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jueves, 21 de noviembre de 2013

Enfriando los días.

Empieza el otoño, de verdad, ahora en noviembre. Baja niebla y la luz, enfriándose de esa manera tan especial como solamente pasa en la meseta, ilumina días más cortos.

No voy con las manos en los bolsillos, como un desocupado, un despreocupado o un pervertido. Llevo las manos sueltas, huérfanas de asideros. Tengo la sensación de encontrarme perdido en mí mismo, desorientado entre recovecos inexplorados o largamente olvidados. 

Noviembre cumple ya más de cuatro meses de paternidad. No siento la ideocia eléctrica del padre novato, mezcla de nervios, pasión y necesidad de publicar cada pequeño avance de mi cachorro. Lo guardo para mí, pues lo considero muy valioso.

Sin embargo, todo cambia, al igual que permanece. Regreso a sentimientos cubiertos de polvo, arrumbados, tanto como a rutinas molestas, nunca olvidadas. Uno es, siempre, bajo el sol del verano ya acabado o el del otoño comenzado. Es y no es, y en su ciclo, juego a identificar cada extremo.

De la edad, duele el recuerdo de un cuerpo más joven y capaz. Amortigua saberse más inteligente, aunque la sonrisa puede ser cínica, si así lo creemos realmente. Duele saber lo que fue, y lo que no fue. Alegra saber lo que es y será. 

Lamento ser críptico, pero sólo un poquito. Esta entrada, como todas, por otro lado, es para mí, aunque secretamente goce cuando me leen y lo sé. Es, como digo, mi tesoro privado. Un sentir violento y explosivo que aplaco dejándolo en palabras, mas o menos afortunadas.

Un saludo,

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