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martes, 31 de enero de 2017

"Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía"

Ignorancia. No recurriré a la RAE. Todos sabemos (salvo los muy ignorantes, los que realmente saben qué es la ignorancia, según ellos) qué puede llegar a significar. Es el espacio vacío donde cabe toda la curiosidad del mundo. Muchos la eluden diciendo que ya está solventada. Esos son los verdaderos ignorantes.

De más joven tenía la presunción del conocimiento sólido y verdadero. Creía firmemente en que poseía la verdad, la de verdad, y el resto andaba equivocado, caminando entre grises nada concluyentes. El error se diluyó pronto. Aunque aparentaba contundencia en mis argumentaciones, dudaba, sabía que era una postura, incluso impostura. En mi interior ya sabía la verdad; aquello no era siempre la verdad. Todo queda en la duda, en el incierto, en el quizá. Únicamente hay una verdad absoluta, pensaba. La muerte.

¿Seguro?

No me meteré en los apasionantes futuros que se predicen siempre, siendo Harari el último profeta y series como "Black Mirror" y su fantástico "San Junípero", ejemplos de la amortalidad. En si somos simulaciones o realidades, en si podemos pervivir como antaño decían los filósofos axiales mediante transmigración de almas, reencarnaciones o similares. No sé. No me preocupa, la verdad. He decidido adoptar una postura medio epicúrea medio escéptica. Nada de turbaciones al respecto. Nada de dudar si hay más allá. Por tanto, dejo a mi filosofía resuelto ese problema con una decisión. Sin embargo, ¿significa que no puedan existir alternativas?

Todos tememos a la muerte. Todos vivimos atemorizados por la muerte. Eso conlleva la extraña carrera que hacemos día a día por darle sentido a nuestras vidas. Acumulación material o espiritual, de riquezas o de sentimientos. Intentos por cambiar cosas que luego revierten. Lucha, boqueo, desesperación, grito. Quizá, si embrazamos la muerte como un escudo contra la vida, no nos damos cuenta de todo lo que la vida tiene. Tiene placeres. Tiene disfrutes. Tiene gozo. Para ello, claro, tenemos que dejar de temer a la muerte. Pensar que cada segundo contado con nuestros sistemas es un segundo valioso, vivo, floreciente. Oh, claro, malgastamos muchos en vivir al ritmo ordenado por manos muertas, por sistemas que pesan como losas y nadie ya sabe o quiere cambiar. Seamos sinceros. Tememos la muerte pero el aburrimiento llega antes...

Un ejemplo. Yo tengo una experiencia vital en la que he podido disfrutar de películas de muchos tipos. Pongamos los musicales o las de capa y espada. En los años 40 y 50, Jolibú hizo muchas, algunas verdaderas obras maestras. He podido ver unas cuantas. En ellas, los protagonistas se esforzaban, luchaban por aprender a manejar bien y mostrar una esgrima efectiva en pantalla, en ejecutar bailes, pasos y cabriolas de mucha calidad. Se vivía con intensidad, se amaba, odiaba, follaba y peleaba con intensidad, sabiendo que un mal accidente podía llevarte a la tumba. Se aceptaba. En mi experiencia vital he ido viendo cómo esa aceptación de la muerte ha ido diluyéndose en una creencia tan mortal como la muerte, pues condena en vida a la tumba. La de la falsa inmortalidad. Y así, tenemos que no hace falta bailar, esgrimir, cantar o actuar con tanto ahínco, tras quizá haberse prostituido en una fiesta de las que daban las estrellas de mil maneras diferentes. Todo es más desganado. De un hambriento Gene Kelly llegamos a un anodino Ryan Gosling. 

Yo tengo ya 40 años y veo que muchos de mi generación se consideran veinteañeros. No es malo en sí, y es cierto en parte (la alimentación, el ejercicio, la mejor calidad de vida, en suma) pero es también una peligrosa falacia. Creerse de otra edad altera la percepción de uno mismo y de lo que se puede hacer. Por eso, abogo por aceptar las limitaciones y convertirlas en retos. Epicureismo. Y escepticismo, que luego me abronca el fantasma digital del Gato de Carneiro... (que sigue inspirando tanto... ;) )

Bien, parece que marro el título de la entrada en bitácora, pero no. La vida es aprendizaje. Y mientras aprendemos y, quizá, caemos en los tópicos (abrazar una religión moribundos, entrar en crisis de mediana edad, cambiar para aspirar frenéticos a resolver lo que habíamos postergado tanto y no, no puedo usar el término anglo de "procrastrination"...) es posible que personas ávidas, hambrientas de conocimiento y conocedores de su ignorancia, de nuestra ignorancia, hallen respuestas que nos asombren. Y entonces, quizá podré, como siempre usa un buen amigo mío, esa línea de Chéspir y su Hamleto que encabeza el título. O no.

Mientras tanto, seguiré ese viejo dicho de "aprovecha el día" que incluye disfrutar de los momentos, ser un poco hedonista, un poco rebelde, un poco alegre, un poco preocupado, un poco de todo. Y si hay reencarnación o transmigración de almas, sé lo que me pido al que organiza los viajes... pero... ¡a ti no te lo voy a decir! :)

Un saludo,

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