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viernes, 13 de marzo de 2009

Cuanto más conozco a cierta gente, más quiero a mi gato...

Sí, sin duda. Al bicho éste le dan igual las regañinas; pueden asustarle un poco, pero luego está otra vez corriendo, mordiendo en juegos los dedos de mis manos y pies, saltando, maullando, tumbándose en cualquier sitio, entre mis brazos o en el sillón, de donde le echamos en cuanto se pone a arañarlo o reptar por debajo de la funda que hemos puesto y que, por supuesto, él elude... si no duerme, está cotilleando, curioso, el mundo de alrededor. Persigue moscas con la misma intensidad que un banquero comisiones, escarba y come las plantas que tenemos, lame los yogures como si no hubiera más días en el mundo... entrecierra los ojos y se me pone tierno, ronroneando, dándome golpecillos con el hocico, lamiendo mi nariz, apartándome con la pata... y es un bicho con una cualidad clara. Es como es, sin más. Lo bueno y lo malo descrito se debe aceptar. Igual que los buenos momentos, están los malos. Igual que golpea la puerta del dormitorio a las 6.30 de la mañana mientras gime desconsolado, también se echa en mi regazo y duerme ronroneante mientras le acaricio el suave y sedoso pelo... es un mismo ser, lo tomas o lo dejas.

¿Por qué le quiero más? Porque no me miente. Porque como he dicho, es como es. No lo llamaré persona, como muchos amantes de mascotas que antropomorfizan a su animal. Sí hablo con él, como se hace con las plantas, para expresarme, y a él, mis palabras, le saben al aliento con el que las pronuncio, sin más... detecta mis tonos, claro está. Si son violentos, se asusta y se va de mi lado. Si son cariñosos, se queda lo que le apetece para luego irse si alguna otra cosa le apetece más, como tumbarse en un alfeizar al sol. Insisto, no me miente, ni le miento... puedo jugar con él, engañarle con quesitos para cortar sus uñas, sacudir el pienso para que venga a comerlo y de paso acariciarlo... en todo caso, no hace nada que no desee hacer.

Hay personas en cambio que se mienten a sí mismas, que se engañan, y que por supuesto, igual que aquellos que no se quieren a sí mismos, acaban engañando y mintiendo a los demás, despreciándoles. No es necesario un fingimiento absoluto. Simplemente, con ocultar, tergiversar y manipular las verdades, vale. Desde luego, el primer paso, el peor, es no reflexionar sobre ello, y persistir en el error...

Mi gato, como digo, no miente. No puede. No habla. Por eso son sus acciones lo que me muestran su forma de ser. Hace mucho tiempo que, para mí, entre otras cosas, las palabras son instrumento para comunicar, no espadas de doble filo para cortar miembros o pistolas cargadas. Me resulta más definitorio lo que alguien hace que lo que dice. "Obras son amores, y no buenas razones", decía mi madre. Qué razón. Si veo a mi gato relamiéndose porque le he puesto comida que le gusta, sé que está contento, y si se me acerca a frotarme, a darme lametones, lo interpreto como que sabe que yo se la he puesto. Es su agradecimiento. Igual que, si le echo o grito, eriza el costado y se va, porque le he asustado.

Cuanto más conozco a ciertas personas, con el paso de los años, más me doy cuenta de que, por razones varias, las hay que merecen la pena y las hay que estaban de paso. De las primeras, apenas conozco, la verdad. Con ellas trato de cultivar cierta amistad, que para mí, en primer lugar, se basa en la sinceridad y la honestidad, en la claridad y en sentir, conjuntamente, una buena relación, una buena sintonía. Si eso no existe, hay que vivir en sociedad (¡Ja! como si la "Sociedad" no fuéramos nosotros, todos... vaya entelequia) y por tanto respetar una serie de formalismos. Pero también es verdad que yo, eso, lo llevo mal... siempre veo a los reyes desnudos (será mi pertinaz republicanismo) y siento que son jirones esos ropajes. Malo si se denuncia. Quedan las personas de paso. Muchas, muchas hay... pocas dejan huella, más bien, amargura en el gusto, tacto rasposo, ruidos cacofónicos, imágenes desagradables y olor a podrido.

Cuanto más conozco a ciertas personas, más quiero a mi gato. Él huele mal cuando sale de su arenero. Lame con lengua rasposa, pero su intención, y sobre todo el acto, es bueno. "Ey, es mi lengua... ¡haberte comprado un perro de aguas!" podría decirme. El tacto es sedoso, placentero. Su compañía, llena de maullidos y ronroneos agradables. Y desde luego, es muy atractivo, rubio, con la pechuga blanca y las patas que parecen enguantadas también de blanco claro...

La vida es corta, y perder de vista lo importante, una ceguera. Por eso, me admira lo bien que ven los gatos de noche... ¡vaya ojos!

- Dedicado a mi gato, Remo, de esa especie que tanto acompaña a los misántropos durante toda la historia -

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