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miércoles, 11 de julio de 2012

Sabemos cómo hemos llegado hasta aquí...

Una verdad fundamental de ésta crisis (como de casi todas) es que sabemos cómo hemos llegado aquí. Intuitivamente, hasta la más poligonera ama de casa con hijos lo entiende; si mi Mario no llega a fin de mes con lo que curra y no podemos pagar la hipoteca y el cole de la Yessicah es porque nos endeudamos más de lo debido. Pero claro, es que el Audi y la tele plana y el jom cinema y la play y el peluco y todo lo demás no venían solos, nos los regalaron con el crédito que el banco le dió a mi Mario. Y ahora no renunciaremos a todo eso. ¿El piso? Bueh, que se lo quede el banco, nos vamos con mis papás a otro lado. ¿El curro? Ya se afanará haciendo chapuzas, total, con eso y el desempleo lo que dure... ¿la educación de la Yessicah? nos separamos o algo así y que le den plaza en uno lleno de moros y panchitos... ¿el país? ¡Hemos ganao la Eurocopa, y qué guapo es Casillas!

Bueno, lo entiende pero la he dejado que divague... lo cierto es que los bancos hallaron en nosotros la víctima perfecta, dándonos un dinero que no existía con el beneplácito de unos políticos que también recogían beneficios. Todos contentos. En su libro "Cleptopía", Matt Taibbi describe la situación de manera escalofriante. Uno ve a los buitres y carroñeros arrancando los últimos pedazos de carne del esqueleto de la economía global y de la política, intervenida desde hace décadas. Y siente náuseas, desprecio, ira y luego... impotencia. Porque ese es el mayor logro de esta crisis; la impotencia del ciudadano que devino súbdito económico.

Si sabemos cómo hemos llegado aquí, ¿por qué seguimos empeñados en seguir aquí? Es como el refugio precario antes de la tormenta que terminará de devastarlo todo. Los políticos se siguen afanando, como buenos lacayos, en parchear y reparar como se puedan las grietas, en aras del sacrosanto derecho al beneficio privado de unos pocos. Para ello, se inmola en el altar de la avaricia todo aquello que se pida, desde pensiones, sueldos, empleos públicos, servicios esenciales de la comunidad o niños crudos. Y se hace porque se puede. La impotencia del súbdito económico, el nuevo esclavo del siglo XXI, es tal, que no hace si no ladear la cabeza y cerrar los ojos mientras chasquea la lengua y dice aquello de "podría ser peor". ¿Peor de lo que es? Oiga, si a nuestro presidente de escalera le montamos un pollo de muerte si no cambia las bombillas fundidas o arregla el ascensor, ¿a nuestros queridísimos políticos no les decimos nada y encima les disculpamos? Pobrecitos, si son corruptos, todos ellos, sin excepciones, son iguales, la misma mierda, etcétera. Incompetentes, qué envidia siento...

También se habla de soluciones, claro. Revolución clásica, violenta. Pero estamos descabezados y seguimos siendo impotentes. Años de anestesia no se quitan de un plumazo. Ya no nos tiran jarros de agua fría, baldean tan a menudo que nos hemos acostumbrado y llamamos "calor" a lo que antes era gélido. Revolución, puff, qué pereza, y con eso ¿me quedo sin internet?

Otras son las microrrevoluciones, defendidas por Onfray. Pero exigen pensar, ser crítico, reflexivo, actuar en consecuencia... más ci-fi que un relato de Philip K. Dick. "¿Sueñan los humanos con soluciones políticas correctas?"

Y luego la más extendida. Hacer nada. Dejar pasar, acostumbrarse, decir aquello de "bueno, podría ser peor..." o similar. El 90% de la población practica este pasotismo. No quieren cambios, ni a un inquietante futuro mejor que ya es distopía en cuanto se anuncia ni a un pasado idealizado que nunca fue. El presente es lo que hay, lo que vale, aunque sea una mierda, pero es nuestra mierda. 

Sabemos cómo hemos llegado, pero mientras no nos espoleen duro, y no lo están haciendo de verdad (es el arma más sutil, la economía...) aquí nos quedaremos, creyendo que una vez tuvimos un Estado de Bienestar, que nuestros políticos velaban por los intereses públicos y que Casillas es en realidad un alienígena de Men in Black.

Un saludo,

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