Buscar dentro de este batiburrillo

miércoles, 3 de abril de 2019

Pedir perdón.

Muchas veces, pedir perdón es terapéutico. Para quien lo pide y para quien lo recibe. Quien lo pide, porque reconoce un mal, algo mal hecho, algo mal pensado. Para quien lo recibe, porque repara su moral, la sensación de que sí vivió una injusticia y no una normalidad. Un ejemplo, los etarras que piden piden perdón a los familiares de sus víctimas. Ambas partes suelen sentirse mejor. Es un gesto que aumenta la empatía, el bienestar. Y, como suele decirse, cierra una herida y pasa página, permitiendo que la vida no quede estancada en aquel momento, sea el que sea.

Otras veces, sin embargo, exigir disculpas todo el tiempo revela un estado de ansiedad, de miedo, de inseguridad y de desprecio propio muy elevado. Alguien puede cometer un error una vez, pedir disculpas y no volver a hacerlo o, si pasa de nuevo, explicarlo. Si ese error es reiterativo, entonces ya es otra cuestión. Puede ser por falta de empatía, por falta de atención o por falta de capacidades. Si es lo primero, mejor alejarse. Si es lo segundo, evaluar las razones no está de más (qué le distrajo) y ver si es por falta de respeto o por distracciones varias. Y si es por falta de capacidades, comprender, empatizar y buscar la manera de mitigar su efecto. Errar es humano (herrar también, creo) y enmendarse o intentarlo, un ejemplo de interés, de esfuerzo. 

Las disculpas, sin embargo, tienen un momento temporal. No es lo mismo esperar que alguien se disculpe por algo que pasó hace una semana que por algo que sucedió hace diez años. La espera siempre aumenta la sensación de culpa, aunque objetivamente no sea así. El victimario y la víctima pueden tener percepciones muy diferentes de lo que ha sucedido. Una persona sin hijos puede considerar estúpida la rabieta de un niño de 9 años porque esa persona haya pisado un juguete que vale 5 euros en cualquier tienda. El niño puede sentir que han quebrado su universo al privarle de un juguete al que estaba muy apegado y significaba cosas inmensas. La valoración es subjetiva. Y el tiempo en pedirlas o en darlas, también lo es. Lo que es inmediato o no ocupa mucho tiempo, en fresco, suele ser mejor. Salvando muchas cuestiones. Lo que tarda más (por lo que sea) suele generar algo de encono. Lo que no ocurre en años o décadas, puede derivar en violencias y separaciones. Y luego están las extemporáneas.

Esas disculpas, como las que pide el presidente de México a España y el Vaticano, por ejemplo, suelen ser ridículas. Porque se pide a personas que no estuvieron implicadas, instituciones que han cambiado desde aquel momento, en lugares y tiempos que no son los mismos, pedir disculpas por algo que, normalmente, o se ha olvidado o almacenado en el baúl de agravios del abuelo. No son peticiones sinceras, ni lo son las que se dan (muchas veces, el "dar la razón como a los locos") y son vergonzosas. Avergüenzan al que pide (por aquello de que ocultan otro interés, como desviar la atención) y al que tiene que explicar el porqué no las da. No ayudan. No sirven. Luego siempre está la pregunta, la gran pregunta... ¿Hasta cuándo alguien va a pedir disculpas y otra persona darlas? Porque ahí entra otra dinámica, la de culpabilizar, que nada tiene que ver con la restitución que decía en el primer párrafo y sí con la búsqueda de una palanca para cambiar una situación de poder. De pronto la víctima ejerce de victimaria exigiendo mediante la culpabilización a otros, en términos de identidades similares, restitución imposible.

Pedir perdón es básico. Pero esperar de la persona que lo pide que caiga en la rueda de la humillación constante, genera rupturas. Solicitar que alguien lo pida es importante. Pero creerlo, es más importante aún. Y lo que es más relevante; un día podemos ser nosotros quienes lo pidamos y, al otro solicitarlo. Porque siempre cometeremos algún error con los demás. Y estará bien sentirse tranquilo pensando que, quizá, nosotros sabremos perdonar y ser perdonados de manera fraternal. Suena católico ("igual que nosotros perdonamos a nuestros deudores") pero no significa que eso sea negativo. Al revés. Pecar de orgullo sí lo es. Aunque, siempre, es bueno tener un poco de orgullo propio.

Un saludo,

No hay comentarios: