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jueves, 8 de noviembre de 2018

Fin de ciclo.

Hay momentos en que hay un final de ciclo. Los reconocemos siempre porque suelen ser puntos de inflexión, cambios importantes, marcas en la trayectoria vital. Hitos. Un cumpleaños, una boda o nacimiento, un matrimonio, el primer trabajo, la primera pareja... También los que consideramos negativos. Una muerte, un divorcio, un despido, un revés en algo que nos resultaba particularmente importante.

Yo estoy inmerso en varios ciclos y sus finales. El más grave, la muerte de mi suegro. Sigo en otros, como mi divorcio. Y se suma uno más, la jubilación de la que ha sido mi jefa directa durante los últimos cinco años.

Los ciclos son eso, temporales. Empiezan, duran y terminan. Solemos llevar mal los cambios, pero como especie, nos adaptamos rápidamente a ellos. La edad ralentiza la capacidad de adaptación, pero es relativo. Si uno posee la flexibilidad y mantiene la curiosidad, puede adaptarse, hacer del cambio parte de su vida, integrarlo. A fin de cuentas, en el gran ciclo que es la vida (nacimiento, vida, muerte) ésta es un constante cambio, el río de Parménides que fluye y no nos permite bañarnos dos veces en la misma agua. Hay multitud de frases y reflexiones al respecto ("la vida es lo que te pasa mientras la planificas", "agua pasada no mueve molinos") que reflejan la realidad de nuestra especie. Somos finitos. Somos un momento. Y el momento puede disfrutarse, sufrirse o dejarlo pasar.

Los finales de ciclo suelen augurar inicios de otros. A veces no somos conscientes. Inmersos en el baño, no solemos reconocer las olas que crecen o amainan, los vientos que soplan o terminan, y por eso, en el aspecto gregario de nuestra especie, tendemos a agruparnos con los demás, la masa, el miedo a quedar atrás, la sensación de no perder comba. Quienes son refractarios a la multitud suelen ser más solitarios, más reflexivos, menos sumisos. Yo soy hidrofóbico en ese sentido. Las gotas hacen charcos y ríos, rellenan lagos y mares, pero siempre rehuyo el curso natural, el cauce, aunque lo siga, a veces dentro del agua, muchas veces en la orilla. No me importa mojarme, pero odio acabar calado y no reconocer mi propia piel.

Epicuro buscaba en su filosofía evitar los cuatro miedos más comunes. A los dioses (¿Quién les teme ya?) a la muerte ("Cuando se presenta, nosotros ya no somos") al dolor (breve o largo, la intensidad y el tiempo no lo es todo ni determina el todo) y al fracaso (la valoración externa siempre es falsa, siempre importa más el equilibrio personal). La búsqueda de placeres, tanto los más simples como los más complejos, debe ser siempre satisfactoria, pues la mesura en algunos nos deja en mejor condición que la abundancia que puede ahogarnos. Y la amistad... Ese es el mayor de los placeres, el compartir, gozar, disfrutar de la compañía de quienes apreciamos, queremos y amamos. Nuestro recuerdo, añado, pervive en ellos como una guía moral y fuente de satisfacción. El gozo, el ejercitar la curiosidad y saber, el compartirlo todo...

Los cínicos y los escépticos aportan más cosas para una buena vida donde los ciclos empiezan, duran y terminan. Siempre he pensado que deberíamos olvidarnos de la moderna psicología y otros intentos de ciencia que no es, y volver a los clásicos, siempre, de manera recurrente. A fin de cuentas, el cerebro era el mismo, las emociones, las grandes vivencias y temores, también. Epicuro, Sexto Empírico, Diógenes... Incluso los canónicos Platón y Aristóteles nos siguen ofreciendo consuelo, respuestas, reflexión y sabiduría. La ataraxia, tan querida de los epicúreos, escépticos mediante su epojé, y estoicos (estos últimos, quizá un poco más tristes para mi gusto y demasiado serios y de mala vida) es un modo de vida que no pasa de moda. Así, los ciclos siempre nos parecen lo que son en realidad; momentos pasados, disfrutados, que no volverán, pero dejan espacio para muchos otros.

Conversar, jugar, reír, escuchar música, tener buena compañía, ejercitarnos, disfrutar del sexo y la sensualidad... Qué maravillosas luces antes de volver al apagón.

Yo he disfrutado de la compañía de una jefa que echaré de menos. No lo puedo decir siempre, en el mundo laboral, y lo digo aquí, ahora, alegre y contento de haber tenido la oportunidad de su compañía. Y no puedo menos que decir, también, que le estoy agradecido por muchas cosas buenas.

Un saludo,

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