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miércoles, 14 de agosto de 2019

Migraciones

La humanidad lleva desplazándose en grupos o en masa casi toda su historia. No de otra manera hubiéramos ocupado el planeta entero, colonizándolo. Pero es a partir de la sedentarización cuando las cosas cambian. Los grupos que se establecen en un territorio lo explotan para sí mismos, evitando que otros puedan acceder. De pronto, los muros cierran el espacio que antes era infinito. Muros de casas, palacios, fortalezas, murallas, torres... El espacio se acota, se ponen límites y se establecen fronteras. Los movimientos entonces se convierten en migraciones. Los grupos que aún son nómadas, cazadores-recolectores, o grupos que viven del pillaje, se convierten en los nuevos "salvajes". Y después, ya sean indoeuropeos, galos, godos, hunos, mongoles, vikingos, sarracenos, castellanos, ingleses, francos, suevos, árabes, bantúes o cualquier otro grupo humano adscrito a una cultura, descubren que yendo en masa a un lugar pueden tomarlo y hacerlo suyo. No hay una "sustitución" como proclama el autor francés Renad Camús. Hay un choque de grupos. Los que viven en un territorio, de ese territorio, y los que llegan a ese territorio con ánimo de, normalmente, erradicar a los gobernantes del mismo y hacerse ellos con el control.

Lo he resumido. Pero es así, desde hace unos miles de años. Los indoeuropeos cambiarán las estructuras sociales y religiosas, pero algunas anteriores pervivirán y se mezclarán. Igual con los galos que luego Roma somete. Los godos, suevos, alanos y otros grupos que se romanizan superficialmente. Los hunos y mongoles que se sionizan. Los vikingos cristianizados, los sarracenos y árabes que... Bueno, estos no. Como los ingleses o franceses, aquí ya hay una idea de superioridad, moral, ética, religiosa, tecnológica. Los castellanos que toman América se mezclarán también, aunque imponiéndose. Y los bantúes se expandirán por África sin remisión. No existe una sustitución, y es estúpido afirmarlo, porque en dos-tres generaciones las personas cambian parámetros culturales, más en nuestros tiempos actuales donde todo corre con mucha más rapidez.

Los grupos humanos buscan siempre tener a líderes que les representen en sus intereses. Ya sea para que defiendan una determinada manera de matar a una vaca o una forma concreta de pagar impuestos. La complejidad de los sistemas suele medirse por cómo se integran o no otros exógenos. Si logran integrar sin un conflicto tenso elementos de otros sistemas, triunfan, hay un sincretismo, una mezcla, un cambio que siempre se ha dado. ¿Qué es el cristianismo si no el sincretismo de decenas de religiones, basadas en la judía, sí, pero debiendo esa y la cristiana todo a otras muchas? ¿Qué es la musulmana sino otro intento de sincretismo que, sin embargo, es más hermético y problemático? Los sistemas culturales (incluyo religiones) no son estancos ni aislados, se nutren de lo que les rodea. Pero siempre hay una creencia en que son inmutables ("siempre hemos sido desde tiempos inmemoriales") aunque no tengan ni veinte años. Los nacionalismos son de hace un par de minutos en términos humanos, pero parecen impregnar la historia y la prehistoria. La única realidad, como dejó claro mi ídolo de la Era Axial, es la mutabilidad. El cambio. Todo el tiempo todo cambia. Yo ya no soy el mismo del primer párrafo, ni seré el mismo más adelante.

