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miércoles, 21 de marzo de 2012

La brecha

Desde hace tiempo, no es necesario ser un sociólogo reputado para observar una mayor distancia entre generaciones, tanto en valores como en conocimientos. Sí, suena a tópico, eso de "las generaciones que van tras nosotros son peores". Pero es cierto que, en ocasiones, se da. Las dificultades cambian y, con ellas, las respuestas.

A día de hoy hay una brecha clara, la tecnológica. Hay niños que nacen con la última virguería táctil electrónica bajo el brazo, antes que el pan. Que saben lo que es el wifi y el bluetooth antes que un sustantivo. Que tienen como referentes a ídolos juveniles presuntamente rebeldes pero que les instalan cómodamente en el sistema al que pertenecen.

Pero existe otra, la de cultura general. El nivel educativo ha perdido calidad con los años, y no es la misma enseñanza la que se recibía en los años setenta y ochenta que la actual. La continuada degradación del sistema público educativo es producto de reformas y más reformas que no tienen como fin mejorar la educación, si no formar de manera limitada y dentro de ciertos parámetros a ciudadanos sin inquietud, sin necesidad de preguntarse por su mundo ni, mucho menos, cuestionarse su posición en él. Actualmente, la calidad crítica de los estudiantes es, cuando menos, cuestionable.

Esa cultura general además es curiosa. La segmentación entre "de letras" y "de ciencias", algo vigente desde hace décadas, ha creado un falso abismo en el que conocer, por ejemplo, la fecha canónica del descubrimiento europeo del continente americano por Colón, es cultura, pero desconocer la resolución de una raíz cuadrada, no se considera inculto. Resultado de ello es la proliferación de novelas "históricas", pseudoensayos "cultos" de todo pelaje, referidos a la historia, la literatura y la sociedad, y las superventas de esos temas, despreciando a divulgadores que, como los documentales de la 2, todo el mundo conoce, pero nadie lee.

La brecha es amplia. No estoy diciendo que cada ciudadano debería ser un físico teórico o un químico en potencia, pero sí que el desconocimiento básico de fundamentos de la naturaleza nos hace más incultos de lo que creemos. Yo carezco de conocimientos de botánica, de química, de física, de geología, que me hacen un auténtico analfabeto. Puedo diferenciar un árbol de un arbusto, una flor de una mala hierba, e incluso reconocer algunas características como si es perenne o caduca la hoja, pero en muchas ocasiones veo árboles que no conozco. Un ignorante con una carencia muy importante, diría yo. Pero no, curiosamente, por conocer cuatro fechas y tres nombres en la historia, y algún proceso "periodístico", ya se me considera culto... es alucinante.

El ciudadano medio formado es más necesario de lo que parece. Produce un colchón que aisla la ignorancia total, esa del analfabetismo funcional, del posible futuro conocimiento. Y es algo a largo plazo, generacional y más allá. Si un padre tiene nociones de sucesos físicos o procesos químicos, es probable que despierte algún interés en sus vástagos. Si sabe algo sobre rocas, sobre ríos, sobre permeabilidad de suelos, sobre aspectos del medio físico, puede que inculque una pequeña semilla de interés. Pero si no sabe más que citar a personas muertas, que probablemente adornaron su visión de la sociedad en que vivían, cuando no mintieron, y el año de tal o cual suceso según el calendario que conoce, pues sí, se podrá considerar "culto", pero realmente será un analfabeto funcional. Como yo mismo.

La brecha es amplia. No renunciemos al conocimiento renacentista como algo imposible; una buena educación es capaz de proporcionarnos un panorama mucho más abierto que el actual, y no convertirnos, como aquella imágen que me atormenta desde que la visualicé, en aquel operario hiperespecializado perdido en el túnel sin conocer la entrada ni la salida, únicamente alumbrado por su minúscula lámpara frontal. Ortega lo definió bien.

Un saludo,

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