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jueves, 22 de noviembre de 2007

El cine acrobático

Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd. Charlot, Cara de palo y El hombre de las gafitas. Tres cómicos que en el mudo hicieron portentos, cuando los efectos especiales eran ellos y las acrobacias solían terminar en alguna caída dolorosa. El cine original, como los EEUU, se construyó mediante trabajo duro, muchos accidentes y una voluntad férrea de seguir adelante.

Sus películas están llenas de carreras, saltos, cabriolas, persecuciones, peleas, escaladas y golpes de todo tipo. Si nos encanta ver a alguien que intenta una proeza y se cae, provocando la risa, no es menos cierto que nos asombra el equilibrio, la fuerza, la potencia y la habilidad para pasar de un salto un precipicio, correr un campo entero con obstáculos, trepar a un edificio sin más ayuda que las de las manos o patinar al borde de un abismo. Los tres hicieron estas maravillas, arrancando lágrimas, carcajadas, risas cómplices, bocas abiertas expectantes y suspiros de alivios. Era un cine trepidante. Un cine que no daba descanso.

Después de ellos, llegó el sonoro. En él abundaron los galanes como Rodolfo Valentino, pero hablando. Y los diálogos tomaron el relevo, cosquilleando los oídos con ingeniosas frases, con réplicas mordaces, sentencias de enjundia... pero se perdió esa alegría física de los actores que iban a 18 fotogramas por segundo, a una velocidad que hoy se piensa es de dibujos animados. Y llegaron los Erroll Flynn y los Burt Lancaster, dando saltos entre árboles, cabalgando con precisión, tomando al abordaje barcos mediante arriesgadas maniobras con los cabos sueltos... y se hizo musical, porque llegó Gene Kelly que convirtió un duelo a espada en un baile coreografiado (Bueno, ¿no lo es la esgrima?) o se dedicó a homenajear precisamente a los cómicos del mudo con su gran película, Cantando bajo la lluvia. Todo un broche de oro desde el sonoro para un cine que era, puramente, cine.

Tampoco me puedo olvidar de una de las mejores películas con la casi mejor secuencia de esgrima de la historia; me refiero a Scaramouche. También es un cine acrobático, mudo, y lo es porque la secuencia, larga, juega a mostrarnos el mundo entre bambalinas de los actores de teatro, y a la vez, a luchar contra esa tiránica aristocracia cuyo espectáculo es tambien hermano suyo. El equilibrio de Stewart Granger peleando con Mel Ferrer en el palco, durante casi 10 minutos de trepidante duelo, es antológico. Y la tensión, la aventura, las sensaciones que despierta todo ello son magníficas.

Después... después el cine entró en otra dinámica. Cacharros con aparatosa forma, caídas torpes (Aunque tengo cierto cariño a Jerry Lewis) y pocas gracias. Hasta que hace poco, el cine acrobático parecía retornar, primero de la mano de los orientales (Muchos cables, fantasía y falsedad) y sobre todo de un incombustible y muy poco apreciado Jackie Chan (Que es para mí impresionante) pero sobre todo lo consiguió de la mano de grandes producciones de cine fantástico y plagado de efectos. Terminator 4, Matrix Reloaded, el último 007 o La jungla 4.0 contienen escenas donde el protagonista no es ágil, alegre, fascinante ni tampoco sincero. La primera y la segunda tienen una secuencia larga y aburrida en una autopista donde los protagonistas son gente seria, pesada, grave, estéticamente pedante y pasada. Duran mucho y las acrobacias, a cámara lenta algunas, son ya pornográficas en el sentido de mostrar todo sin más, pero sin arte, tampoco. Las otras dos contienen escenas imposibles, en las que un cuerpo humano no podría hacer eso que hacen. Y especialmente todas contienen grandes masas de coches y de asfalto, de edificios, de explosiones... masas de destrucción y aniquilación que no producen, paradójicamente, más que aburrimiento.

El cine acrobático de los tres primeros, Charlot, Cara de palo y El hombre de las gafitas era sincero, estaba hecho por ellos (Con fracturas, esguinces, pérdidas de dedos o algún sentido) y pretendía mostrar hasta dónde llegaba el hombre en ciertos casos, tensando al máximo sus capacidades, pero siempre guiados por la voluntad. Ahora, el cine muestra falsedades, tanto que dan ganas de ir con un mando de consola o simplemente, no ir. ¿Qué ha cambiado?

Por si acaso, me quedo con dos frases, una de Sabatini y otra de Burt Lancaster. La primera nos dice que nació con un don de la risa y la seguridad de que el mundo estaba loco. El segundo nos advertía que no debíamos creer la mitad de lo que viéramos, y la otra mitad... pues tampoco. Ambos eran, siempre, sinceros.

Un saludo,

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