Las actuales migraciones, Open Arms, el Mediterráneo lleno de ahogados, las pateras, Richard Gere haciéndose fotos, la capitana Carola Rackete, Siria desangrada, etc, etc, que se conjuga con el ISIS, los refugiados que asesinan en las calles con catanas o viven en suburbios sin querer saber nada de las ciudades que rodean, los inmigrantes (legales o ilegales) que trabajan al margen o apenas dentro de los márgenes de lo "legal" y "normal", los miedos a otro color de piel, idioma o costumbres sociales, el catastrofismo atribuido a quienes portan virus o enfermedades exóticas pero no se quiere dejar participar de un sistema sanitario consolidado y a la vez en peligro, el miedo a que el reparto de riqueza sea exiguo porque no se cree que se genere más riqueza, los prejuicios, los deseos de quienes creen que Europa es una tierra de leche y miel por todas partes, etc, etc, etc, están hoy en boga, amplificados por redes sociales, cuñados, opinadores, gentes que viven el presente y no saben ni del pasado ni de su propio presente. Las migraciones hoy son desordenadas, fragmentadas. Las guerras de los Balcanes de los años 90 lanzaron miles de serbios, croatas, musulmanes, gitanos y otros a países de alrededor. Fueron acogidos más o menos con recelo, pero eh, eran blancos y europeos, tenían un sustrato común. Roma, Grecia. Los marroquíes y argelinos fueron recibidos en España y Francia con recelo, pero eh, les conocíamos de masacrarlos en el Rif y masacrarnos en Annual o luego en la última guerra civil, o por controlar colonialmente aquella Argelia de pied-noirs y otros. Los turcos que fueron a Alemania sabían a lo que iban, como los españoles que tomaron Amberes y otras ciudades derruidas como tropas hambrientas llenas de ganas de trabajar en la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y es que, al final, las actuales migraciones provienen del hambre, la falta de una vida que se considera suficiente o, al menos, el deseo de una mejor vida en donde parece que sí la viven.

Yo dudo mucho que haya una invasión. En nuestro mundo globalizado, ya no aparecen por sorpresa cientos de miles de godos en Adrianópolis pidiendo entrar para huir de los hunos (por más que a Pérez-Reverte le parezca actual ese episodio). Sabemos exactamente cuántas pateras arriban a las costas o cuántos saltan las vallas cubiertas por concertinas. Sabemos cuántos campos de refugiados tenemos (Turquía tiene como 4 millones, Alemania más de 1 millón, pero Pakistán, Uganda o Sudán suman más de 3 millones, según Agencias de la ONU) y que Europa apenas acoge a varios miles. Que la mayoría están en países limítrofes, tensionados no sabemos cuánto. Que viven de no salir por pagos y subvenciones a esos países desde otros de la UE (un poco al modo de cómo sobornaba el Imperio Romano a sus enemigos de allende el limes) y que las mafias de todo tipo, aliadas con especuladores y empresarios necesitados de mano de obra ultrabarata, los sacan de allí con medios espeluznantes en los que el coste-beneficio es amplio, pues si mueren, antes han pagado, y si llegan, hacen más caja. Y a todo esto, tenemos tres discursos, al menos, desde las sempiternas ideologías que no son uniformes pero oye, se aglutinan.

Las izquierdas ñoñas y ridículas abogan por vender esa imagen de países de leche y miel, de abrir todas las fronteras y que ningún ser humano es ilegal. Que todos cabemos y todos somos iguales e igualmente necesarios y hay un sitio para todos. Quien siga a Malthus sabe que esto es una falacia incomparable. Quien piense que la izquierda está haciéndole el juego al capitalismo más salvaje, acertará. Porque dejar que todos vengan es depauperar las ya exangües fuerzas del inexistente proletariado (desaparecido formalmente en 1991, vivo hoy con el equívoco nombre de "clase media") y condenarlo a caer, por desorganización, en la esclavitud real, que no formal. Y quien crea que los recursos son infinitos y su reparto equitativo, claramente desconoce las normas básicas de la economía. Los recursos son finitos y el reparto debe ser equitativo, pero no de manera ineficiente, como hacen las ONG's con sus inversiones en África, si no eficiente. Que ningún ser humano es ilegal es cierto, pero es ilegal estar en países que tienen una legislación, un entramado complejo social y una forma concreta de funcionar sin aceptar esas reglas del juego, por más o menos que nos gusten. Todo es reformable, y como digo, no hay gran sustitución, sino convergencia, esa fusión que se da cuando las culturas encuentran espacios de solución conjuntas. Las izquierdas, en general, por haber dejado el discurso migratorio a los Unicornios y Hadas, han perdido (como siempre) una batalla, por más que su humanismo pueda ser honesto (e interesado, pues buscan la masa para el voto y ganar así lo que son incapaces de vencer convenciendo sin eliminar al contrario) y le han concedido a los otros grupos ideológicos una gran ventaja.

