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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Tomar el Congreso... ¿por qué no?

El problema es de fondo, no solamente de forma.

Hoy, otra pataleta de varios miles de cabreados ha mostrado la realidad. Que no tienen, tenemos, poder.

El poder se tiene de diferentes maneras, pero suelen reducirse a dos. El poder de ejercer una fuerza violenta y apabullante; el poder de manejar las estructuras de convivencia a conveniencia. En ambos casos, el poder tiene detrás el mismo combustible. Dinero.

De las pulsiones humanas, el poder es la más interesante. Es abstracto, en teoría, y concreto pero no siempre visible, en la realidad. Es una quimera compleja de cuantificar. Es adictivo, como demuestra la Historia. Los manifestantes de hoy han mostrado un atisbo de esa pulsión, retazos de deseo. Pero la realidad es tozuda. No tienen el poder. Ningún poder.

¿Quién lo tiene, realmente?

Buena pregunta. El poder hoy día está cortado en pedacitos, y el real, como el dinero, es escaso y repartido, mientras que el imaginado, como la deuda, está en manos de todos, pero tan devaluado que no sirve de nada, pues es parecido a esas varitas mágicas cuyas partes hay que juntar para que funcione de nuevo. Imaginen ahora miles de millones de cachitos...

El poder, la autoridad, decía Corto Maltés que se tiene... hasta que se ejerce. Bueno, pues ya hemos traspasado esa puerta. Se ejerce y se sigue teniendo, pues ahora se le da una profundidad basta y enmarañada, con redes donde caemos todos como moscas estúpidas esperando a la araña de turno para devorarnos.

¿Qué hacer, pues?

Quizá, y la respuesta es mala, reivindicar el poder en bruto. O el poder bruto. El de la fuerza y la violencia. Frente al oro, el acero. Frente al billete, las balas. Claro que, y la Historia es así de puta, eso llevará a cualquier situación de autoritarismo.

¿Merece la pena involucionar a esa posición?

Quizá, y la respuesta es igual de mala, quizá sí. A lo largo de la Historia hemos probado en sucesión, muchas veces dilatados los cambios en el tiempo, los pasos para lograr avances. Y después se han perdido, ahogados en minucias o reacciones. Quizá, y solo quizá, haya que aprender de nuevo lo que es una Tiranía, pero no de las benignas, ni de las ilustradas. Tiranía. Luego, buscar con ello el impulso de reconocer cuáles son los valores siempre necesarios, destilarlos de nuevo y aquilatarlos con sabiduría para generaciones posteriores. Y con el impulso, obtenido con tantos pasos atras, dar el definitivo salto a una sociedad donde imperen mecanismos que impidan volver a llegar a estas situaciones.

No cabe la solución en un blog tan personal, escéptico y prescindible, y menos en la época de los 144 caracteres. Pero me da absolutamente igual, porque opinar es barato y, casi casi, una obligación.

Y ahora, si me disculpan, seguiré soñando con la sangre que debiera haber sido derramada en su día, pero dirigida gracias a la magia de los inventos literarios...

Un saludo,

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