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sábado, 3 de octubre de 2009

El club de los solipsistas misántropos

Exclusivo y excepcional a partes iguales, dicho club tiene una vida tan larga como nadie puede imaginar. Más de lo que aparenta, es un club anciano, repleto de reglas y maneras arcaicas pero constantes. Nadie podría formar parte de él si no fuera por un accidente prácticamente inevitable; la sociedad.

Y de hecho, gracias a ella formamos parte del mismo. Es curioso que la mayor contradicción permita la pertenencia a tan elitista club. Es una sociedad de uno, de uno mismo, incluso de nadie, se podría decir. Es un lugar impresionante.

Comienza con la máxima tan falsa como el "Conócete a ti mismo". Nada es posible conocer, y menos aun nosotros mismos. ¿Has estado alguna vez a solas con tu voz, escuchándola en la oscuridad, mientras hablas, sin espejos? Es el miedo quien impide reconocernos. El miedo a saber lo que hierve bajo la piel. Miedo a expresar en palabras, en ideas, en imágenes, los sentimientos abrasadores hirviendo en la sangre. Miedo... a conocernos. E imposibilidad. No nos conocemos realmente, pues, ¿acaso hemos vivido todas las experiencias para conocer nuestras reacciones, nuestras respuestas, nuestros actos, en fin?

Tras franquear el umbral de la verdad, lapidada ésta por la mentira anterior, penetramos la oscuridad. Una oscuridad sin más luz que la de nuestros ojos, sin más contacto que el tacto de los dedos. Tanteamos las paredes, y si rezuman algo ignoto, asqueados, rehuimos el toque. Lo húmedo atrapa los pies. Lo seco quema la garganta. El oído queda mudo como nuestra lengua. Somos entonces conscientes, al atravesar esa caverna mistérica, de la falsedad. La imaginación es quien manda. El ojo rellena los huecos con lo cotidiano, lo esperable, lo posible. En nuestras orejas aparece una música dulce o tenebrosa, inquietante o tranquilizadora... y el tacto recobra su capacidad de reconocer viejas sensaciones. Incluso la lengua retoma el gusto, el sabor. Los sentidos, entonces, mienten. Y estamos de nuevo en la caverna, en el pasadizo de la vida.

Si hubiera compañía, la sangre, de nuevo, llamaría. El miedo puede pedir compañeros para batirlo, o trasplantarlo al Otro. Siendo común la decepción, entonces todo se vuelve rivalidad. Rivalidad, miedo, lucha, ahogo, asfixia, un grito incontenible que brota de los pulmones llenando el ambiente de liberación.

Y entonces uno ya forma parte de su club. El de los solipsistas misántropos. El de los hombres que no saben y conocen lo que ignoran. El de aquellos que, de tanto sentir, tienen callos en la sangre y los nervios. El de los hombres solos.

Menos mal que hay redención. El amor... aunque sea imaginado. O quizá por eso es más real.

Un saludo,

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