Las derechas, conservadoras o clásicas, extremas o radicales, por otro lado, juegan la gran baza que siempre les da réditos. La apelación al miedo. El miedo a que haya violaciones, raptos, asesinatos, cambios en las costumbres, la moralidad, la ética (muchos de ellos la mencionan como Jon Polito en "Muerte entre las flores") y otras sandeces similares que activan el prejuicio y el potente músculo del miedo. El miedo es, en general, una emoción a la que apelar con más éxito que cualquier otra. Lo saben todos los políticos, y en las derechas más que en ninguna parte. Han logrado generar un "coco" como ningún otro, al que alimentan, además, el racismo inherente a cualquier humano y los hechos que sirven para consolidar esas razones. Pero claro, dentro de su coherente incoherencia, alientan y permiten esas grandes migraciones que sirven para, en realidad, sustituir a la clase trabajadora (ellos la llaman "clase media") de manera que en su visión ultraliberal de la economía los costes (porque no son inversiones para ellos) en personal sean los menores posibles, maximizando así los beneficios de quienes saben (como el dueño de Zara) que cuanto menos se paga, más se gana. Las derechas tampoco buscan una solución clara, y sólo sus extremistas juegan con la idea de eliminación física (como siempre ha hecho la extrema derecha alentada por el silencio cómplice de sus amigos, algo así como el PNV hacía con ETA) que, a veces, cumplen en forma de atentados rabiosos de "lobos solitarios" que no lo son en absoluto en este mundo unificado en redes sociales. En realidad, en nuestro mundo "postmoderno" la guerra sigue existiendo, solo que la violencia se ha canalizado de tal manera que, ante una población tan alta, se diluye en realidad. Si jugamos a la estadística, no matan a tantos, pero porque no hay un clima favorable para ello. Aún. 

El tercer discurso, en realidad, es un gran vacío. Nadie posee toda la información, imposible hoy día, ni siquiera aplicando algoritmos profundos que quedan obsoletos al poco de lanzar las preguntas, por otro lado, muchas veces erradas. Así que, como con el cambio climático y otros temas de gran interés pero obviados, el silencio, el encogimiento de hombros y el silbido con las manos en los bolsillos es la respuesta más común. No odian ni temen, no ayudan ni se lanzan. Son, en realidad, la inmensa mayoría. Tienen un poco de odio, de miedo, de ganas de ayudar, de interés por lanzarse. Son, como todos, tú y miles más. Y eso ayuda. Arropa. No hay líderes que lo apoyen, porque no hace falta. Lo engloban en el "sentido común" y el "es lo que hay". Nada nuevo. Y, mientras no haya un conflicto claro, frontal, inequívoco (que no lo hay, ni lo habrá, porque el miedo también está instalado en quienes lo desearían y se quedan con las ganas porque carecen de los recursos y el llamamiento para ello) pues... No pasa nada.

Mi corolario es que ahora no hay migraciones masivas. Hay huidos de guerras, miserias varias pero, sobre todo, ansia de vivir mejor. Creencias en que en nuestra querida y rara UE se da todo gratis, en ese reparto socialdemócrata que es, ha sido, el mayor éxito socioeconómico de la humanidad. Pero la realidad es que los recursos (sean los que sean) son limitados, su ampliación requiere de esfuerzos que no contemplamos, y las estructuras deben cambiar si queremos que sean más eficientes en su cobertura. En nuestro mundo sin ideologías sólidas, entusiastas, convencidas, claras, que lleguen a todos con brillantez, queda sólo una triunfante que llamamos "populismo", transversal a izquierda y derecha y el falso centro. Decir lo que toque, para pulsar las teclas que ya el hermano de Cicerón le aconsejaba en su famoso "Breviario de campaña electoral". Y eso en el mundo que llamamos "occidente". En otras partes el discurso que triunfa es el de "como sea, donde sea, sobrevivir o vivir mejor". Choques hay y habrá, sí. ¿Y cómo los resolveremos?

Un saludo,

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