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sábado, 18 de junio de 2011

Mis padres

Mi padre nació en La Robla en 1930. Mi madre, en Villamarco, también León, en 1933. Mi madre falleció hace ya 9 años. Curiosamente, nació al tiempo la sobrina de Cris, Nuria. Ambos sucesos los he ligado siempre, al azar. Mi padre falleció hace unos días.

Mi tía nos pidió que dijéramos unas palabras, ya que prescindíamos de misas y responsos. Le había parecido mal que no habláramos en la cremación de mi madre. Lo que no le dije es que yo había querido decir unas palabras, pero que entonces me resultó imposible. Igual me ha pasado en el entierro de mi padre, cuando le subían al nicho donde está enterrado. No pude, no quise decir nada más que "gracias". El espectáculo de la muerte me sobrepasa, me aturde un poco, quizá ahora menos, pero me sigue repeliendo. No puedo con ello.

Quizá ahora sí tengo unas palabras que decir. De mi madre y sus recuerdos, que hice míos, y su dura infancia, sirviendo en casas de señoritos. Su carácter cuando la querían sacar al baile. Sus ojos claros. Su sonrisa. Su mirada. Sus dientes que enseñaba cuando estaba enfadada y me atizaba con la zapatilla. Su risa. Su claridad de mente. Porque no fue casi al colegio, pero eso no impidió que aprendiera la vida pronto, que tuviera a cuatro hijos, perdiera a dos y aun así pudiera sobrevivir a eso y a una diabetes con firmeza. He tenido suerte de que Cris la haya conocido. Así no somos solamente mi hermano y yo. Mi madre se llamaba Justa. La quise mucho, más de lo que la quise reconocer a partir de que fui un pardillo adolescente y un jovencito muy idiota y con ínfulas. Y la quiero aun hoy. Espero poder decir que tengo sus piernas para andar lo que ella andaba, y su mirada afilada para conocer a la gente, y su lengua, y su alegría, y su fortaleza.

De mi padre diré que era también de otra pasta, otro molde de hombres. Hizo sus pifias de niño, sus correrías de joven. Le atraparon cuando trató de cruzar los Pirineos por los años 40 o 50, para buscarse mejor vida. Se las tuvo que ver con policías, guardias civiles y otras bestias de la época, pero aunque le intentaron meter el miedo en el cuerpo, fue siempre un leonés de mirada torva y recelosa, y sabía lo que era la vida, las cuatro reglas simples. Trabajó duro, mucho. Se levantaba a las 4 de la mañana e iba a sus trabajos, en la construcción, subiendo a alturas sin arneses y echando cementos y doblando hierros. Comían piedras y cagaban carbón. Y mi madre tenía que cocinarlo. Fumó, mucho, y bebió café, y tenía brazos morenos y fuertes, velludos, y un pelo que no se le caía, como a mi madre. De él espero tener su capacidad de sacrificio, su fortaleza física, su austeridad, su humildad. Su lema casi podría ser, "Por no molestar". Y a él y a mi madre, en cambio, que les molestaran lo que hiciera falta.

No se pueden resumir dos vidas de 69 y 81 años aquí, ni quiero. Pero sí deseaba decir estas palabras. Les quiero. No solo me dieron la vida. Me enseñaron mucho de la vida. De la que no conocía y de la que presumía yo de conocer. Me enseñaron humanidad, honestidad, a pelear. Nunca me impusieron nada sin sentido. Y yo, que fui el último, el pequeño y más mimado, tuve más suerte que mi hermano, el que me queda, mi hermano Ángel. Hay muchas tonterías que uno hace, pero yo, desde luego, no puedo menos que dar las gracias por esta familia que he tenido. A pesar de los gritos, a pesar de la franqueza descarnada y brutal, a pesar de... como decía mi madre, "quien bien te quiere te hará llorar". ¡Y es la verdad!

Tengo 34 años. Aun me queda vida por delante. Y por primera vez, me siento extrañamente ligero, sin pesos, sin lastres. Ahora mismo sólo quiero mirar adelante. Y eso es lo que ellos querían.

Gracias, Justa y Félix, Ambrosio y Justa.

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