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jueves, 26 de febrero de 2009

Silencios

Hay veces que nos quedamos callados, sin escuchar nada, y nos vemos pronto inmersos en un pensamiento propio, incomunicable, al cual nos dedicamos concentrados. Es en el silencio, puro, sin ruidos de ningún tipo, donde podemos de pronto depurar las ondas del lago herido por las piedras ajenas, dejando el agua lisa como una lámina de cristal... el silencio.

Hay silencios impuestos, como los dictatoriales donde ninguna voz puede alzarse. Es entonces cuando todo queda dentro de nosotros, un silencio incómodo, cómplice con el autoritarismo, un silencio rabioso, un silencio nada productivo, porque genera odio, resentimiento, dolor...

Hay silencios que consienten, tácitamente, puesto que no dan voz a pensamientos contrarios, a disidencias necesarias. Silencios que se imponen las personas.

También hay silencios calmados, tranquilos, de aquellos que escuchan, oyen, leen, miran, esperan y reciben. Silencios donde se trabaja la palabra, donde, como en una fragua, resuenan los martillazos briosos que dan forma a las hojas de acero del verbo. Silencios por tanto metódicos, elaborados. Son las forjas de la reflexión.

Pero hay silencios estúpidos, innecesarios, que no quieren ser consentidores, pero lo son, que no desean alzar una voz discordante, pero lo hacen con estridencia, que quieren parecer inteligentes pero no son más que la falta de ideas... esos silencios nada aportan, nada merecen y nada gustan.

Hay muchos tipos de silencio. El de la casa vacía que espera a sus habitantes, presentes, pasados y muertos o futuros por llegar. El de los mudos, que tratan de ser elocuentes por diferentes vías. El de los sabios, que temen romper su máscara. Hay tantos...

Pero me quedo con uno, el mayor de todos. El silencio de la muerte.

Es inapelable.

Un saludo,

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