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jueves, 20 de septiembre de 2018

Me cago en los Dioses.

Así, en plural. Me cago en esa Diosa que busca la castración de sus fieles, cercenando sus órganos sexuales para así exigirles la más completa obediencia y matando en hecatombe toros para apaciguarla por sus celos enfurecidos. Me cago en ese Dios que tenía doce discípulos y caminó sobre las aguas, celebrando como maestro infantil de un templo ceremonias en honor a su madre Isis. Me vale cagarme en Mitra o en Horus, que coinciden en lo anterior. Me cago en ese Dios que provocó la matanza de miles de inocentes por un tirano, pensando que así acabaría con él de infante, y por tanto protegería su poder, y hablo del hijo de Devaki y el carpintero. Me cago en el Dios hijo de Nana, que fue crucificado contra un árbol (como tantos otros) y resucitó al tercer día de enterrado, considerando que era su deber salvar a la Humanidad. Me cago en ese Dios que entraba en burro a ciudades importantes, como procesión magna, y convirtió el agua en vino, resucitando (otro más) y dando alimento divino a sus seguidores, que aunque Dionisio era, Baco fue en Roma. Me cago en ese Dios que adoraban pastores y montañeses y tribus del desierto, creyendo que les traería la salvación en forma de justicia y pan, siempre hombre, siempre Attis, Mitra, Horus, Dionisio, Krisna... 

Un día, la humanidad se miró y vio que no era como los demás animales. Y asustada, creó potencias y divinidades que explicaran su capacidad y diferencia. La religión nació junto a ese miedo, y del miedo, alimentada, se convirtió en poder y control mediante la religión, aliada con los gobernantes. Oh, sí, hubo titanes, héroes, semidioses (hijos de humanos y dioses...) y gente excepcional (como por ejemplo Mitrídates, el Ungido, que nació bajo la égida de una estrella, que huyó de niño porque querían matarle...) pero se quería, requería que todos creyeran en Dioses, y luego, algunos, celosos por su posición en medio de imperios más poderosos, en su único Dios celoso, estúpido y cruel. Creer en sí no es malo. Calma los miedos. Atenúa el nihilismo de la conciencia temporal y la tanatofobia que podemos llegar a sufrir. Es un ejercicio que proporciona cautela a las emociones, las modera y reorienta. Pero si lo hacemos nosotros. Si nos conducen, nos llevan y nos manejan, deja de ser provechoso en lo personal para convertirse en (otra) herramienta de control de los que son más listos y quieren el poder sobre los demás. Cuando me cago en los Dioses, en realidad me estoy ciscando en los que les mentan para controlarme. Sea un señor con túnica que le tapa la cabeza el pliegue de su toga al ofrendar, o con un cirio de madera etrusco o con coronas. Señores, en general, pero también señoras.

Willy Toledo no me gusta como actor, me parece ramplón, sencillo y sin mucha gracia. Tampoco como activista. Pero está sufriendo algo con lo que simpatizo; el tema de la "blasfemia". Y no puedo decir esa palabra sin recordar el énfasis de los Monty Python en "La vida de Brian". Es tan, tan ridícula... ¿Ofender los sentimientos religiosos? La religión no es un sentimiento. Lo es la espiritualidad nacida del miedo y la soledad cósmica, como lo es la felicidad de compartir fiestas con amigos o la ira de sentirse contrariado. Y eso no es un delito, que yo sepa, aunque impulse a cometer algunos.

En suma, amig@s, si estas expresiones os ofenden, no es mi problema. Porque parece que, si decimos la palabra "Dios", sólo hay uno, cuando en realidad, y este mensaje es una muy pobre lista, hay cientos, cientos que pueden solicitar de sus devotos la misma ira contrariada. E igual de imaginaria y absurda.

Un saludo,

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