política (siempre) desprestigiada, acusada de robos (sean Pujoles o Ratos) y saqueos, y un sistema económico que exprime y tritura sin visos de cambio o enmienda, es normal que muchos se arrojaran a los brazos de una salvación (la imagen del Artur Mas mosaico lo resume bien) fuera la que fuese. De pronto, se realimentó a dos nacionalismos, el catalán y el español, y en la pelea de ambas ficciones, no se buscó el típico combate cuerpo a cuerpo del boxeo, puesto que era más bien un combate de peso mosca contra peso pesado. Fue más una pelea callejera, con ánimo de desprestigiar mediante insultos al contrario o aparentar imperturbabilidad. Pero, ¿A quién beneficiaba?

A todos los magníficos políticos que se han visto inmersos. Les ha permitido crear una distracción tan amplia que aún hoy día los coletazos son evidentes. ¿Ha habido alguna manifestación tan masiva como las de las Diadas o por España a causa de la pérdida del dinero DE TODOS (catalanes, extremeños, madrileños, murcianos o riojanos) en tapar el juego especulativo de la banca? No. ¿Existió algún consenso social en desalojar a los políticos por las fechorías cometidas en sus cargos, léase recortes en Sanidad o Educación, robos a manos llenas, etc.? No. ¿Existe alguna asociación que busque la mejora social y económica en España, y no ser simplemente un chiringuito que acumula poder, pasta e influencia para presionar cuando convenga? No. Hemos jugado al juego que nos han puesto delante sin siquiera cuestionar las reglas. Como paciente lúdico de la vida que soy, aplaudo a quienes lo han diseñado; llevamos unos cuantos años jugando sin ser conscientes de que, aquí, nosotros nunca ganamos.

Los partidos políticos claro que tienen su rol en esta farsa. Nunca he entendido que la izquierda o la denominada así apoye un nacionalismo. El que sea. Se pueden apoyar símbolos o estructuras que permiten la mejora de la vida de sus ciudadanos (hoy somos súbditos...) pero no caer en los cuentos de vieja que proponen los nacionalismos. Sean los que sean. A las derechas sí que las entiendo. Las que han jugado a tomar las riendas en Cataluña y las que han gestionado el desastre en el resto de España. Lo que nunca entenderé es la miopía de las personas involucradas (agiten la bandera que agiten) y que nos ha llevado a comprar unas gafas más horrendas que las de Barragán para poder interpretar esta realidad.

A mis hijos, de pequeños, les encantaba el "¿Cu-cú? ¡Tras!", ese juego de esconder tu cara con las manos y aparecer de pronto ante ellos. Simple, efectivo. Aún funciona para entretenerles un rato. Igual que ahora Boris Johnson lo aplica en su carrera hacia delante del "Brexit" (no es de extrañar que los británicos apoyen a Cataluña, todo lo que sea jodernos en la península, portugueses incluidos, es su mayor afán) y se llama allí "peek-a-boo!", aquí nos tienen jugando al cucutrás desde hace tiempo largo. Y no sé, oiga, llámenme clásico, pero yo soy más de las puñaladas que se dan en el "República de Roma", sin limitaciones.

Por otro lado, espero algún día que los que no nos sentimos con la moral para apoyar ni a unos ni a otros, encontremos una realidad que nos guste para explorarla y convertirla en nuestro refugio. Últimamente, mis hijos y mis libros han sido esa realidad, y no me defraudan. Porque, ya puestos a explotar un relato, una fábula, una mentira, a fin de cuentas, que sea una que nos haga felices.

Un saludo,


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