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lunes, 6 de abril de 2009

En ocasiones...

A veces, una persona, conociendo íntimamente que su pensamiento es favorable a un cierto curso de acción o pensamiento, decide ir en contra de ello y no defender esa postura, por razones nada lógicas y sí muy viscerales.

Esa manera de actuar, tan propia de nosotros, la especie humana, genera entonces grandes contradicciones, y así, personas que dicen amar la especie, actúan en su contra; individuos que afirman buscar la felicidad general, producen el efecto contrario... y así, de continuo...

La hipocresía es un acto rebelde para con uno mismo. Y es, a mi juicio, uno de los grandes males del mundo que habitamos, construyendo o destruyéndolo. Se trata de un persistente juicio contra los demás y contra nosotros. Así, el que preconiza la nefasta influencia de una idea en la sociedad pero luego la sigue, es hipócrita. Es hipócrita el que decide plegarse a los vicios adquiridos por otros (familia, principalmente, o amigos, también) y, por ejemplo, se casa por la religión que sea, cuando se autodenomina no creyente, agnóstico, no practicante o pasota, simplemente. Es hipócrita el que sugiere a los demás un modo de actuar que luego no lleva a la práctica. Y la contradicción tan amplia, tan grande, en ese modo de actuar contrario al de pensar, produce grandes males.

Los políticos ejecutan dicho arte con soberbia maestría. Igualmente muchos de los llamados "intelectuales" en diferentes aspectos. Pero no son más que actores perfeccionados, provenientes de la misma sociedad que los encumbra y admira. Berlusconi puede caer mal, pero gana en Italia. Aznar podría ser la pérfida derecha, como ahora Esperanza Aguirre, pero triunfaron en sus elecciones. Gallardón puede jugar al despiste de ser derecha moderna, pero no lo es. Y Zapatero querrá ser recordado como estadista internacional, pero se queda en un gran hueco.

En ocasiones, cuando alguien dice la verdad, preferimos hacer oídos sordos, ignorar las palabras hirientes, responder con argumentos defensivos, de la infancia, o simplemente, ofendernos. Y, cada día más, es complicado encontrar personas capaces de expresar, con hiriente franqueza, las palabras que no deseamos oír porque nos arrancarían de la falsa placidez de nuestra existencia. Pero en ocasiones, la anestesia aceptada e inducida desaparece, no queda más remedio que escuchar a esos niños que denuncian al rey desnudo y, quizá, solo quizá, hacer caso.

En ocasiones, claro. El resto del tiempo...

Un saludo,

4 comentarios:

Cavernarius dijo...

David, no te equivoques: no es necesario ser hiriente para hablar con franqueza. La honestidad es una virtud, pero va acompañada de otras como la compasión.

David P. Sandoval dijo...

Sin embargo, ser honesto ya hace que muchas personas se sientan heridas, lo endulces como sea... la franqueza es como una saeta, puede entrar limpiamente, o quedarse la punta dentro, revolviéndose en el cuerpo. Más que la compasión, creo mejor la comprensión... algo de empatía, vaya. :)

Unknown dijo...

También hay que saber equilibrar la honestidad y crítica afilada con el respeto a las propias decisiones de los demás. Porque al fin y al cabo, las decisiones que cada uno toma están sustentadas en sus propios motivos personales.

Por eso, cuando no entendemos ciertas decisiones de los demás, suele ser simplemente porque no conocemos los motivos inherentes a ellas. Ponerse en la piel de los demás, conociéndoles desde dentro, puede ayudar a comprender y creo también que a aceptar esas decisiones. Cada uno es como es, y así hay que aceptarlo. Esa es una de tus máximas, ¿no?

Por eso creo que ni todo es blanco, ni todo es negro, ni ninguno estamos en posesión de la verdad absoluta para enjuiciar públicamente los actos de los demás.

Personalmente prefiero quedarme no con los actos ni con las palabras, sino con las personas. Porque los actos suelen son coyunturales y efímeros (muchas decisiones serían otras en distintas circunstancias y creo que todos nos hemos equivocado alguna vez), mientras que las personas, dentro de su levedad, son permanentes, aunque sólo sea en la memoria.

David P. Sandoval dijo...

Me temo que no es así. Las personas SON sus actos, porque dentro de su cabeza pueden ir estupendas ideas, pero no son nada sin una expresión de las mismas. Igual que las palabras son instrumentos, los actos son reflejos de uno mismo.

Cada uno es como es, y el respeto no es callarse y no decir nada. Si así fuera, no sería tal, si no censura. Claro que ahí acude la confianza que exista en cada caso, otorgada o pensada. Dicha confianza es la que permite la crítica o la silencia, no el respeto. Y desde luego, sentirse ofendido es tan sencillo como desearlo...

Las personas tienen motivaciones para hacer lo que sea. Pero dichas motivaciones pueden ser incoherentes, incongruentes o extrañas a lo que se suponía pensaban o decían ser. Por eso, dichas motivaciones se pueden reconvertir fácilmente en excusas y justificaciones, pero no en motivaciones coherentes... si eso no es criticable, si no hay confianza para ello, pública o privadamente, entonces...

No todo es respetable, me temo. Y en eso coincido con Andrés...