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jueves, 26 de agosto de 2010

Hablar por hablar

Muchas veces decimos cosas que no pensamos, o con las que intentamos sorprender, apabullar, seducir. Hablamos, decimos palabras tratando de parecer inteligentes, con humor, sentido, educación, cercanía, todo tipo de sentimientos positivos que puedan reforzar la relación que tenemos con la otra persona, o competir con ella, o humillarla, o dignificarla, o muchas cosas más. Hablamos, soltamos palabras, dejamos que el espacio entre las bocas y oídos se llene de ellas, alimente el vacío y genere flores, fuegos de artificio, colores, sonidos, incluso olores. Palabras, todas ellas, que al final son, siempre, hablar por hablar.

Porque parto de una premisa que no es falsa. Todos morimos. Y por tanto, las palabras no son más que intentos de anclar nuestra frágil existencia a las memorias de los otros, de los demás. Son etéreos ladrillos para construir un edificio, y de esa forma, falsos hogares.

Luego, como siempre, hay quien mide sus palabras como si fueran trajes de tela o pino. Quienes callan y dejan que mueran. Quienes dicen demasiadas. Quienes las usan sin saber y pretenden ser escuchados. El sonido de nuestra voz, digan lo que digan, siempre nos suena a repiqueteo celestial... pero como siempre, tratamos de controlarlas. Los hay que poseen torrentes, otros, cauces rumorosos, algunos, tierra yerma. Las palabras, como siempre, creemos poseerlas, y hay quien se cree poseído por ellas, pero no es cierto.

Hablamos siempre por hablar. Porque las palabras solas no hacen nada. Ni hieren, ni matan, ni duelen, ni queman, ni aman, ni ríen ni sienten. Las palabras solas son aire de los pulmones chocando con los dientes guiadas por la lengua. Las palabras solas son, siempre, hablar por hablar.

Mira a los ojos de los demás. Observa sus gestos. Sus manos. Su postura. La faz puede ser atractiva, vulgar o antipática. Exótica o familiar. Escucha lo que no dice. Toca, si puedes, su cuerpo. Olfatea los sentimientos. Porque eso te revelará más que sus palabras, y es que, además de hablar porque sí, las palabras nacieron con un propósito; poder mentir.

Pero a veces no mienten. Una mirada titilante, una voz trémula, un cuerpo excitado, y entonces, una o dos palabras, sencillas, pronombre y verbo, y todo estalla. Porque es verdad, es la verdad, y en ese momento, no hay más.

Todo lo demás, hablar por hablar...

Un saludo,

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